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Por Alicia Dujovne Ortiz

Adiós a Ilan
Por Alicia Dujovne Ortiz

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Lo hemos ido sabiendo de a poco. Aun ahora, cuando las circunstancias del crimen han quedado muy claras, hay quienes vacilan en admitirlo. Por no echar pólvora al fuego, segun dicen, o por mala conciencia, segun evitan decir. Dilaciones o negaciones que representan un segundo asesinato del joven Ilan Halimi, raptado por una banda de pequeños delincuentes en los suburbios de París y torturado durante tres semanas, entre el 21 de enero y el 13 de febrero, cuando por fin lo descubren, agonizante, desnudo, maniatado y a medias quemado por el aguarrás con que lo han rociado a modo de despedida, antes de degollarlo también a medias y de dejarlo ahí.
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¿Qué cosa hemos ido sabiendo de a poco? Que el móvil del crimen fue, indudablemente, el dinero, pero que los raptores eligieron a Ilan como víctima por ser judío. El hecho de que este muchacho de sonrisa resplandeciente trabajara como vendedor de teléfonos portátiles en un negocito cualquiera, y perteneciera a una clase media muy poco afortunada, no ha logrado sobreponerse al viejo prejuicio. Las declaraciones de todos los miembros de la banda son coincidentes: «No lo raptamos por antisemitismo, pero pensamos que, si era judío, es que tenía plata».
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En este punto se entrecruzan las diversas apreciaciones del caso, desde la de los policías que han afirmado, coincidiendo con los ladrones: «No es un crimen antisemita; si los marcianos fueran ricos habrían raptado a un marciano», hasta la de quienes comprobamos, con renovada amargura, que la amalgama «judío=rico» sigue con buena salud.
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Surgida en la Edad Media, cuando a los judíos se les negó toda otra posibilidad de ganarse la vida que la de volverse prestamistas, la dramática amalgama, esgrimida como argumento por el nazismo, se perpetúa con renovados bríos. No sólo la sostienen como una evidencia indiscutible esos violentos pibes de origen árabe y africano criados en los aledaños de la ciudad, con el cerebro lavado por viejos cuentos y por proclamas actuales, sino, en forma solapada, también todos aquellos que prefieren atribuirle a este acto de barbarie un origen estrictamente delictivo.
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La realidad es que Ilan Halimi no era marciano. El antimarcianismo aún no ha logrado semejante consenso. En cambio, el antisemitismo se ha apoyado históricamente sobre dos grandes pilares: el de la muerte de Cristo –¿un pilar derrumbado por el Concilio Vaticano?– y el de la relación entre judaísmo y riqueza. Es por eso que uno de los participantes de la manifestación multitudinaria en homenaje a Ilan, que el domingo 26 de febrero llenó las calles de París, llevaba un cartel donde podía leerse: «Soy RMiste y judío». RMiste es un beneficiario del RMI, una ayuda social mínima para personas en extrema dificultad.
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Doscientas mil personas desfilaron por París, más tristes que furiosas (los responsables de la comunidad judía habían multiplicado los llamados a la calma y prevenido contra todo intento de venganza). La tristeza se veía aumentada por la comprobación de que ningún vecino del edificio HLM (habitación de alquiler moderado) donde torturaron a Ilan durante veinte días había oído un grito ni un ruido. Fue el triunfo absoluto de la ley de omertá, de silencio. Por temor, por indiferencia, quizá por complacencia: según los investigadores, en ese barrio popular donde muchos sabían, todos callaron.
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A la cabeza del cortejo marchaban los dirigentes políticos franceses de izquierda y de derecha, incluidos los de extrema derecha, no muy bien recibidos por los manifestantes. La misma cantidad, doscientos mil, había desfilado en 1980 cuando una bomba mató a cuatro personas en la sinagoga de la rue Copernic, o en 1990, cuando tuvo lugar una escalofriante profanación del cementerio judío de Carpentras. Pocos musulmanes, salvo los representantes de la mezquita de París, estaban allí. La mayor parte de las personas presentes eran judías.
