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Hatzad Hasheni – ¿Por qué Rusia necesita de Israel?

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 RESUMEN: ¿Por qué Rusia bajo la tutela de Putin reconoció la necesidad de Israel de prevenir una acumulación gradual de la presencia militar iraní en Siria? La visión de Putin es consolidar una alianza de las minorías contra la mayoría sunita en el Medio Oriente. Israel pudiera ser un participante valioso para hacer realidad tal visión, pero solo si Moscú se esfuerza por liberar a Siria de la presencia iraní, une sus fuerzas para derrocar a su régimen islamista y ayuda a mantener a raya y lejos de Teherán al régimen alawita en Damasco.

Desde septiembre de 2015 cuando Rusia cambió el rumbo de la guerra civil siria a favor del régimen de Assad a través de su poderío aéreo estratégico (y luego en el terreno, donde negoció treguas y retiradas de los rebeldes de áreas estratégicas en Siria a su fortaleza rebelde en Idlib), Israel ha estado atacando fuertemente a las fuerzas sirias, iraníes y de Hezbollah.

Surge la siguiente pregunta: ¿Por qué Rusia, bajo la tutela de Putin, reconoció las líneas de no retorno israelíes destinadas a prevenir el acumulamiento de una presencia militar iraní en el país? La presencia iraní, después de todo, parece avanzar en su objetivo de consolidar el régimen de Assad, siendo este en primer lugar, la razón principal tras la participación de Rusia en Siria.

Para entender plenamente el que Putin acepte la participación israelí en Siria, uno debe considerar el equilibrio de poder que existía entre la Rusia zarista y sus vecinos del sur, la Turquía otomana y el Irán imperial, a comienzos del siglo XX.

El equilibrio de poder para ese momento, hace más de 100 años, se encontraba totalmente a favor de Rusia. La población rusa era masivamente de 100 millones en comparación con 24 millones para el Imperio Otomano (una cifra que se reduciría a la mitad en la Primera Guerra Mundial como resultado de las derrotas militares, una pérdida masiva de territorios densamente poblados y la hambruna) y la mitad de esa cifra en la empobrecida y dividida Persia.

Según Erik-Jan Zurcker, un destacado historiador otomano, el presupuesto de Rusia era 7 veces mayor que el del Imperio Otomano y considerablemente mayor que los gastos del gobierno persa. Cien años después, se produjo un cambio masivo en el equilibrio de poder entre Rusia y sus dos problemáticos vecinos.

Este cambio comenzó con un sector demográfico en particular. Si en los años 1900 la población rusa era tres veces la población combinada de Persia y el Imperio Otomano, hoy la población combinada de esos estados excede la cantidad de ciudadanos rusos: 165 millones en comparación con los 142 millones de Rusia.

Peor aún son las tendencias demográficas internas dentro de Rusia que afectan la relación entre Moscú y los dos estados. Rusia, tal como lo demostró el experto de la Universidad de Haifa Alexander Tabachnik con hechos y cifras dramáticas en un reciente taller, es islamizante: las tasas de natalidad rusas eslavas están disminuyendo mucho más rápidamente que las de sus considerables poblaciones turcas musulmanas.

Esta historia de dolor para la Rusia eslava, el grupo más importante de Putin, no termina en las fronteras del país. Viéndose a sí misma infinitamente como el heredero del Imperio Bizantino Cristiano Ortodoxo, Rusia ve con preocupación no solo su propia decadencia sino también el ocaso demográfico de sus aliados ortodoxos tradicionales en Grecia, Bulgaria y Macedonia.

La holgura demográfica eslava ortodoxa es la base para incrementar la asertividad albana musulmana en los Balcanes, una tendencia reforzada por una marcada penetración turca del área de acuerdo con la visión neo-otomana de Erdogan.

