Itongadol.- (Daniel Freedman – The Jerusalem Post) Tras un segundo ataque en dos semanas contra judíos en Estados Unidos, perpetrado por terroristas que gritaban “¡Palestina libre!”, hay un camino audaz que el presidente Trump podría seguir para tomar ventaja ante el movimiento anti-Israel justo cuando cree estar ganando impulso, y al mismo tiempo acelerar la paz en la región: llegar a acuerdos con países árabes individuales para cerrar los campos de refugiados palestinos y otorgar ciudadanía a los refugiados.
Esta sería la respuesta perfecta de Estados Unidos al reciente asesinato a sangre fría de una joven pareja israelí comprometida en Washington, D.C., el 22 de mayo, y al ataque del domingo que dejó ocho heridos en Colorado. Ambos reflejan los esfuerzos de la izquierda radical por “globalizar la intifada”.
Esta estrategia, en cambio, reduciría la intifada al eliminar uno de sus principales instrumentos de propaganda y reclutamiento: los campos de refugiados. Incluso podría hacer que el presidente gane un premio de la paz.
El problema de los refugiados comenzó en 1948, cuando se declaró el moderno Estado de Israel y los países árabes vecinos (y otros más lejanos) lo atacaron. Se estima que entre 600.000 y 750.000 árabes residentes escaparon, ya sea para evitar la guerra o porque los líderes árabes los instaron a salir prometiendo una victoria rápida.
Durante los últimos 77 años, esos refugiados originales y sus descendientes fueron mantenidos en su mayoría en campos administrados por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo (UNRWA), y tratados como ciudadanos de segunda clase en muchos países árabes.
Tomemos el caso de Líbano, donde la misma UNRWA declara en su sitio web: “Las tasas extremadamente altas de pobreza entre los refugiados palestinos son el resultado de décadas de discriminación estructural relacionada con oportunidades laborales y la negación del derecho a la propiedad”.
Refugiados judíos que escaparon de tierras árabes
Contrástese esto con los refugiados judíos, un grupo más grande y raramente mencionado: cerca de un millón de judíos huyeron de países árabes e islámicos en la misma época. Se marcharon tras la adopción en 1947 de una ley por parte del Comité Político de la Liga Árabe que los despojaba de ciudadanía y derechos, mientras los líderes árabes advertían que su seguridad no estaba garantizada.
Muchas de esas comunidades judías tenían miles de años: los judíos de Alepo datan de tiempos del rey David, y los de Irak e Irán, del exilio babilónico hace 2.500 años.
Sin embargo, se habla poco sobre estos refugiados porque, en lugar de retenerlos en campos, Israel los integró (también muchos se establecieron en Estados Unidos, Canadá y Francia), y porque los judíos desplazados por los árabes no encajan en la narrativa anti-Israel.
Ambos grupos de refugiados deberían haberse tratado como un intercambio poblacional, como ocurre en otros conflictos. Tras la guerra greco-turca de 1922, por ejemplo, un millón de cristianos del Imperio Otomano se reasentaron en Grecia, mientras que 500.000 musulmanes fueron a Turquía.
Asimismo, en 1947, millones de personas cambiaron de país tras la partición de India y Pakistán. En 1974, tras la invasión turca de Chipre, 140.000 griegos abandonaron el norte y 60.000 turcos se trasladaron al sur.
Trump debería tener en cuenta esta historia y avanzar país por país, como hizo con los Acuerdos de Abraham, forjando acuerdos que incentiven la integración de los refugiados. Hasta ahora se enfocó en acuerdos individuales y, respecto a los refugiados, principalmente en Gaza: se informó que ofreció a Libia el descongelamiento de miles de millones de dólares si aceptaba hasta un millón de refugiados.
Resolver el problema más amplio de los refugiados facilitaría que más países hicieran la paz con Israel y aceleraría la expansión de los acuerdos.
Naturalización y disolución de la UNRWA
La naturalización de refugiados es un pilar central de la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados, y ya ocurrió en la región. La Ley de Nacionalidad de Jordania de 1954 otorgó ciudadanía a “toda persona, que no siendo judía, poseyera nacionalidad palestina antes del 15 de mayo de 1948 y fuera residente regular en Jordania” durante un período especificado.
Además de cerrar los casos en Jordania, un buen enfoque inicial serían Siria y Líbano, que según la UNRWA albergan 586.000 y cerca de 500.000 refugiados respectivamente. Ambos países atraviesan crisis financieras graves, y sus principales patrocinadores –Arabia Saudita y Qatar– recientemente fueron anfitriones muy amistosos del presidente Trump, que acaba de reunirse con el nuevo líder sirio y levantó sanciones al país, por lo que es buen momento para pedir algo a cambio.
Un paso crucial hacia la naturalización sería eliminar la UNRWA. Ya existe una agencia de la ONU para los refugiados –el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)– que opera en 136 países y atiende a más de 130 millones de personas. Los refugiados palestinos no necesitan un trato diferencial, especialmente porque la UNRWA perpetúa su situación.
Mientras el ACNUR ayuda a los refugiados a construir nuevas vidas, la UNRWA trabaja para mantenerlos en los campos. El ACNUR no transmite automáticamente el estatus de refugiado a los descendientes; la UNRWA, en cambio, etiqueta automáticamente a cada nueva generación masculina como refugiados e incluso “recupera” a quienes se retiraron, publicitando en su sitio web que “los refugiados pueden seguir registrando a sus recién nacidos incluso si se trasladan al extranjero”. La UNRWA incluso considera refugiados a quienes se naturalizaron en Jordania en 1954 y a sus descendientes varones.
Ya está demostrado que las escuelas administradas por la UNRWA adoctrinan a sus alumnos con retórica antisemita y antiisraelí, y que su personal incluye miembros de Hamás, incluyendo algunos que participaron en la masacre del 7 de octubre de 2023.
Si se disuelve la UNRWA, su presupuesto de más de mil millones de dólares al año podría destinarse a ayudar a los países a naturalizar a los refugiados. Actualmente, Estados Unidos no está financiando a la UNRWA debido a sus fallos (aunque aportó unos 6 mil millones de dólares desde 1950).
Washington podría anunciar que redirigirá ese dinero desde otras contribuciones a la ONU, forzando a otros países a cubrir el déficit o a suspender sus propias donaciones a la UNRWA.
Además de los ahorros de la UNRWA y del dinero que Qatar y Arabia Saudita ya vierten en Siria y Líbano, podrían sumarse fondos del Banco Mundial, que cuenta con recursos para la integración de refugiados.
El Departamento de Estado estadounidense y USAID también gastan miles de millones en programas para refugiados. Junto con la compensación a países por aceptar refugiados, podrían asignarse fondos para compensar a los descendientes de ambas comunidades por las propiedades perdidas o saqueadas.
Hacer acuerdos es un ejercicio de realismo que permite pasar de la retórica a logros concretos. Para quienes viven en los campos, obtener ciudadanía y liberarse del estatus de segunda clase es una gran victoria.
Para Libia, Líbano y Siria, es una oportunidad para recibir fondos para la reconstrucción. Para Arabia Saudita y Qatar, apoyar el plan generaría buena voluntad con Estados Unidos y paz con Israel.
Para el Estado judío, elimina una herramienta de propaganda y de incitación al terrorismo. Y para Estados Unidos, además de fomentar la paz y ahorrar dinero, podría incluso valerle al presidente Trump un premio de la paz.
*Daniel Freedman es socio gerente de NavT1 y coautor de The Black Banners.