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Opinión. La situación en Siria reclama involucramiento

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Hoy en día, un problema central de la “Primavera Árabe” es Siria, país de 20 millones de habitantes que representan un mosaico cultural y étnico producto de su historia. Allí, el partido nacionalista y secular Baas (Renacimiento) tomó el poder en 1963, cuyas características fortaleció el presidente Hafez Al-Assad (1970-2000) y luego su hijo Bashar, que lo sucedió. En febrero de 1982, Hafez derrotó una rebelión en Hama, donde hubo miles de muertos. Ahora, Bashar enfrenta una situación similar, debido a que respondió con violencia a las protestas que comenzaron hace un año ante el fracaso de su política económica, la falta de oportunidades para la juventud, las violaciones de los derechos humanos y la corrupción, mientras responsabilizó de la situación existente a una conspiración estadounidense-israelí para derrocarlo. Actualmente, el futuro no está definido y está en marcha una guerra civil, semejante a las que tuvieron lugar en Bosnia y en Irak.
El régimen conserva el control del país utilizando una represión indiscriminada en ciudades como Homs, Baba Amr e Idlib (9.000 bajas en la población civil). Al-Assad cuenta con la subordinación del ejército y las fuerzas de seguridad, que son predominantemente alauí -secta musulmana heterodoxa- como él, mientras la mayoría de la oposición es suní. Su gobierno ha vencido en enfrentamientos armados, pero su situación política se está deteriorando. Su caída rompería el eje Irán-Siria-Hezbolá y tendría grandes consecuencias regionales. La situación de su aliado sirio es un tema fundamental para Irán, que le da apoyo logístico y financiero, mientras sus opositores -representados por países occidentales, los Estados suníes del Golfo y Turquía- están coordinando sus políticas frente a Damasco y afirman que los días de Al-Assad están contados.
La utilización de la fuerza, semejante a la que tuvo lugar en Libia, invocando la “responsabilidad de proteger” no se va a producir debido a que Rusia y China se opusieron a dos proyectos del Consejo de Seguridad, mientras se aplican una serie de sanciones internacionales para presionar al régimen y aumenta la intervención indirecta en apoyo a la oposición.
La situación humanitaria se está deteriorando y los refugiados cruzan las fronteras hacia el Líbano, Jordania y Turquía. La oposición está dividida y el denominado “Ejército de la Siria Libre”, en el cual los Hermanos Musulmanes tienen una participación significativa, no es una amenaza creíble para el régimen. La demora en una definición puede agravar el enfrentamiento, radicalizarlo y dar posibilidades a Al Qaeda.
El ex secretario general Koffi Annan fue designado enviado de las Naciones Unidas y de la Liga Árabe ante el gobierno sirio y presentó un plan de seis puntos para buscar el fin de la violencia. Superando meses de parálisis en el Consejo de Seguridad, el 21 de marzo este plan ha sido aceptado por una declaración no vinculante de su presidente (que incluye a todos los miembros del consejo). Consiste en un cese de fuego, permitir la asistencia humanitaria, el ingreso de periodistas extranjeros y un diálogo político, pero nada dice respecto a que Al-Assad deba dejar el gobierno, por lo cual ha sido criticada por el opositor Consejo Nacional Sirio, que funciona en Turquía, argumentando que le otorga más tiempo para afianzar su régimen dictatorial. El 2 de abril, Koffi Annan informó que el gobierno se comprometió a retirar sus fuerzas de las ciudades en conflicto y propuso al consejo que organice una misión de observadores para asegurar el cese del fuego si éste tiene lugar, pero existen dudas que Al-Assad cumpla este requisito debido a sus actitudes anteriores, mientras protagoniza una escalada de la violencia.
Por otro lado, los “Amigos de Siria”, que es un grupo laxo de países preocupados por la situación, se reunieron un día antes en Estambul y se comprometieron a dar fondos y equipos no letales a la oposición, mientras no creen que Al-Assad esté dispuesto a dejar el poder. La solución buscada sería lograr este objetivo a través de una política realista, con la cooperación de Rusia y China, que garantice la integridad de las distintas comunidades, una transición pacífica y estable y un gobierno sirio representativo, sin romper la cohesión del país y sin una intervención militar.
Mientras tanto, el gobierno argentino, a pesar de sus vínculos históricos con el pueblo sirio, hasta ahora ha evitado expresar su opinión sobre esta cuestión, que afecta el respeto de los derechos humanos a nivel global.
* Ex embajador argentino en Turquía e Israel. Artículo de opinión enviado especialmente para ser publicado en AJN/Itongadol.

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