La economía también cuenta la historia de un equilibrio de poder cambiante entre Rusia y sus dos históricos enemigos. La ventaja económica de casi 7 veces que Rusia alguna vez disfrutó sobre el Imperio Otomano y la Persia imperial ha desaparecido casi por completo como resultado de la exitosa industrialización de Turquía y el descubrimiento y la extracción de petróleo y gas en Irán. Hoy, el PIB combinado de esos dos estados es igual al PIB de Rusia y también se están acercando a Rusia en lo que respecta a sus resultados científicos.

Sin ir más lejos, Rusia ve con ansiedad (compartida por muchos de los estados del sur de Europa) la islamización casi total de Medio Oriente y el este del Mediterráneo en particular, donde Rusia siempre ha buscado una presencia política, militar y naval.

Aquí es donde entra en juego Israel. Básicamente la única luz para Rusia en un largo túnel geográfico y político.

Israel es el único país de Medio Oriente con una creciente población no-musulmana, donde los cristianos, incluyendo una considerable minoría ortodoxa, aumentan al menos en términos absolutos (aunque no en comparación con la población musulmana de Israel).

Más importante aún, es el único país no musulmán del Mediterráneo oriental cuyo poderío ha aumentado en lugar de disminuir, tal como lo revela rápidamente cualquier comparación entre Israel, laureada de éxitos tecnológicos y militares y la crisis griega.

Y finalmente, Israel es el único país en el Medio Oriente con una cultura compartida ejemplificada por políticos rusos nacidos en Rusia y nativos de habla rusa en cargos de poder, de los cuales el Ministro de Defensa Avigdor Lieberman, el Ministro de la Diáspora y de Asuntos de Jerusalén Ze’ev Elkin y el portavoz del Knesset Yuli-Yoel Edelstein son los más destacados.

Por supuesto, esto no es negar la existencia de presiones compensatorias sobre la relación. La geopolítica es casi siempre algo enmarañado. Putin se ha visto arrastrado hacia un eje problemático con Turquía e Irán (junto a China a distancia) porque estos forman un eje “déspota” en contra de Occidente.

Cementar este eje es un desprecio común por los derechos humanos. Todos los líderes de los tres países redujeron gradualmente los conceptos de soberanía estatal inviolable a comienzos del siglo XX para disfrutar así de una mano más libre tanto interna como externamente.

La estrecha alianza de Israel con los Estados Unidos también es problemática, sin importar cuán afectuosamente sea la opinión del presidente Trump hacia Putin.

Aún así, el tener una visión más amplia, un entendimiento con Israel es importante para Putin y el liderazgo ruso.

La opinión de Moscú es clara. La principal amenaza dentro y fuera de las fronteras de Rusia es el Islam sunita: dentro, porque la abrumadora mayoría de los musulmanes rusos son sunitas; y fuera, porque una Turquía dirigida por un líder fundamentalista sunita con ambiciones imperialistas otomanas plantea una amenaza mayor que el Irán chiita, especialmente porque la mayoría de los musulmanes rusos no solo son sunitas, sino que están ampliamente relacionados a la etnia turca. De ahí la determinación de Putin de preservar la relación estratégica con Irán en Siria y más allá y por lo tanto su percepción a la importancia geoestratégica regional de Israel.

Israel entiende lo sagaz de la visión rusa a largo plazo, pero no puede permitirse que sea a expensas de sus propios objetivos a corto plazo.

Para Israel, la visión rusa es plausible solo si funciona para liberar a Siria de la presencia iraní, unir fuerzas para derrocar a su régimen islamista y, hasta que ese objetivo sea logrado, ayude a mantener a raya y lejos de Teherán al régimen alauita en Damasco.

En ausencia a tal progreso, Israel tendrá que seguir atacando a las milicias chiitas en Siria y al régimen alauita. Dado que Siria y Hezbollah avanzan en dirección sur hacia las Alturas del Golán, no les está atacando lo suficiente.

*Hillel Frisch es profesor de estudios políticos y de estudios del Medio Oriente en la Universidad de Bar-Ilan y asociado sénior en investigaciones en el Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat.

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