Muy pocos expertos en la lucha antiterrorista global tienen dudas al respecto. Detrás de los atentados de Kenya se encuentran la red de Al-Qaeda y la sombra alargada de Osama ben Laden. Así se cree también en Israel, en la oficina del primer ministro, en la del jefe de la diplomacia, Benjamin Netanyahu, y en la sede del Mossad.
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Y lo creen por razones operativas y políticas. Por un lado está la coordinación de los ataques de Kenya, con probada presencia en el pasado de células de Al-Qaeda. Por otro, la necesidad de Ben Laden de recuperar en sus acciones la causa palestina. Hasta ahora sus ataques se han dirigido fundamentalmente contra objetivos norteamericanos, ignorando el conflicto árabe-israelí. Los atentados del jueves, y otros más que podrían producirse tal y como temen los servicios de inteligencia israelíes, lo hará aún más popular entre los musulmanes radicales, le permitirán reclutar con mayor facilidad a jóvenes activistas y le garantizarán más financiación.
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Cierto es que a lo largo de la historia reciente tanto Israel como su brazo ejecutor en el extranjero han dado suficientes y probadas muestras de paciencia, conscientes de que su hora llega tarde o temprano y de que la venganza es un plato que suele servirse frío. Pero no menos cierto es que hasta la fecha el Mossad siempre se ha enfrentado, y éste no es el caso de Al-Qaeda, a organizaciones o enemigos identificados, localizados, con responsabilidades concretas en cada una de sus acciones.
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Hoy, el enemigo que Sharon ha ordenado cazar al Mossad tiene un máximo responsable invisible desde hace meses: Ben Laden, muchas cabezas pensantes y numerosos brazos ejecutores repartidos por células diversificadas en distintos países. Casi imposible afrontar esa guerra en solitario como en el pasado. Por lo pronto, necesita la colaboración de la CIA norteamericana.
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Por Juan Cierco
Del ABC de Madrid
La Nacion
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