«Hay mucha corrupción en la Autoridad Nacional Palestina, hay allí gente que se ha enriquecido demasiado y eso no puede menos que ser a costa del pueblo. No vemos los frutos de la paz que tanto nos prometieron, pero no me parece que a la gente de arriba le falte algo», agrega.
Su madre, que la acompaña, aclara que «el Rais (por Yasser Arafat) tendría que cambiar gente a su alrededor, pero cuando Israel lo sitia, no tiene mucho que hacer».
Rawia escucha atenta y en un diálogo quizás inconcebible cierto tiempo atrás, agrega, utilizando el apodo con el que los palestinos llaman a Arafat: «Es verdad que Abu Amar siempre será nuestro líder, es el símbolo de nuestra lucha, pero él no debería haber permitido todo lo que está mal».
La presencia militar israelí es clara y los palestinos no saben cuándo terminará. Algunos parecen ya no creer que el operativo actual llegue a su fin.
Pero mientras enmascarados de negro de «las Brigadas de los Mártires Al-Aksa» marchaban días atrás en Naplusa desafiando el toque de queda y afirmando que «Israel no nos vencerá», ciudadanos comunes en Ramala y Belén estaban, más que nada, cansados.
«Esto tiene que terminar, porque así nadie puede vivir mucho»- comentaba un hombre maduro, Ibrahim, a la puerta de su casa. Mira a su alrededor con rostro preocupado.
«La esperanza es lo último que se pierde, sin duda. Pero a veces, nos prueban demasiado. Tiran demasiado de la cuerda».
«No podemos confiar ni en Israel ni en Abu Amar para que cambie esta situación», y señalando a sus nietos que lo rodeaban, agrega: «Y tiene que cambiar. Si no por nosotros, que ya somos viejos, al menos por ellos, que tienen todavía mucho por vivir».