Al conmemorarse el trigésimo primer aniversario del fallecimiento del destacado intelectual judeoargentino César Tiempo (foto), la Fundación IWO le efectuó un homenaje a quien fuera un eximio poeta por sobre toda las cosas, y también un destacado periodista, autor de obras de teatro y guionista cinematográfico.
El presidente de la institución, Saúl Drajer, recordó que Israel Zeitlin, su verdadero nombre, había nacido en Ekaterinoslav (hoy Dnipropetrovsk, Ucrania) el 3 de marzo de 1906, pero antes de cumplir un año fue traído a Buenos Aires, donde desarrolló su vida y pasión, en busca de un futuro mejor.
“Pluma ágil y galana en sinónimos castellanos poco frecuentados -solía decir que nuestro idioma tiene miles de vocablos y que por pereza sólo usamos unos trescientos-, enriqueció la literatura argentina tocando una franja judía que tiñó gran parte de su producción”, lo describió.
Drajer destacó que Tiempo tenía un humor notable, al punto que “llegó a escribir su propio poema fúnebre -Epiceyo a la muerte de Israel Zeitlin-, encabezándolo con esta frase: ‘Leshono haboo….beLiniers’, el próximo año en Liniers”, en referencia al cementerio judío.
A continuación, el escritor José Judkovski enfatizó que César Tiempo fue un “poeta, periodista, ensayista, autor teatral, guionista cinematográfico, actor (cuya) vida y obra reflejan su ser judío, porteño y universal, consiguiendo con ello que podamos entender en toda su profundidad qué es eso que llamamos ‘el ser argentino’, concepto que personajes siniestros como (los conocidos antisemitas) Hugo Wast y Julián Martel jamás entendieron, obnubilados por la fiereza del odio al ‘diferente’”.
“¿Cómo un espíritu universal como César Tiempo no iba a reconocerse como un judío cabal?”, se preguntó.
El miembro de número de la Academia Porteña del Lunfardo afirmó que “César Tiempo es un vivo ejemplo de una de las raras paradojas judías: capacidad para colonizar culturalmente y, a su vez, ser colonizado, aceptar fielmente las tradiciones ancestrales y, al mismo tiempo, ser ‘conquistado’ por los matices de la vida cotidiana, fundamento de toda cultura popular, de la tierra donde, voluntariamente o no, se convierte en su residencia”.
En tanto, su colega Luis Alposta contó que “de mediana estatura y tórax de tenor, la figura de César Tiempo remataba en una cabeza taurina con sonrisa abierta e inteligente y ojos con anteojos que remarcaban una mirada mágica y circular”.
“Su voz, pausada y segura, era de una gravedad cálida; su talento y sentido del humor, inagotables”, continuó.
César Tiempo “era un lector compulsivo, un conversador nato, expresivo y expansivo”, que “escribía con gozo visible, en un tono conversacional, instalado deliberadamente en las antípodas de la solemnidad”, añadió el médico, escritor, poeta y lunfardólogo.
Alposta aseguró que “todo lo realizó con ejemplar oficio: poesía, ensayos, teatro, guiones cinematográficos, periodismo; siempre de buen talante y con un particular sentido de la amistad”.
Esta “suma de virtudes lo hizo querido y admirado entre sus pares” porque “cuando tuvo que elogiar, fuese al barbado o al imberbe con birome en ristre, en cada caso procedió siempre con abierta generosidad”.
“Alguien dijo que nació para elogiar, para rendir ofrenda, y era cierto: fue pródigo en prólogos; probablemente su amor a la cultura lo instaba a ello”, prosiguió.
Para Alposta, “en él, el ejercicio de la escritura no fue un pretexto de la vanidad, una variante del orgullo, sino otra forma de reconocerse entre los demás”.
César Tiempo también “colaboró con los grupos de Boedo y Florida y supo dar acendrado lirismo a la temática judaica, por entonces inédita en la poesía argentina”, memoró.
Finalmente, el orador subrayó su “ironía, casticidad idiomática, neologismos sorprendentes y un atinado humor, que revierten el patetismo de una poesía violentada por el dolor y la evocación nostálgica”.
Ambas exposiciones fueron ilustradas con poemas y textos de César Tiempo, ante la presencia de sus dos hijos, quienes también disfrutaron de la interpretación de un tango de cuya letra es autor.
Hijo de Gregorio Zeitlin y Rebeca Porter, César Tiempo fue autor de un éxito editorial a los 16 años, “Versos de una p…”, un poemario publicado por la Editorial Claridad en 1926, firmado con el seudónimo Clara Beter, que vendió la extraordinaria cifra de 100.000 ejemplares.
“En esa época usaba muchos seudónimos porque no tomaba en serio a la literatura y no esperaba nada de ella”, y como “me llamo Zeitlin -‘zeit’ quiere decir ‘tiempo’ en alemán y ‘lines’, del verbo ‘cesar’- decidí llamarme César Tiempo”, explicó alguna vez.
En 1924 obtuvo la ciudadanía argentina, y luego cofundó la editorial argentino-uruguaya Sociedad Amigos del Libro.
En 1937 fundó y dirigió la revista Columna, que editó hasta 1942; entre 1952 y 1955 fue director del suplemento literario del diario La Prensa; y en 1957, de la página literaria del diario Amanecer.
Entre sus obras poéticas también se destacan Pan criollo (1937), Libro para la pausa del sábado (1930), Sabatión argentino (1933), Sábado y poesía (1935), Sabadomingo (1937), Sábado pleno (1955), El lustrador de manzanas (1957), El becerro de oro (1973), Mi tío Scholem Aleijem y otros parientes (1978) y Poesías completas (1979).
También publicó libros en prosa, en ciertos casos recopilación de artículos periodísticos que publicó con anterioridad en distintos medios gráficos, por ejemplo: La vida romántica y pintoresca de Berta Singerman (1941), Yo hablé con Toscanini (1941), Máscaras y caras (1943), Los libros protagonistas (1954), Cartas inéditas y evocación de Quiroga (1970), Florencio Parravicini (1971). y Capturas recomendadas (1978).
En 1935, César Tiempo denunció el antisemitismo de las novelas firmadas por Hugo Wast, seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría, quien era el director de la Biblioteca Nacional y actualmente vuelve a protagonizar una polémica en La Plata, con el folleto La campaña antisemita y el Director de la Biblioteca Nacional.
A lo largo de su vida recibió los siguientes premios: Municipal de Poesía, en 1930; Nacional de Teatro, en 1942; Municipal al Mejor Libro Cinematográfico, en 1942; y el Sixto Pondal Ríos de 1977, al año siguiente.
César Tiempo dominaba a la perfección el idioma castellano, a la vez que fue gran conocedor del lunfardo porteño, por lo que fue designado miembro de número de la Academia Argentina del Lunfardo, sin dejar de lado el idioma que hablaban sus padres, el ídish, ni la rica tradición judía.
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