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El bien y el mal, el ying y el yang

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(Especial para Itongadol, por Carlos Escudé *).- El teléfono de mi cuarto de hotel sonó alrededor de las seis de la tarde, hora de Greenwich. Yo preparaba apuntes para una exposición en St. Antony’s College, Universidad de Oxford, adonde había sido invitado a un simposio sobre “la Argentina y su experiencia de ajuste económico en un contexto democrático”. Estaba feliz de regresar al lugar donde había sido estudiante doctoral en el año académico 1977-78 (antes de mi “pase” a Yale), y que por añadidura había sido mi primer hogar de casado. Oxford fue importante para mí, y no estaba dispuesto a que un teléfono intempestivo destruyera el ánimo nostálgico que deliciosamente me abrazaba, mientras me concentraba en mis obligaciones académicas inmediatas. Siempre odié los teléfonos y casi nunca los atiendo: más bien, pretendo que me dejen un mensaje.
No obstante, con fastidio levanté ese artefacto que, con su estridente sonido entrecortado, típicamente inglés, me exhortaba con urgencia a no ignorarlo. Fue como un terremoto. Del otro lado del tubo, en directo desde un programa radiofónico, la voz emblemática del hoy difunto Bernardo Neustadt atravesaba mares y hemisferios para espetarme la inimaginable y aterradora noticia: a las 14:42, hora de Buenos Aires, la embajada de Israel había volado por los cielos y la devastación se había apoderado de ese pedazo de mi ciudad.
Con el aliento contenido por el estupor, y sin suponer que mis palabras serían anticipatorias, susurré entonces al público porteño y al icónico periodista: “Bernardo: ¡hoy quiero ser judío!”No recuerdo qué otras palabras, seguramente nimias, pude haber murmurado en ese desgarrador momento histórico en que la mera retórica no podía jamás estar a tono con las circunstancias, pero recuerdo el sentimiento intenso que me embargó y las primeras palabras que musité porque, de una manera misteriosa, anticipaban mi futuro.
Llamé entonces al recordado Jorge Garfunkel, que generosamente había financiado el evento en Oxford y Londres. Creo que al principio pensó que se trataba de un chiste macabro. En todo caso, sé que llamó a Buenos Aires para verificar el dato antes de comunicárselo a Félix Peña y demás miembros de la delegación. Obviamente, a partir de entonces nuestros discursos en Oxford y Londres se modificaron. Ya no podíamos decir lo que teníamos programado sin antes referirnos a la infausta tragedia desencadenada por el inexplicable crimen.
Cuando regresé a Buenos Aires, un concuñado, hombre del polo, me dijo con aire de mequetrefe: “ya no se puede vivir en la calle Arroyo por culpa de los judíos”. Con todo cinismo convertía las víctimas en victimarios, tal como sucedió en todas las persecuciones, pogromos y expulsiones, por los siglos de los siglos. Y en mi cabeza, lentamente, comenzó a germinar la semilla que, una década y media después, me convertiría en judío.
Es el ying y el yang, en un mismo mundo, en una misma ciudad, en una misma familia…

* Dr. Carlos Escudé (Najmán ben Abraham Avinu)
Investigador Principal del CONICET, y Director del Centro de Estudios de Religión, Estado y Sociedad (CERES), en el Seminario Rabínico Latinoamericano ‘Marshall T. Meyer’

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