Acción Plural y Avodá decidieron, seguramente por motivos diferentes, no dar quórum en la tercera reunión de la Asamblea Electora de la AMIA, el lunes 4 de julio, dejándole esa responsabilidad al Bloque Unido Religioso y a los representantes de socios de Amia es de todos y de Iajad que consideraron que sí había que darlo.
Como estos últimos no lograron que 46 de los representantes de asociados firmaran el libro de asistencia, la reunión no se efectivizó y todo tiene que volver a empezar, es decir que la Comisión Directiva de la AMIA debe convocar nuevamente a los representantes de asociados para sesionar como Asamblea Electora. Julio Schlosser, secretario general de la AMIA, explicó que recién podrá concretarse dentro de los próximos 45 a 60 días.
También se escuchó, luego de la frustrada reunión, a ciertos dirigentes, que son representantes de socios, afirmar que lo que se debía hacer era convocar a nuevas elecciones.
Debido a esta situación, que la Asamblea Electora no pueda cumplir con su cometido por la decisión de un sector de sus propios miembros, en dos oportunidades -algo que se produce por primera vez desde la vigencia del actual Estatuto, aprobado en 1957- los mandatos de los integrantes de la Comisión Directiva, elegidos el 20 de mayo de 2008, se prolongan y son ellos los que tendrán la responsabilidad de tomar la decisión sobre qué hacer.
Pero a la vez lo que ya ocurrió debería ser motivo para un profundo análisis sobre el futuro de la AMIA, pues que aquellos que fueron votados por los socios para representarlos no se pongan de acuerdo en como integrar la Comisión Directiva de la AMIA, en especial quien tiene que ser su presidente, es un hecho que tanto en lo inmediato como en lo mediato, tendrá sus consecuencias.
Si bien no podemos hacer otra cosa que analizar lo ocurrido, por lo menos desde el momento en que comenzaron a conformarse los frentes electorales que dieron como resultado a Acción Plural, al Frente Comunitario y a Iajad, los tres que junto al Bloque Unido Religioso participaron de la elección del 10 de abril, es evidente que a nivel dirigencial se produjo una división que ya no se sustenta en la ideología sionista o no sionista de los factores que participan en la vida política interna de la AMIA, como hasta hace una o dos décadas, sino en aspectos directamente relacionados con la forma de interpretar qué es y cómo se vive el judaísmo.
La postura, escuchada hace tres años, de que la AMIA no debía ser presidida por un judío raigal (ortodoxo) en lugar de disfumarse, se acentuó.
Esta profundización se relaciona directamente con la aceptación o no, por parte de la institución, de las conversiones al judaísmo que efectúan los rabinos liberales (conservadores y reformistas), rechazadas por la ortodoxia, y su consecuencia: quienes pueden ser enterrados en los cementerios comunitarios.
En momentos en los cuales se estima que un porcentaje muy alto de familias judías tienen, por lo menos, uno de sus miembros convertido al judaísmo por los rabinos liberales, este es un tema que tanto Acción Plural como el Frente Comunitario plantearon en sus plataformas cuando hablaron de un rabinato pluralista y de reconocer esas conversiones.
Por otra parte, a la ortodoxia -representada por el Bloque Unido Religioso- le es muy difícil, por no decir imposible, admitir estas modificaciones en la AMIA.
Si a esto se le suma el respetable deseo de muchos dirigentes de ser miembros de la conducción de la AMIA, se entenderá fácilmente el por qué la Asamblea Electora no pudo cumplir con su cometido en dos oportunidades: por un lado la separación ideológica es muy grande y por el otro, la lucha por el poder hace que algunos sean pragmáticos y consideren que es preferible “estar adentro” que ser oposición, mientras que otros afirmen que lo que corresponde es mantener sus propuestas.
Pero como hoy estas luchas ya no se desarrollan exclusivamente en el interior de la comunidad, sino que trascienden a toda la sociedad y son motivo de interés periodístico, lo que hace es transmitir la existencia de una división y de enfrentamientos casi imposibles de entender por el no judío -y en muchos casos por el judío también- lo que deteriora la imagen de la institución, y de quienes tienen que representarla.
Lo que hemos dicho precedentemente se relaciona con las consecuencias inmediatas, pero también están las mediatas, aquellas que tienen que ver con la continuidad de nuestra comunidad.
Que la Asamblea Electora no haya cumplido con su cometido en dos oportunidades no implica la desaparición de la comunidad, en este caso la AMIA, pero si que se han de producir hechos que han de afectarla, y – quizás – pongan en duda la representatividad de sus máximos dirigentes.
Miembros de los dos grandes bloques en que se dividieron los integrantes de la Asamblea Electora nos decían, en los corrillos previos, que si su sector no se imponía, se alejarían de la AMIA, formando otra institución que tuviera su propio cementerio. Si bien esto es fácil decirlo y difícil concretarlo, no es imposible que ocurra.
La AMIA, y su presidente, adquirieron a partir del trágico atentado del 18 de julio de 1994 una trascendencia no imaginada por quienes estructuraron la comunidad en la sexta década del siglo XX y la convirtieron, guste o no guste, en uno de los referentes del judaísmo judeoargentino.
Si como consecuencia de la polarización producida, uno de esos sectores se aparta de ella, la consecuencia es que la debilita, tanto prácticamente por la merma de sus miembros como por su representatividad hacía el afuera comunitario.
Otra consecuencia mediata, no menos importante, se relaciona con la futura actitud de los miembros de la comunidad, no inmersos en la política interna, que se enteran por los medios o algún conocido de que la Asamblea Electora, en dos oportunidades, no pudo cumplir con su cometido debido a que los “políticos comunitarios” no se pusieron de acuerdo.
Puede ocurrir que esto no los afecte, pero también lo contrario, que piensen que esos dirigentes – que no se pusieron de acuerdo en como conformar la comisión directiva de la AMIA – lo hicieron motivados por un interés personal, que no tiene nada que ver con los suyos, con lo que se ahondará la distancia existente entre aquellos que activan en las instituciones comunitarias, en este caso la AMIA, y los que no lo hacen y en muchos casos tampoco les interesa.
En definitiva, tanto las consecuencias inmediatas y mediatas de lo ocurrido (que la Asamblea Electora de la AMIA, en dos oportunidades, no pudiera cumplir con su cometido), a nuestro entender, no beneficia a la institución.
EACH
375