(Especial para Itongadol) Su Santidad:
Con el mayor respeto hacia su investidura y la profunda misión espiritual que representa, me dirijo a usted con el corazón dolido y cargado de inquietudes. Este mensaje no busca más que expresar desde el respeto y la sinceridad mis sentimientos ante ciertas decisiones y declaraciones recientes que han provocado desconcierto y preocupación.
Tuve el honor, junto con mi rabino, de ser recibido por Su Santidad en dos ocasiones. En ambas oportunidades, Su Santidad tuvo la generosidad de compartir más de una hora de su valioso tiempo para conversar sobre teología. Fue un diálogo abierto, sincero y profundamente enriquecedor, que dejó en mí una profunda admiración por su liderazgo espiritual. En esos momentos, me convencí de que continuaría la línea de sus ilustres predecesores, desde Juan XXIII, pasando por el Concilio Vaticano II y la encíclica Nostra Aetate, que marcaron un hito en las relaciones entre católicos y judíos, cimentando el respeto y la cooperación.
Sin embargo, su cercanía y alianza con el Gran Imán Ahmed Al-Tayyeb, una figura que ha sostenido posturas públicas antijudías y que no ha condenado con claridad ni contundencia el terrorismo, me resulta profundamente dolorosa. La firma del “Documento sobre la Fraternidad Humana” y la dedicación de la encíclica Fratelli Tutti en este contexto parecen ignorar el impacto simbólico y práctico que estas decisiones tienen en quienes han sido víctimas del extremismo y el odio.
Además, como líder de la Iglesia Católica, cuya misión incluye proteger a los más vulnerables, no puedo entender cómo la alianza con Al-Tayyeb no ha venido acompañada de una condena explícita hacia la persecución de los cristianos en el mundo, una tragedia que organizaciones como Open Doors han documentado ampliamente. Es un hecho innegable que el cristianismo es hoy la religión más perseguida, y que muchos de los países responsables de esta persecución se encuentran en la región liderada por figuras como Al-Tayyeb. Israel, en contraste, es un santuario de pluralismo en medio de un contexto de intolerancia.
Asimismo, no puedo evitar expresar mi decepción por las declaraciones recientes respecto al conflicto en Gaza, donde Su Santidad solicitó investigar a Israel por posibles acciones genocidas. Israel enfrenta un enemigo que glorifica la muerte y utiliza a su propia población como escudo humano. En contraste, las Fuerzas de Defensa de Israel se rigen por principios que priorizan la preservación de la vida, incluso a costa de enormes sacrificios. Acusar a Israel de manera desproporcionada, sin abordar con la misma severidad las atrocidades de Hamás, es perpetuar una narrativa injusta y parcial.
Finalmente, me preocupa profundamente la conexión entre esta postura y el rol de António Guterres, quien, como secretario general de la ONU, no ha asegurado que la ayuda humanitaria destinada a Gaza sea distribuida directamente a los civiles en lugar de ser desviada por Hamás para construir túneles y adquirir armamento. La proclamación del 4 de febrero como el Día Internacional de la Fraternidad Humana, aunque noble en apariencia, se siente vacía si no se acompaña de acciones reales que detengan la opresión y el odio.
Su Santidad, estas palabras no nacen del desprecio, sino de la esperanza. Creo en su capacidad para reflexionar y reconocer que la paz verdadera solo puede alcanzarse desde la verdad y la justicia. Como líder espiritual, su influencia puede inspirar reconciliación y valentía, pero solo si estas decisiones son guiadas por un compromiso inquebrantable con la honestidad moral y el respeto mutuo.
El odio al pueblo judío, no es por cometer genocidio contra otras religiones , sino por haber sido víctimas del genocidio cometido por otras religiones.
Con profundo respeto y esperanza,
León Halac