El atentado en la cafetería universitaria estremeció a los estudiantes y a los israelíes en general.
La ruleta rusa de la muerte, que en los últimos años asestó duros golpes en distintos sitios de la vida civil israelí, llegó esta vez al lugar menos pensado.
Tras los atentados en restaurantes y cafés, supermercados y paradas de autobuses, los israelíes -y esta vez quienes se les sumaron por unos meses para pasar aquí un buen rato y estudiar – comprenden que nada es seguro, que las garantías no existen y que la única opción es tratar de abrir bien los ojos.
En la universidad conviven alumnos judíos y árabes.
Aún así, no pensaban que la violencia llegaría a la propia universidad. «Aquí nos sentíamos seguros. No creíamos que podría haber una explosión justo aquí»- dijo una de las heridas leves, cuando se hallaba en camino al hospital.
El hecho atenta contra la de por sí golpeada sensación de seguridad personal. Agudiza el sentimiento de vulnerabilidad y convence a muchos de que los límites se rompieron hace tiempo, de que las líneas rojas se cruzaron hace mucho.
El campus Monte Scopus de la Universidad Hebrea de Jerusalén parece de lejos una fortaleza.
«Parece un aeropuerto»-decíamos en broma años atrás, cuando del campus de Givat Ram, como estudiantes, nos mudamos a ese reformado y nuevo de Monte Scopus, tratando de descifrar dónde está el fin de cada pasillo y qué significan los cuatro dígitos con los que se indicaba el número de la sala que uno buscaba.
«Aquí no pueden llegar»- creían los estudiantes. Eso, a pesar de que el periódico de la Asociación estudiantil, «Pi Haton», advirtió meses atrás que la vigilancia no era suficiente y que quien lo quisiera, podría cruzar fácilmente el cerco que determina los límites de la universidad, ubicada bastante cerca de la aldea árabe de Isawía.
Todos por igual
En esa «fortaleza» conviven alumnos judíos y árabes, todos ciudadanos de Israel, pero en gran medida, partes separadas de dos mundos diferentes.
La intifada que envuelve a la zona en los últimos 22 meses, no hizo más que agregar tensión a las de por sí nada fáciles relaciones entre ambos grupos de estudiantes.
La gran cantidad de estudiantes árabes en las universidades israelíes no sirvió de garantía para quienes quedaron atrapados en la oscuridad el miércoles último en la cafetería «Frank Sinatra».
La bomba estalló para todos por igual, así como en tantos otros atentados, en los que en los autobuses que volaron había ciudadanos árabes o en los que en los restaurantes atacados con explosivos había clientes o trabajadores árabes entre los muertos y heridos.