Al comienzo de “Tropezar con la felicidad”, el psicólogo de Harvard Daniel Gilbert especula sobre la diferencia esencial entre los seres humanos y los animales. Concluye: sólo los humanos planifican el futuro. Ningún animal demoró su satisfacción a la espera de un beneficio futuro.
Todos los seres humanos tienen la capacidad de establecer metas a futuro y orientarse hacia ellas. Pero el pueblo judío tiene una única orientación a futuro, a pesar de poseer un pasado más rico que el de cualquier otro pueblo. Nuestros sabios dividen la historia humana en tres partes. La primera se refiere a los 2.000 años de “tou vabou” (lo amorfo); la segunda, que comenzó cuando Abraham tenía 52 años, se llama “los 2.000 años de la Torá”. Con Abraham, el escenario estaba dispuesto para que el mundo comenzara a moverse en la dirección ideal para la cual había sido creado, según revela la Torá.
En el mundo natural, el pasado determina el futuro, así como el material genético de un animal determina su desarrollo. Pero en el mundo de la Torá, el mundo del propósito, el presente está determinado por el futuro.
Así, en el mundo de la naturaleza, representado por las constelaciones, Abraham y Sara no podían tener hijos.
Pero debido a que fueron los progenitores del pueblo judío, fueron elevados por encima de las constelaciones y Sara dio a luz a Itzjak.
Abraham es presentado en la Torá casi como un hombre sin pasado. Toma el centro de la escena por primera vez con el mandato divino de ir a la “Tierra que te mostraré”, una tierra ideal siempre delante de ti, pero nunca alcanzada por completo. Es famosa la pregunta de Najmánides acerca de por qué la Torá omite toda la historia anterior de Abraham. En esta omisión se encuentra una pista de que lo crucial acerca de Abraham es su futuro, no su pasado.
La Guemará pregunta: “¿Dónde está Abraham insinuado en la Torá?”, y encuentra la respuesta en el versículo: “Éstas son las generaciones de los cielos y la tierra en su creación (b’hibaram). Las letras de la palabra b’hibaram coinciden con las de Abraham. Así como los cielos y la tierra fueron creados ex nihilo, en cierto sentido lo fue Abraham. No es una criatura de su pasado -es decir, de su padre biológico, Téraj-, sino más bien de su futuro.
El grado en que el presente se nutre del futuro está insinuado en la primera palabra de la Torá: Bereishit.
Rashi explica Bereishit en el sentido que el mundo fue creado para todas aquellas cosas que la Torá designa como “reishit” (lo primero), incluidos el pueblo judío y la Torá.
La amarga esclavitud en Egipto fue diseñada para destruir la capacidad de los israelitas de pensar en el futuro o contemplar los objetivos de sus vidas. La Hagadá (NdT: relato del Éxodo de Egipto) cita el versículo: “Y (Hashem) vio nuestra aflicción, y nuestras cargas, y nuestra insoportable presión” bajo las cuales trabajaban. Los dos primeros términos se refieren a la separación de los maridos de las esposas y la matanza de los niños varones; en otras palabras, la destrucción de la más poderosa conexión con el futuro. Y “nuestra insoportable presión” se refiere, según el Gaón (sabio) de Vilna, a la absoluta falta de tiempo para contemplar algo más que la manera de sobrevivir al momento presente. Así fuimos reducidos a una existencia brutal.
La pérdida de tiempo para la reflexión y la contemplación no era más que una consecuencia de la intensa labor, era su objetivo. Rabí Moshé Jaim Luzzatto (Ramjal), en su clásica obra “El Camino de los Justos”, hace hincapié en este punto.
Cuando el Faraón ordenó “intensificar las labores de los hombres” (Éxodo 5:9), Ramjal escribe: “Su intención era (…) despojar a sus corazones de todo pensamiento por medio de la naturaleza duradera e interminable de su trabajo”.
Por sobre todo, los judíos en Egipto carecían de tiempo o capacidad para participar de lo que “El Camino de los Justos” describe como el primer tema de contemplación: “considerar qué constituye el verdadero Bien que una persona debería elegir y el verdadero Mal del cual debería huir”.
La redención de Egipto se hacía necesaria para el futuro; es decir, el hecho que todo el pueblo judío recibiría la Torá en el Sinaí. Y ello contenía en su interior el regalo de volver a ser capaz de contemplar el futuro.
La primera mitzvá (precepto) encomendada a los judíos en Egipto, después que la amarga esclavitud había terminado -la Santificación de la Luna- alude a este regalo. El ciclo lunar representa nuestra capacidad de renovación y crecimiento, la capacidad de escapar de la inmovilización de una existencia animal en la cual todo está predestinado.
Un grupo en Egipto, sin embargo, nunca perdió su capacidad de pensar en el futuro: las mujeres. Ellas se embellecerían con el fin de despertar a sus maridos cuando éstos volvían del campo para producir una nueva generación. Sus acciones eran esencialmente humanas. Los animales se reproducen, pero esta reproducción no es intencional; es el resultado de un acto instintivo determinada por un código genético preestablecido.
La reproducción humana, por el contrario, implica un elemento de fe. El filósofo Leon Kass, en su elocuente rechazo a la clonación humana, hace hincapié en esto: “Cuando una pareja decide procrear normalmente, sus integrantes le están diciendo que sí a la aparición de una nueva vida con su novedad, le están diciendo que sí no sólo a tener un hijo, sino también a todo lo que este niño resulte ser. Al aceptar nuestra finitud, al abrirnos a nuestra reemplazo, tácitamente confesamos los límites de nuestro control”.
El niño nacido de esa unión vivirá “una vida nunca antes representada. Aun surgida de un pasado, (él o ella tomará) un curso desconocido en el futuro”. (No así el producto de la clonación, argumenta Kass, el cual se encuentra al mismo nivel que una mercancía, producida para asegurar un determinado resultado, y nace con un conjunto de expectativas -no esperanzas- sobre la base de una vida ya vivida.) Si cada acto de procreación implica un acto de fe, ¿cuánto más lo sería en las circunstancias de Egipto (o de los guetos y campos de la muerte en la era del Holocausto), cuando los recién nacidos podían ser echados al río (o atravesados por la bayoneta de un asesino nazi)?
Tan altamente valorada fue la capacidad de las mujeres virtuosas de imaginar una generación posterior -con una fe que puede extenderse más allá de nuestra capacidad de imaginar- que los espejos que utilizaron para embellecerse fueron fundidos para formar una de las naves del Tabernáculo.
En su mérito, nos dicen, el pueblo judío fue redimido para descubrir su destino en el Sinaí y recibió el regalo de volver a ser capaz de contemplar el propósito de su vida.
Jag Casher ve’Sameaj.
* Director de “Jewish Media Resources” y autor de ocho biografías de líderes judíos modernos.
CGG