ABDEL MONEM SAID ALY*
En el Gobierno estadounidense se ha dicho que la carta entregada por el presidente Bush al primer ministro Sharon no se aleja de la anterior política de Estados Unidos hacia Oriente Medio. Steve Hadley y Elliot Abrams, en nombre de la Casa Blanca, han afirmado que las declaraciones del presidente Bush «no marcan un cambio importante en la política de Estados Unidos». Más recientemente, el 22 de abril, la respetada organización Israel Policy Forum (IPF) publicó un artículo firmado por Steve Spiegel y los miembros del IPF en el que sostenía que «los parámetros del 2001 de Clinton y la carta del 2004 de Bush no se contradecían de manera sustancial».
Lamento diferir. La carta del presidente Bush se aleja de la política tradicional de Estados Unidos con relación al conflicto de Oriente Medio, y lo hace de un modo sustancial. Ambas cosas se contradicen; y, más aún, la carta perjudicará la causa de la paz en la región. En primer lugar, respecto a la forma, no pertenece a la tradición de Estados Unidos remitir cartas a una de las partes del conflicto. Desde el plan Rogers hasta los parámetros de Clinton, pasando por la «hoja de ruta», las iniciativas estadounidenses se han dirigido a poner fin al conflicto, no a ofrecer las posiciones de un partido que encajen con su política interior. La única vez que EE.UU. se alejó de manera importante de esta política fue cuando el secretario de Estado, Henry Kissinger, entregó en 1974 a Israel una carta por la que EE.UU. se comprometía a no reconocer a la OLP ni a negociar con ella. Queda para los historiadores calibrar el daño causado por dicho documento a la paz en la región. Sólo sabemos que no hubo proceso de paz en la región hasta que Estados Unidos revocó esa política y reconoció a la OLP. Si existiera también una carta a los palestinos en la que se expresaran otros compromisos estadounidenses en relación con los derechos palestinos, o si la carta a Israel detallara una postura sobre todos los aspectos del conflicto, tendría sentido la afirmación de un no alejamiento de la política tradicional.
En segundo lugar, con respecto a la sustancia, es cierto que la carta y las declaraciones de Bush vuelven a comprometer a EE.UU. con la creación de un Estado palestino. Sin embargo, no nos dice nada –ni a nosotros ni a los palestinos– de las fronteras de ese Estado, unas fronteras que están tras el conflicto puesto que la OLP reconoció a Israel en 1988. Cuando la carta de Bush se refiere a la consideración en las negociaciones sobre la situación final de «los importantes centros de población israelíes existentes», podría parecer que en realidad no es nada nuevo. Ahora bien, el diablo está siempre en los detalles. Es cierto que el presidente Clinton habló de una posición similar cuando se refirió en sus parámetros a la incorporación a Israel de bloques de asentamientos; pero Clinton también dijo «y, para hacer el acuerdo duradero, creo que tendrán que producirse algunos trueques territoriales y otros arreglos». El presupuesto que está detrás de estos trueques territoriales es que no nos encontramos sólo en el proceso de crear un Estado palestino, sino también en el de crear ese Estado más o menos dentro de los límites del espacio y las fronteras de 1967. Si las realidades demográficas –y el logro de la paz y la seguridad para todos– exigen la anexión de territorios a Israel, requerirá una compensación territorial para los palestinos.
Por desgracia, la carta de Bush no hace mención alguna a trueques territoriales ni otros arreglos. Dejar las cosas en este punto no favorecerá la paz. Tal como está la situación, los importantes centros de población israelíes suponen una superficie que pasará del 3 al 58 por ciento de Cisjordania para adecuarse a la posición del primer ministro Sharon, según la cual un Estado palestino debe ocupar la franja de Gaza y un 42 por ciento de Cisjordania. No ayuda mucho que la carta de Bush no se comprometa con la política estadounidense anterior a la «hoja de ruta» y el plan Mitchell, que pide a Israel que paralice toda construcción de asentamientos. En su lugar, la carta pide a Israel que realice «progresos» hacia la paralización de la construcción de nuevos asentamientos. No hay nada en la carta que indique cuánto tardará este «progreso» ni cómo lo supervisará Estados Unidos. Constituye un gran cambio en la política estadounidense dar a Israel áreas con importantes centros de población sin ninguna compensación a los palestinos, además del tiempo y la forma de ampliar esos asentamientos durante un periodo indefinido de progreso hacia la paralización.
En tercer lugar, por lo que respecta al problema de los refugiados, el alejamiento de Bush de la política estadounidense tradicional es evidente. En una rueda de prensa con el presidente Mubarak en el 2002, el presidente Clinton, en respuesta a una pregunta sobre la posibilidad de otorgar a los refugiados palestinos el mismo trato que a los de Kosovo que volvían a su tierra, dijo, tras considerar muchos factores, que lo fundamental es que los refugiados palestinos tienen el derecho de elegir dónde quieren quedarse y dónde quieren vivir. Sobre los parámetros para una paz palestino-israelí, Clinton reconoció ante todo el «sufrimiento» de los refugiados palestinos. Dicho reconocimiento tuvo grandes implicaciones morales y políticas.
Este sufrimiento no ha sido reconocido por el presidente Bush. Luego Clinton no excluyó a Israel de los países en que pueden establecerse los refugiados. Se sobreentiende, por supuesto, que cualquier asentamiento de refugiados palestinos no deberá afectar al equilibrio demográfico del Estado de Israel, y que los refugiados regresarán al Estado palestino. Ahora bien, cuando el presidente Bush excluye desde el principio a Israel como posible lugar de acogida de palestinos, se aleja de la posición de Clinton y también de la anterior posición israelí mantenida en Taba de aceptar 100.000 refugiados a lo largo de diez años. Estos alejamientos de la anterior política estadounidense no ayudan mucho a la causa de la paz en Oriente Medio. Tampoco prestan ningún servicio a los intereses de Estados Unidos en el mundo árabe. Cuando la política exterior se pone al servicio de la política interior estadounidense o israelí, los resultados suelen ser catastróficos.
ABDEL MONEM SAID ALY, director del Centro Al Ahram de Estudios Estratégicos y Políticos
Traducción: Juan Gabriel López Guix
Fte L.V.D