Itongadol.- El colapso del sistema de estado árabe y el ascenso del Islam político han desestabilizado al Medio Oriente y han afianzado permanentemente la región como la principal fuente del terrorismo a nivel mundial. Incluso los estados más estables, tales como Irán, Turquía y Arabia Saudita, muestran fuertes tendencias islámicas y apoyan a grupos radicales que practican el terrorismo. No hay mucho que pueda hacerse para cambiar esta situación. El aceptar esta desagradable realidad implicará un cambio radical en la perspectiva estratégica de Occidente.
Varios acontecimientos importantes en el Medio Oriente mantendrán a la región como la fuente del terrorismo islámico y fuente de inspiración para los islamistas radicales en el futuro inmediato. Debería esperarse que los intentos por perpetrar actos terroristas contra los “enemigos del Islam” continúen.
El primer desarrollo que contribuye al incremento del terrorismo ha sido la ruptura histórica del sistema de estado árabe. Los relativamente nuevos estados árabes no lograron infundir identidades nacionales profundas (con la excepción de Egipto, un verdadero estado histórico). Este fracaso permitió la ruptura de estados a lo largo de las líneas étnicas, tribales y sectarias y la aparición de milicias armadas.
El aumento de numerosos estados fallidos, caracterizados principalmente por la pérdida del monopolio sobre el uso de la fuerza, se inició antes de la Primavera Árabe. El Líbano, Irak, la Autoridad Palestina y Somalia son ejemplos importantes. Esta tendencia se intensificó con el debilitamiento de los gobiernos centrales en Libia, Siria y Yemen. Estos estados se transformaron en enormes campos de batalla que contenían a muchas milicias, significativas por su falta de inhibiciones contra el usar el terrorismo para alcanzar sus objetivos políticos.
El desmoronamiento de las estructuras estatales también facilitó el acceso a las armas. Los arsenales nacionales, anteriormente vigilados por los órganos del estado que para ese momento se habían desintegrado, se hicieron accesibles a los milicianos y terroristas de todas las clases. De hecho, el Estado Islámico (EI) está combatiendo con armas suministradas por los norteamericanos al ejército iraquí, mientras que los insurgentes en Siria están utilizando armas rusas destinadas para ser utilizadas por el ejército sirio.
El colapso de las estructuras del estado también destruyó los controles fronterizos, permitiendo la libre circulación de terroristas y armamento. El caos y la lucha interna que acompañan la destrucción de un estado hace que la gente huya para resguardar su seguridad más allá de las fronteras de su país y los terroristas pueden ocultarse fácilmente entre la oleada de refugiados.
Una tendencia histórica fundamental en el Medio Oriente que está alimentando el fenómeno terrorista es el surgimiento del Islam político. La identidad islámica está profundamente arraigada en la región, haciendo propenso al pueblo a los mensajes islamistas redactados dentro de contenidos tradicionales. Los islamistas también le han sacado provecho a la incapacidad de los estados árabes de prestar servicios decentes a sus ciudadanos estableciendo redes educativas, así como también de salud y servicios sociales.
Esta ha sido una de las estrategias ganadoras para ellos, ya que les permitió captar el apoyo popular. Cuando en el mundo árabe se permiten las elecciones libres, los partidos islamistas obtienen buenos resultados. Sin embargo, la mayoría de los islamistas es anti-moderna y anti-occidental. Los círculos radicales islamistas abogan por la violencia y el terrorismo siendo su interés el instalar un “verdadero Islam”, primero en tierras musulmanas y eventualmente en todas partes. Los islamistas desprecian a la “decadente Occidente” y creen que inevitablemente caerá bajo el dominio musulmán.
La ola islámica está presente no sólo en los fallidos estados árabes. Arabia Saudita, cuya estabilidad e integridad territorial no debería darse por sentada, exporta una versión fundamentalista del Islam (wahabismo) a través de todo el mundo musulmán construyendo mezquitas y financiando escuelas. La hebra del extremismo islámico que promueve y legitima la violencia está vinculada a esta hebra-saudita centrada en el Islam. Al Qaeda es uno de sus vástagos.
El rico estado rebelde de Qatar también apoya a una variedad de organizaciones islamistas radicales. Incluso alberga una “oficina política” Talibán afgana en su territorio.
Los estados árabes “moderados” deben hacerle frente al desafío islamista. En el mayor y más importante de los estados árabes Egipto, la fuerza política más poderosa – la única capaz de atraer multitudes de partidarios a las calles – sigue siendo la Hermandad Musulmana. Por otra parte, Egipto se enfrenta a una insurgencia islamista en la Península del Sinaí.
Los dos estados no árabes más fuertes en el Medio Oriente (excluyendo a la judía Israel), Irán y Turquía, también muestran tendencias islamistas. Tras la revolución islámica de 1979, Irán adoptó un programa radical chiita entrelazado con ambiciones imperialistas persas. Su búsqueda de hegemonía en la región fue inducida por el desacertado acuerdo en materia nuclear con los Estados Unidos, el cual no tenía vinculación algina a ningún cambio en el comportamiento internacional iraní y que liberó grandes cantidades de dinero para ser usados en la travesura iraní. El modus operandi en Teherán incluye el terrorismo, e Irán permanece en la lista estadounidense de estados que patrocinan el terrorismo.
Turquía bajo el mandato de Erdogan, particularmente luego del fallido golpe militar, es cada vez más autoritaria, con una presión interna aplicada mucho más fuerte con el fin de instar conformidad a las costumbres de la versión turca de la Hermandad Musulmana. El comportamiento internacional de Turquía está impregnado de impulsos islámicos neo-otomanos. Este le presta apoyo a las facciones islamistas en las guerras civiles sirias y libias (incluyendo al EI) y a Hamas en Gaza. También está involucrado en los Balcanes, particularmente en los estados musulmanes de (Albania, Bosnia y Kosovo).
El Medio Oriente, más que cualquier otra región en el mundo, está asediado por fanáticos religiosos listos para usar una violencia indiscriminada contra individuos que no se adhieren a la orientación religiosa “correcta”. Estos fanáticos tienen gran cantidad de energía y muchos musulmanes frustrados están listos para culpar a Occidente por su miserable situación.
La mayoría de los musulmanes en la región no está de acuerdo con las repugnantes acciones terroristas, pero estos en gran medida se hayan silentes. Muchos de los que no participaran en tales actos muestran comprensión cuando se ven comprometidos por otros. La mayoría trágicamente, no está dispuesta a responsabilizarse por enrumbar a sus sociedades hacia el siglo XXI.
Occidente puede hacer muy poco para cambiar esta situación. El cambio debe venir desde dentro. El ambicioso intento de “arreglar” a Irak y Afganistán, el cual consume enormes cantidades de sangre y dinero, y que sin embargo terminó en fracaso, sugiere limitar la ingeniería política. Una región atrapada en las tendencias históricas tales como aquellas experimentadas por los estados árabes no puede cambiar fácilmente.
Esto significa que los vientos malvados que soplan desde el Medio Oriente se permanecerán sobre el mundo durante al menos varias décadas. Occidente debe digerir este crudo pronóstico y adaptarse. Esto significará un cambio radical a las perspectivas estratégicas occidentales y a las políticas antiterroristas a ser adoptadas a futuro.
Efraim Inbar, es director del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat, profesor emérito de estudios políticos en la Universidad Bar-Ilan y compañero en el Foro Medio Oriente.