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Paros milenarios. Por Marcelo Polakoff

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Itongadol.- En términos generales, hace milenios la tradición hebrea recoge como un derecho de los trabajadores la posibilidad de la sindicalización.

En lo que sin dudas es uno de los registros más antiguos de una huelga, el Talmud recuerda un incidente ocurrido en el Templo de Jerusalén hace más de dos mil años, con los artesanos que preparaban el “pan de la proposición”, una especie de pan ritual que se utilizaba todos los días en el antiguo culto israelita.

Por distintas cuestiones que básicamente tenían que ver con el cuidado extremo de la calidad de sus panes, aquellos panaderos no volvieron a su trabajo hasta que su sueldo les fue duplicado.

A partir de esa historia, las huelgas han tenido una enorme sección de discusiones y debates en torno de la jurisprudencia legal judía.

En términos generales, hace milenios la tradición hebrea recoge como un derecho de los trabajadores la posibilidad de la sindicalización, del mismo modo que reconoce en la huelga un dispositivo apropiado –en casos excepcionales– para zanjar diferencias entre las partes.
Aun así, siempre se privilegia el mecanismo de la mediación como el camino más ventajoso para resolver los conflictos gremiales, ubicando en el ámbito de lo judicial esta crucial función de arbitrio. Sería como un antecedente de lo que hoy denominamos “conciliación obligatoria”.

También la halajá (la “ley judía”) prevé que algunas profesiones esenciales para el bienestar general –en especial la de los médicos y la de los docentes– tienen todavía un límite más restrictivo que otras profesiones liberales a la hora de sumarse a un paro de actividades, dada su especial incidencia en el desarrollo social.

En este sentido, cabe recordar aquí dos textos del mismo Talmud para poner en evidencia el difícil equilibrio que requiere esta temática desde nuestro rol como ciudadanos.

Por un lado, se asevera que “Jerusalén fue destruida porque se había interrumpido la educación de los chicos”. Y, al mismo tiempo, se nos enseña que “una ciudad se destruye cuando los sueldos de sus docentes no son dignos”.

Precisamos entonces hallar opciones de mediación efectivas que impidan que nuestros alumnos sigan perdiendo días de clases, así como debemos lograr que los sueldos de nuestros docentes tengan el valor que se merecen. No está aquí en juego la calidad de los panes. Pero si este conflicto sigue creciendo, no hay duda de que vamos a seguir en el horno.

*Por Marcelo Polakoff, Rabino, miembro del Comipaz.

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