Tengo el corazón emocionado. En buena medida todavía no termino de entender los motivos de esta distinción tan inesperada. Creo haber hecho lo que debía hacer. Por cierto bastante menos; de lo que hubiera querido y sentido que debía hacerse en este tiempo que vivimos.
Miro esta escena en el territorio polaco de su embajada en Buenos Aires y tengo ganas de abrazarlos a todos.
Lo haré con estas palabras:
A la República de Polonia, a través de su presidente Aleksander Kwasniewski quien tuvo la deferencia de invitarme a recibir la distinción en Polonia y que por razones personales, no pude ir.
Al Sr. Embajador Slawomir Ratajski que ha organizado este encuentro, a la manera de un abrazo fraterno, por su calidad humana, que a lo largo de estos años supe apreciar.
A mi familia. A mi querida familia, que me ha brindado su cuidado, protección y amor incondicional, que me permite ver el futuro con esperanza.
Y a mis amigos, a cada uno de ellos, con quienes comparto historias y anécdotas, luchas, alegrías y tristezas, que enriquecen tanto mi historia personal.
Quiero referirme brevemente, al tema fundamental que nos convoca, la Shoah en ocasión del 60º Aniversario de la llamada «Liberación de Auschwitz», quiero cuidar las palabras, pero para nada las emociones.
Comparto en mi alma judía, la tremenda sentencia, de Teodor Adorno: «No se puede escribir más poesía después de Auschwitz». O los testimonios de Beltold Brecht, Jorge Semprun, Simone Veil o Primo Levy entre otros.
Pero hay algo que he aprendido duramente con el correr de los años. Una herencia fundamental que recibí de mis padres, sobrevivientes de la Shoah. A los testimonios suscriptos por intelectuales y hombres de la cultura del máximo nivel, como los que he citado, solo accede una minoría.
Una minoría que al elegir su lectura, ya esta convencida, en gran parte de la dimensión de estos horrores diseñados por humanos, en los cuales el asesinato de un semejante se evalúa como acto patriótico, y en el caso específico del nazismo, se transforma en legal, imprescindible y necesario para proteger las características de la raza aria de cualquier contaminación externa.
También adhiero al pensamiento del profesor Elie Wiesel, al sostener que lo contrario de la memoria no es el olvido; es la indiferencia, adscripta esta al proceso de globalización actual, regido por las leyes del mercado, distantes de la dignidad, la justicia y lo sagrado de la vida humana.
Es necesario horizontalizar estos hechos, y darlos a conocer masivamente, a través de programas y procesos educativos, en todos los niveles, como política de estado permanente. Los derechos humanos no como declaración, sino como parte fundamental de la cultura del sujeto en formación.
Dentro de esta perspectiva se centra la creación del Museo del Holocausto, en Buenos Aires, cuyos programas educativos, están funcionando y ampliándose año tras año a distintos públicos y lugares. Se trata del esfuerzo y compromiso de un grupo de personas, admirables en sus convicciones que lleva adelante una tarea nada fácil.
Así también apoyo la posibilidad de acceder, a la experiencia denominada «Marcha por la Vida», un recorrido por los campos de exterminio nazi en Polonia, tengo la certeza, que este programa es capaz de cambiar la vida de quienes lo llevan a cabo y convertirlos en verdaderos transmisores de la verdad.
Se que esta lucha debe ser permanente, y esta es la única razón valedera que me permite aceptar la distinción del gobierno polaco. Como un aliciente, como un estímulo para redoblar esfuerzos, para conseguir mas apoyos.
Amigos:
Cada generación debe ser responsable de ella misma. Esta responsabilidad es indelegable y se construye a través del bagage educativo que seamos capaces de recrear y trasmitir.