A las 9 horas y 56 minutos de la mañana del 18 de julio de 1994, estalló nuestro corazón. El blanco del ataque fue una institución ejemplar de la vida argentina, ejemplo de solidaridad y testimonio del pluralismo con que se construyó la Nación.
Nunca un hecho de violencia indiscriminada golpeó tan duramente a los argentinos.
Dos años atrás nos había conmovido la voladura del edificio de la Embajada de Israel, y a propósito del antecedente, siempre me pregunté con inquietud: ¿Qué fue lo que no se hizo durante los dos largos años transcurridos que hubiera podido evitar la segunda catástrofe? Pensé en todas las variables con incidencia relevante sobre la materia, inteligencia, seguridad, aduanas, migraciones, política exterior, cooperación con países amigos, y rápidamente llegué a la conclusión que todas ellas importaban pero que la seriedad, el rigor y el compromiso de los gobernantes con las cuestiones importantes es lo esencial. Sentí mayor vergüenza, aún al tiempo que la investigación comenzaba vacilante, contradictoria y errática hasta terminar en una frustración.
Sin embargo, una circunstancia debe ser resaltada: la sociedad argentina no se amilanó, ni bajó la guardia. Por el contrario, siguió practicando la libertad y exigiendo justicia.
Nuestra democracia, no puede seguir invocando su juventud para encubrir falencias y omisiones, de modo que las prioridades del presente nos exigen eficacia práctica y dedicación para reducir los aspectos más vulnerables en materia de seguridad pública. Se trata de una política social de la máxima jerarquía pues su contrapartida es nada menos que el riesgo de vida de los ciudadanos. No importa si se trata de enfrentar situaciones de violencia familiar, delitos comunes, crimen organizado o terrorismo internacional, es un plexo de problemas que, desde mi perspectiva, ha permanecido en un segundo plano y que hoy es indispensable enfocar con compromiso suficiente por parte de los gobernantes para construir consensos que constituyan políticas de estado y logren resultados comprobables.
Esas son nuestras prioridades, gobiernos capaces de concentrarse en políticas prácticas eficaces, forjadas en el diálogo inclusivo de la pluralidad social, capaces de ser sostenidas en el tiempo con perseverancia y convicción.
La democracia, como la concebimos, se templa en la lucha por la paz, la cooperación entre estados, el imperio de la ley, la vigencia irrestricta de los derechos humanos y el combate incesante contra la desigualdad. Un país y un mundo más seguros edifica sus cimientos combinando los dos elementos esenciales de la vida en sociedad: la libertad y la igualdad, ambos son indispensables para eliminar de la faz de la tierra la guerra, el terrorismo, la intolerancia y todas las formas de violencia.
Para terminar, un emocionado recuerdo para las víctimas del brutal atentado, y el más pleno compromiso con las demandas todavía insatisfechas de esclarecimiento y Justicia.
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