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Opinión. Ante una Lápida. Por Santiago Kovadloff* a once meses de la muerte del fiscal Alberto Nisman

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Itongadol/AJN.- (Por Santiago Kovadloff especial para la Agencia Judía de Noticias). Esta lápida no solo recuerda el nombre de un hombre asesinado. Recuerda, además y ante todo, la vigencia de una deuda contraída por el Estado con la Ley y la Verdad.

El asesinato de ese hombre ha sido el de un fiscal de la Nación. Por eso, su trágica desaparición debe caratularse como un atentado criminal contra la Justicia, contra su legítima independencia, contra su responsabilidad constitucional y su valor sustancial como vocero mayor del orden republicano y democrático.

No se trata, entonces, de aclarar un crimen más entre los muchos que a diario avasallan el valor sagrado de la vida en nuestro país. Este crimen, el crimen del fiscal Alberto Nisman, será- mientras sus responsables directos e indirectos no sean claramente denunciados y sus móviles puestos al desnudo- el atentado por antonomasia contra el porvenir moral y la consistencia jurídica de la República Argentina. Se lo ha consumado contra la Ley y en desmedro de la verdad; ley y verdad bastardeadas por un poder político corrupto empeñado en perpetuar por los medios que fuere, su despotismo, la suficiencia insultante de sus dirigentes y la manipulación desembosada de los recursos económicos de la Nación.

Hoy, nuevamente, la Argentina encuentra la oportunidad de emprender el camino de la reconciliación de la política con la Justicia. Esa oportunidad no es otra que la de brindarle al ejercicio del poder político la imprescindible consciencia que debe tener del papel que la ética tiene que jugar en su despliegue diario como ideal orientador de todos sus emprendimientos. Se trata de regenerar el tejido de la interdependencia entre el deber y el derecho; entre la acción y los límites de la acción.

Justamente: Alberto Nisman fue asesinado para que no se le fijaran fronteras de ninguna índole a un poder que se quiso absoluto y que, para lograrlo, no vaciló en recurrir a la corrupción.

Se lo mató para que no pronunciara los nombres ni detallara los procedimientos delictivos de quienes participaron como ejecutores y cómplices de esos ejecutores en el atentado terrorista contra la AMIA, en 1994. Se lo mató para que no pronunciara los nombres de quienes, sin temblar, tomaron la decisión de encubrir a esos asesinos mediante un acuerdo incalificable con el país que promovió y alentó la ejecución de ese atentado terrorista.

En suma: Alberto Nisman fue asesinado porque estaba decidido a hacer todo lo que, como fiscal, estuviera a su alcance para exigirle a la política desplegada por el Estado que reconquistara su auténtica función constitucional y decidido, asimismo, a denunciar la traición que había sufrido nuestra patria por parte de quienes tenían la mayor responsabilidad de representarla y resguardar su dignidad.

Si hasta hace apenas unos pocos días podíamos sospechar que nada se haría para dar a conocer lo sucedido, hoy debemos confiar que todo se hará, sin claudicaciones, para saber y hacer saber lo que pasó el 18 de enero del año que ahora termina. Y debemos confiar que así será a menos que el actual gobierno de la Nación renuncie a su propio porvenir y a su legítima representatividad como expresión de ideales largamente mancillados en el país. Ese porvenir, en lo que tiene de esencial, es el de la Justicia. El de la Justicia concebida y ejercida como poder decisivo, por su responsabilidad e independencia, en la reconstrucción de la República.

Esta lápida, en torno a la cual esta mañana estamos reunidos, puede ser- si su significado es cabalmente comprendido- el símbolo eminente de una resurrección. Ya no la resurrección de un cuerpo, y sí la de un espíritu: El espíritu de la Ley.

Alberto Nisman descansará en paz cuando su consciencia cívica haya encontrado, en quienes tienen la responsabilidad de recuperar la república, la expresión de los que fueron sus desvelos primordiales: Devolver transparencia a la verdad, responsabilidad moral a la función pública, protagonismo a la Justicia donde lo perdió e imponer el castigo correspondiente a los culpables del encubrimiento de los terroristas que volaron y ayudaron a volar la AMIA, poniendo fin a tantas vidas y hundiendo con ello a la Argentina en la mayor vergüenza de su historia.

*El escritor Santiago Kovadloff expresó su opinión en el marco de la ceremonia por la inauguración del monumento de la sepultura (Matzeva) de Alberto Nisman en el cementerio de la Tablada ante un reducido grupo de invitados.

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