Escribe Ezequiel Rudman Enviado especial .-Por falta de tiempo hemos decidido que no vamos a navegar por el Mar de Galilea», anuncia sorpresivamente Uri Givoni, el guía turístico que nos lleva desde la ciudad de Tiberíades a la frontera con Siria y Jordania. Pero el motín está en marcha: la decena de periodistas argentinos que llegamos al norte de Israel no estamos dispuestos a perdernos nada y desobedecemos su orden. Pese a la sorpresa de nuestro guía, preocupado porque esta imprevista insurrección del grupo no modifique el recorrido por otros imponentes lugares de Galilea, tierra donde se crió, predicó y obró milagros Jesús, según la Biblia, decidimos alterar sus planes y abordar una embarcación de madera que nos pasea por el azul brillante del Mar de Galilea, donde, también según relatos bíblicos, Jesús caminó sobre las aguas. El brillo del sol, que surge desde la superficie calma de las aguas, nos encandila. Estamos a 215 metros bajo el nivel del mar. De un lado, Nazareth, pueblo donde creció Jesús, un joven judío que rezaba en una pequeña sinagoga, que más tarde visitaríamos. Del otro, las imponentes Alturas del Golán, territorios capturados por Israel a Siria en 1967, durante la Guerra de los Seis Días. Tras el paseo marítimo que llega a emocionar a varios de los turistas, quienes, además de sacar fotos, ensayan algunos rezos para aclimatarse espiritualmente, bajo los más de 40 grados que debemos soportar inexorablemente cada día, regresamos a tierra firme. Todo aquí provoca suspicacias de ser o milagroso o místico. El cambio de planes, decidido por el grupo al abordar la barca, genera una consecuencia inesperada. Cuando nos reencontramos con el guía, Uri Givoni, nos anuncia que en el Museo del Mar de Galilea se encuentra Ubal Lufan, el pescador que encontró una milenaria embarcación, de los tiempos de Jesucristo, que ahora se conserva reconstruida y puede ser contemplada por los turistas. «Nunca busqué oro, pero siempre tuve la sensación de que podría llegar a encontrar algo de los tiempos bíblicos. Hasta que no llovió por tres años, bajó muchísimo el nivel del agua en el Mar de Galilea, y ¡lo encontré!», explica Ubal Lufan. Y es que en Israel, a cada instante, literalmente, la historia y los secretos de la humanidad brotan de la tierra y emergen del agua. Donde rezaba Jesús Es tanto el calor y tanta la aridez del lugar, esa constante intromisión del clima del desierto, que nos recomiendan usar gorros para evitar la insolación y beber agua permanentemente para no deshidratarnos. Se vuelve difícil imaginar, en los albores del siglo XXI, cómo Cristo recorrió a pie toda esta región tolerando este clima y predicando. Acaso esto muestre otro rasgo de su venerada santidad, algo acaso más terrenal y que bien podría configurar un capítulo aparte de las Sagradas Escrituras. Nosotros contamos con los beneficios de la modernidad y sus aparatos brindadores de confort. Una combi con aire acondicionado nos lleva por el norte de Galilea, rumbo a la sinagoga de Cafarnaum. Allí, donde rezaba Jesús, está el lugar donde produjo la resucitación de la hija de Jairo. Y la actual iglesia, construida sobre la roca, hace todavía visible el mítico lugar donde Cristo produjo el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Esa iglesia, edificada en los tiempos bizantinos, en el año 480, fue destruida en el 680 por los persas, pero aún pueden apreciarse en su piso mosaicos originales de aquellos años. Bajo los austeros techos de madera y las ventanas de piedra por donde penetra el agobiante calor de Galilea, uno puede remontarse a los tiempos del Nazareno, a las edades de difusión del cristianismo, a las invasiones paganas, a los asedios de las huestes musulmanas, a todos aquellos que en el remoto pasado padecieron con violencia o estoicismo ese clima abrumador. Pescadores de hombres Cafarnaum es una ciudad fronteriza en la principal ruta de comercio a Damasco, que fue el segundo hogar de Jesús. De aquí también procedieron varios de los apóstoles: Andrés, Jaime y Juan, quienes abandonaron sus redes de pesca en el Mar de Galilea para convertirse en «pescadores de