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Detrás de los elogios, reparos de ambos bandos

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La visión de paz de Bush, por momentos bucólica, coincide con una nueva invasión militar israelí a las ciudades que gobierna Arafat, hoy poco menos que en teoría. Unos 800.000 palestinos estaban ayer bajo toque de queda mientras los soldados buscaban activistas de la resistencia contra la ocupación, tras los ataques terroristas de dos suicidas que se inmolaron y causaron la muerte de 26 civiles en Jerusalén la semana pasada.

La sartén por el mango

Aun disgustados por las exigencias que les presentó Bush, Arafat y Sharon no pueden menos que elogiar al hombre que, les guste o no, tiene la sartén por el mango. Por lo demás, aunque Bush les habló como a dos iguales, es sabido que algunos lo son más que otros.

El discurso fue visto en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como «parcial» y «decididamente pro israelí», en tanto que en el campo «nacional», y en primer término en los asentamientos judíos, cundía la impresión de que si Bush decidiese presionar a Sharon, serían los colonos -alrededor de 200.000, que juran estar viviendo en la bíblica Tierra Prometida- los primeros que deberían poner las barbas en remojo.

Sharon se mostró «encantado» porque Bush abandonó a Arafat, a quien el primer ministro israelí considera irrelevante, cuando llamó al pueblo palestino a cambiar de líderes. Y no encantó menos a Arafat, que con los dientes rechinando alabó la «estrategia de paz» del presidente norteamericano, que prevé un Estado palestino independiente. Eso sí, aclaró en su oficina de Ramallah, cercado por decenas de tanques israelíes: «Los líderes los elige el pueblo palestino», esto es, no Washington.

En rigor, Bush no innovó demasiado. Repitió lo que viene declarando desde hace meses, sólo que organizó las palabras y les dio la forma de un plan de paz. Un plan más para el mundo del deber ser, o «digno de un sueño norteamericano y de la calma de Washington, pero no para la realidad de las ensangrentadas Jerusalén y Ramallah», al decir del jefe de la oposición israelí, Yosi Sarid.

Los que de verdad parecían celebrar el sueño de Bush, respaldado aún a medias por la Unión Europea (UE) -que sigue apostando por Arafat- y por al menos Egipto y Jordania en el mundo árabe, son dos ministros laboristas del gobierno de unidad nacional de Sharon, el de Defensa, Benjamin ben Eliezer, y el histórico Shimon Peres.

Bien visto, el plan de Bush, que debería de ser coronado por el establecimiento de un Estado palestino democrático y próspero con la ayuda que les prometió de parte de su país y de los europeos ricos, coincide con el de Ben Eliezer, el nuevo líder laborista de Israel; no con el de Sharon ni el de sus aliados.

Bush, en contra de los que pensaban muchos palestinos, no les impuso que se deshagan de Arafat, eso que también les exige Sharon antes de empezar a hablar de paz y de retirarse de los territorios ocupados. Lo que hizo, simplemente, fue condicionar de ese modo la ayuda de Estados Unidos para establecer su Estado, sin la cual es imprevisible que Sharon lo acepte. Los puso en la disyuntiva de «lo toman o lo dejan».

La incógnita en torno del futuro político de Arafat es hoy mayor que ayer. También el futuro de la unidad de Sharon con los laboristas, que se sienten en la palma de la mano de Bush.

Por Lucio Vértiz
Para LA NACION

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