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El Síndrome de Jerusalem – Cuando parte del pueblo adopta la narrativa de su enemigo

Por M S
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Itongadol.- (Por León Halac) El mayor peligro no siempre viene de fuera: a veces anida en la conciencia de los propios. Descubre qué es el Síndrome de Jerusalem y por qué reconocerlo es urgente.

Cuando el autoengaño sustituye a la memoria y la identidad, la verdadera batalla se libra en la conciencia de un pueblo.

En psicología, el Síndrome de Estocolmo describe una reacción paradójica en la que una persona secuestrada desarrolla vínculos emocionales con su agresor.

En el caso israelí, existe una manifestación singular de este fenómeno que podríamos denominar: Síndrome de Jerusalem. Se presenta cuando ciertos sectores de la sociedad israelí y judíos de todo el mundo adoptan la narrativa de quienes desean la deslegitimación o incluso la desaparición del Estado judío, reproduciéndola tanto en foros internos como internacionales.

Este comportamiento no se origina necesariamente en la malicia, sino en un conjunto complejo de factores psicológicos y socioculturales: la necesidad de aprobación moral, la internalización de culpas históricas y la desconexión con la propia tradición.

El resultado, sin embargo, es devastador: una erosión constante de la cohesión nacional, una delegitimación de la autodefensa y una aceptación acrítica de narrativas externas que, en muchos casos, niegan el derecho a existir del pueblo judío en su tierra ancestral.

Uno de los factores más relevantes es la disonancia cognitiva. El psicólogo social Leon Festinger explicó que los individuos tienen una fuerte necesidad de que sus creencias y su conducta sean coherentes entre sí.

Para justificar sus contradicciones internas, muchos abrazan versiones distorsionadas de la historia, ignorando la evidencia empírica.

Así, sus mecanismos de autodefensa los inducen a radicalizar sus opiniones, caer en el autoengaño y atrincherarse junto a sus pares, amurallados tras el muro de la hipocresía para protegerse del rechazo del medio que los desprecia.

Este síndrome se ve especialmente favorecido por el desarraigo espiritual.

Muchos de quienes caen en esta trampa psicológica han roto todo vínculo con su religión y tradiciones.

Al carecer de una raíz identitaria firme, se vuelcan hacia ideologías globalistas que les ofrecen un sentido de pertenencia abstracto, pero carente de compromiso real con su pueblo y su historia.

Buscan reconocimiento internacional antes que comprensión local.

Prefieren el aplauso de las conferencias europeas antes que la solidaridad en los funerales de Sderot.

Eligen amar a sus verdugos antes que proteger a sus propios hijos.

En el ámbito judicial, académico y mediático, el Síndrome de Jerusalem se manifiesta en un activismo obsesivo por criticar cada acción del Estado de Israel para congraciarse con sus enemigos y escapar de un temor paralizante.

Cualquier defensa se presenta como “ocupación”, toda medida preventiva como “agresión” y todo acto terrorista como “resistencia”.

Esta inversión moral ha debilitado la claridad ética de parte de la sociedad y ha potenciado la confusión internacional respecto a la legitimidad de Israel y a la dignidad del pueblo judío.

El resultado es que el auto-odio no genera simpatía: al contrario, estimula al antisemita, que observa gozoso la fractura del mundo judío.

Así como la Torá enseña que, antes de una batalla, quienes sienten temor deben regresar a sus hogares para no desalentar el ánimo de sus hermanos (Devarim 20:5-8), también hoy quienes padecen el Síndrome de Jerusalem deberían abstenerse de debilitar la moral colectiva.

Si sienten miedo, que no peleen; pero tampoco deben destruir desde dentro la voluntad de defender la dignidad y la existencia del pueblo judío.

El coraje no consiste en negar los desafíos, sino en asumirlos con lealtad a la verdad histórica y fidelidad al propio pueblo.

Sin embargo, reconocer este síndrome es el primer paso para sanarlo. No se trata de silenciar la crítica legítima, sino de separar la crítica constructiva de la autonegación destructiva.

El verdadero pluralismo no exige renunciar a la identidad, sino defenderla con sabiduría y apertura.

Para que el pueblo judío pueda sostenerse frente a las amenazas externas, primero debe reencontrarse consigo mismo, superar la tentación del auto-odio y recuperar la confianza en la justicia de su causa.

El Síndrome de Jerusalem, como concepto, nos invita a mirar con honestidad una herida abierta en el corazón de la democracia israelí y del pueblo judío en la diáspora.

Reconocerlo es un acto de responsabilidad y de amor propio.

Porque cuando parte de un pueblo adopta la narrativa de quienes buscan destruirlo, la batalla ya no se libra en las fronteras, sino en su propia conciencia.

Y es allí donde debe comenzar la reacción: en la recuperación de la dignidad, la memoria y la determinación de no entregar jamás la propia historia en manos ajenas.

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