Es el acusado más importante de los cinco a quienes se les atribuye un papel en el atentado. Juan José Ribelli era un poderoso comisario, especialista en perseguir o no —según su conveniencia— los negocios de los autos robados. En ese mundo había conocido a Telleldín.
Calculador y acaso muy inteligente, en los tres años del juicio Ribelli no dejó ver jamás una mueca de debilidad. Pero se le escaparon espasmos de rabia, ésos con los que fue tejiendo su plan: dicen que ya tiene redactado el escrito en el que le pedirá al Estado una indemnización millonaria y se presentará como querellante para revisar la investigación que lo llevó a la cárcel.
Ribelli está casi seguro de que el 2 de setiembre va a ser absuelto. Entonces habrá tenido éxito el encargo que ya le hizo a Marcela, su mujer: contratar una camioneta para mudar de su celda los expedientes —no menos de 300 cuerpos— apilados hasta el techo. Son las copias de la causa AMIA, que estudió mientras se recibía de abogado, hace casi 2 años. En esos meses lo trasladaron por seguridad a una división de la Prefectura en el bajo Retiro.
Su libertad, aun absuelto en la AMIA, no será automática. Ribelli debe resolver al menos otros dos procesos: uno por los delitos comunes que se fueron detectando durante la investigación del atentado, vinculados a negocios sucios que él y sus hombres parecían compartir con vendedores y armadores de autos robados. Delitos que, en su orgullo, Ribelli jamás aceptó haber cometido. También tiene abierto un proceso por enriquecimiento ilícito, culpa de una increíble herencia millonaria que declaró y que nadie creyó cierta.
Pero esos procesos acabarían por ser nada, ya que Ribelli lleva 8 años preso que le cuentan como 14 por la vieja ley del 2 por 1. Aunque lo condenen por delitos comunes, liberado del rol de terrorista casi con seguridad volverá a su casa de Bernal en pocos días. Allí lo espera su misma casa, su misma mujer y sus dos hijos, ahora adolescentes. Encontrará que, en pocos años, el mundo es otro.
fTE cLARIN
Gyoung L Moores