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Esto es, precisamente, lo que muchos observadores han encontrado peligroso: un repliegue comunitario en progresivo aumento. La comunidad judía más grande de Europa, que cohabita con la comunidad musulmana también más importante del continente, arriesga sucumbir a la comprensible tentación de sentirse aislada, y de agruparse alrededor del más cerrado de todos los sentimientos posibles: el miedo.
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El gran ausente de la manifestación fue el actor, supuestamente cómico, Dieudonné, hacia el que todas las miradas han convergido al conocerse la personalidad del jefe de la banda asesina: Yusuf Fofana, nacido en Francia de padres originarios de Costa de Marfil. Este muchacho de veinticinco años, hoy preso en Abidjean, no sólo fue el cerebro de la organización, que ya había planeado sin éxito otros secuestros, sino también el ejecutor directo del crimen, aguarrás y degüello incluidos.
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Si las miradas se vuelven hacia Dieudonné, es porque dicho comediante de origen africano ha creado el escándalo en sus espectáculos unipersonales, burlándose de la Shoah. Fundador, por otra parte, de un partidito político llamado France-Palestine, que agrupa a una heterogénea población de izquierdistas franceses ya canosos y de pibes bronceados surgidos de la inmigración, Dieudonné ha tenido la fructífera idea de contraponer dolores, pesándolos en la balanza y decretando que los africanos duelen más que los judíos. «Qué tanto jorobar con el Holocausto! –exclama–. Ni siquiera estamos seguros de que sea cierto. En cambio, la esclavitud africana sí fue verdad.»
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Poner el dedo en la llaga de un sufrimiento auténtico, el de los ex esclavos y ex colonizados, y hacer chistes acerca de un sufrimiento judío demasiado promocionado para su gusto, se ha convertido en la garantía de un éxito de taquilla. Noche tras noche, la sala donde Dieudonné destila su veneno está colmada de esos chicos que buscan respuesta a un sentimiento de exclusión. No la respuesta del fundamentalismo, que por ahora sólo atrae a una pequeña minoría, sino la de un «dolorismo» revanchista que tiene la ventaja de hacer reír.
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¿Yusuf Fofana habrá ido a escuchar a Dieudonné? ¿Las «ideas» del cómico se habrán transmitido a este joven delincuente, crecido en el seno de una familia normal (su madre apareció en televisión cubierta con un velo blanco y pidiéndole perdón a la madre de Ilan), que en principio sólo aspiraba a llenarse de oro y que pudo encontrar en el odio al judío una salida, digamos, prestigiosa? ¿Matar a cualquier otro no le habrá parecido menos interesante y divertido que ensañarse precisamente con Ilan, rico porque judío?
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Sin duda, es injusto equiparar un discurso político y pseudoartístico con un asesinato. Dieudonné no hace un llamado a la violencia: él se contenta con «desmitificar». Pero no hay palabra inocente. Es más, no hay palabra que no contenga una sentencia. Detrás de Le Pen con sus insidiosas insinuaciones racistas y antisemitas hay bandas de cabezas rapadas que ponen la insidia en claro repartiendo palos. Detrás de Dieudonné hay esta sombra gemela, pura brutalidad descerebrada que sólo esperaba un pretexto para pasar al acto.
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Para los judíos es difícil vivir en Francia en estos momentos. Quizá la frase completa sea: para todo el mundo es difícil vivir en cualquier parte en estos momentos. El Hamas en Palestina, de picos pardos con una Irán provista de energía atómica; multitudes musulmanas que vociferan blandiendo los puños a causa de unas inoportunas caricaturas del profeta Mahoma. El desafío iraní –que los diarios occidentales se animen a publicar caricaturas relacionadas con la Shoah– roza en más de un aspecto los shows de Dieudonné, nada fundamentalistas y que, sin embargo, producen los mismos resultados.
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Pero el objetivo de esta nota no es abundar en obvias comprobaciones, sino despedir a Ilan. Era un chico muy lindo. Las manifestaciones en su homenaje estaban llenas de madres que miraban su retrato. Yo me decía que, justo cuando las nuestras dejan de desfilar, otras siguen alzando, en diferentes e idénticos desfiles, caras sonrientes y lustrosas de pibes muertos por judíos, por palestinos, por iraquíes, por albaneses, por chechenos, por…
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Hay veces en que todos los chicos toman el nombre de Ilan.

La Nacion

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