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Opinión. No a la prohibición del brit milá

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San Francisco, California, ese bastión del pensamiento progresista, se ha convertido en un caso de estudio acerca de lo que sucede cuando una interpretación radical de los derechos humanos, combinada con el odio a la tradición, puede cegar el mejor juicio moral.
En noviembre, los ciudadanos de la 13ª ciudad más poblada de los Estados Unidos irán a las urnas para votar acerca de una medida que, de aprobarse, haría de la circuncisión -brit milá, en hebreo- un delito menor. Cualquier persona condenada por circuncidar a un menor de 18 años podría recibir una multa de hasta 1.000 dólares o ser sentenciada a un año de prisión, al prohibirse efectivamente el mandamiento bíblico, al que adhieren los judíos, de circuncidar a los bebés varones a los ocho días de edad.
Los “intactivistas”, cruzados obsesionados con mantener los prepucios intactos, lograron reunir 7.700 firmas válidas de residentes de San Francisco, muy por encima del mínimo de 7.168 necesario para calificar para un plebiscito. Ésta será la primera vez que esta legislación se vaya a presentar a votación en los Estados Unidos.
Los “intactivistas” pueden sonar como un grupo marginal irremediablemente incapaz de convencer a los sanfranciscanos sensatos de prohibir una práctica tan antigua como el pueblo judío, pero sin embargo, una campaña de mentiras podría tener éxito en engañar a los desinformados. En un deshonesto intento por confundir la circuncisión con la abominable práctica de la mutilación genital femenina -correctamente prohibida en los Estados Unidos-, los promotores de la iniciativa llaman al proyecto de ley “MGM”, o mutilación genital masculina.
“Los hombres necesitan protección, al igual que las mujeres”, cita The Economist al activista Lloyd Schofield, sin cuestionar su comparación, a la vez que ayuda a fortalecerla al referirse a la mutilación genital femenina con el inocuo término de “circuncisión femenina”.
En los debates públicos, el destacado periodista e intelectual Christopher Hitchens también ha equiparado el brit milá con la mutilación genital femenina. En su best seller “D’s no es grande”, escribe Hitchens en referencia a la circuncisión: “Si la religión y su arrogancia no estuviesen involucradas, ninguna sociedad sana permitiría esta amputación primitiva, ni admitiría cualquier cirugía que se practique en los genitales sin el completo consentimiento informado de la persona en cuestión”.
Aunque la distinción entre cortar el clítoris de una mujer y la remoción del prepucio de un bebé debería ser obvia para todos que no están cegados por el odio irracional a la religión, citamos el informe de 2008 de la Organización Mundial de la Salud sobre la mutilación genital femenina. La práctica, según el informe, “se sabe que es perjudicial para las niñas y mujeres de muchas maneras”. Es dolorosa y traumática, vuelve a la maternidad “significativamente” más riesgosa y provoca mayores tasas de hemorragia posparto y de muerte infantil.
Por el contrario, Laurence Baskin, jefe de urología pediátrica del Hospital de Niños Benioff de la Universidad de California-San Francisco, señaló a AP que si bien no está a favor ni en contra de la circuncisión, las alegaciones de que se trata de una mutilación o que causa un dolor significativo son falsas cuando ésta se realiza apropiadamente. También mencionó investigaciones publicadas que indican que la circuncisión puede reducir la incidencia del SIDA entre los hombres heterosexuales, así como otras enfermedades de transmisión sexual, el cáncer de pene y las infecciones del tracto urinario.
Y si bien podría ser difícil obtener pruebas cuantitativas, muchos hombres circuncidados discreparían con la alegación, originalmente presentada por el erudito judío medieval Maimónides y luego convenientemente adoptada por Hitchens y otros detractores del brit milá, de que los placeres del sexo disminuyen con la remoción del prepucio.
La oposición al brit milá se remonta a tiempos antiguos.
Los romanos, ocupantes en general tolerantes, eran particularmente hostiles a esta práctica antes y después de la destrucción del Segundo Templo. Tineius Rufus, el gobernador de Judea, tomó medidas enérgicas y crueles para hacer cumplir la prohibición, la cual historiadores conjeturan que probablemente provocó rebeliones judías contra la conquista romana, incluyendo la fracasada revuelta de Bar Kojba (NdR: recientemente recordada en Lag Baomer).
El mutilar el órgano sexual masculino fue visto por los paganos romanos como un ataque a la adoración helenística de la naturaleza, considerada perfecta y un reflejo de la voluntad de los dioses.
Tal vez una sensibilidad pagana similar en el Área de la Bahía le sirva de inspiración a la propuesta de prohibición de la circuncisión. Como señaló The Economist, “la cultura del Área de la Bahía de San Francisco a menudo exalta todo lo natural, desde el nacimiento a comer. Así que no es casualidad que Marilyn Milos, una ex enfermera que ha sido llamada ‘la madre del movimiento por de integridad genital estadounidense’, esté radicada en el condado de Marin, precisamente al norte de San Francisco”.
Al marcar su órgano más impulsivo, el hombre hace la declaración inequívoca de que no es un animal regido por las leyes de la naturaleza. Más bien, el hombre es una creación cuyo horizonte de aspiraciones se encuentra mucho más allá de la satisfacción de sus impulsos naturales. El derecho de los judíos de San Francisco a transmitir este mensaje religioso a sus hijos -en una práctica que los expertos dicen que no causa un dolor excesivo, que no se ha demostrado que opaque el goce sexual y que podría tener beneficios médicos- debería ser cuidadosamente salvaguardado de fanáticos antirreligiosos con una concepción distorsionada de los derechos humanos.

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