hombres». Caminamos por el barrio donde vivieron los protagonistas del inicio de la era cristiana, hace ya poco más de dos milenios. Vamos en una combi a unos 60 kilómetros por hora y por la ventana el guía señala un montículo de piedras: «Esos son los restos de lo que fue la casa de María Magdalena». Algunos comienzan a hablar de la polémica que provocó «El Código da Vinci», sosteniendo que María Magdalena fue la esposa de Cristo, que tuvo con él una hija y que no era una prostituta, sino una princesa judía y una santa. Crece la bronca por la ganas de estar un instante frente a ese lugar y por la orden del guía de no detenernos. La imagen del misterioso montículo se esfuma en el camino. No nos da tiempo para un nuevo motín que obligue a Uri a dejarnos ver más, a ir a palpar aquellas piedras que para algunos -desde aquellos de las cruzadas o los miembros actuales del enigmático Priorato de Sión- es muy posible que sean decididamente sagradas. «Domus eclesiae», o los restos de lo que fue la casa de Pedro, nos espera. Allí ahora hay una moderna iglesia católica que fue construida sobre los cimientos de la que es considerada como la primera iglesia del cristianismo. Tiberiades, la mejor base No se puede venir por poco tiempo aquí o hay que regresar incontables veces. Israel, que tiene casi el tamaño de la provincia de Tucumán (con 5,5 millones de habitantes, 80 por ciento judíos), ofrece una abrumadora sucesión de lugares históricos, religiosos y mitológicos imposibles de conocer, visitar, reverenciar en unos días; siempre existe algo más para ver. El mejor lugar para hacer base es Galilea, recorrer sus alrededores y llegar hasta Nazareth, a la ciudad de Tiberíades. Sus laderas descienden hacia el valle del sagrado río Jordán, donde es posible tomar un refrescante baño en una túnica blanca o también ser bendecido por un sacerdote para recrear el rito cristiano iniciado por Juan el Bautista. Tiberíades fue construida por Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, una especie de Julio De Vido del mundo antiguo, responsable de monumentales e inconcebibles obras públicas como el puerto de Cesárea, la fortaleza de Mazada en el Mar Muerto o la lujosa reconstrucción de la segunda versión del Templo de Salomón en Jersualén, cuyo esplendor, brillo exterior y corrupción interna provocó la ira de Jesucristo contra ese lugar sagrado. Desde Tiberíades se puede visitar el Santuario de las Beatitudes, con vista a las Alturas del Golán, donde se conmemora un evento del Evangelio en el que Jesús les pide a sus discípulos que se separen de sus bienes materiales y se dediquen a orar. «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá» (Mateo 7). La capilla, rodeada de un inmenso verde, tiene descansos para sentarse a meditar, leer, rezar o simplemente conversar y disfrutar el paisaje que ofrece el Mar del Galilea de fondo. Nos explican que tiene forma octogonal para simbolizar las Ocho Beatitudes. Pero la joya del sur de Galilea seguramente es Nazareth, la ciudad con mayor población árabe de Israel, unos 60 mil habitantes, un tercio de religión cristiana y el resto, musulmanes. Caminando por empinadas calles repletas de puestos de falafel, shawarma y hummus recién hecho, los peregrinos católicos marchan rumbo a la Basílica de la Anunciación, donde el ángel Gabriel fue enviado «a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el ángel le dijo: … concebirás en tu seno y parirás un hijo, y llamarás su nombre Jesús». Por el camino, los altoparlantes anuncian el llamado del imán a rezar en las mezquitas de El Abyad y El Salam, pero una vez en la iglesia, todo parece acallarse y una misteriosa atracción lleva a descender hacia la Gruta de la Anunciación, donde se puede contemplar la roca original de lo que (se supone) fue la casa de María y José, incluida la carpintería, también convertida en iglesia. En el piso superior hay un mural inspirado en el milagro de la Virgen de Luján, realizado en 1968 por el pintor argentino Raúl Soldi durante su viaje de visita a Israel. Una imponente cúpula ilumina el interior.
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