La reanudación de los combates fratricidas en Gaza, su intensidad cada vez más creciente, sus balances cada vez más pesados, debilitan otra vez su causa que se ahoga en su propia sangre. Al luchar por el poder, los dos principales movimientos palestinos, AlFatah y Hamas, se han lanzado en un cuerpo a cuerpo del que ambos saben que ninguno de los dos podrá resultar vencedor. No es sorprendente que los problemas se concentren en Gaza. Desde hace años se lanzaron advertencias, especialmente desde el Banco Mundial, a propósito del polvorín que representa esta estrecha banda de tierra superpoblada y totalmente asfixiada. Jamás la vida fue allí tan carente de sentido. La ilusión del retiro unilateral israelí que aseguraba a Ariel Sharon una postura ventajosa se ha disipado hoy. Asediada, empobrecida y aislada, Gaza no fabrica más que extremistas y locura. Se agrega a esto una diplomacia internacional irresponsable que, estos últimos meses, ha destruido lo que había construido la Autoridad Palestina, a partir del momento en que una parte de sus instituciones cayó bajo el control de Hamas al término de las elecciones más democráticas jamás soñadas por los norteamericanos en el Medio Oriente. Boicoteados, los palestinos islámicos, luego de haberse instalado en posiciones incompatibles con un eventual proceso de paz, han dado un primer paso, presionados por los sauditas. El acuerdo de La Meca, que desembocó trabajosamente en un gobierno de unión con AlFatah, por iniciativa árabe, habría podido permitir salir de un estancamiento mortífero. Israel y los Estados Unidos, que deseaban abiertamente que AlFatah eliminara a Hamas, decidieron otra cosa. Los europeos, como de costumbre, dudan. La solución de la cuestión palestina es juzgada más problemática y costosa que su simple gestión, globalmente dirigida desde un punto de vista militar por Israel y absurdamente financiada por los países árabes y europeos. Este cálculo se redobla, sin dudas, en la esperanza de que esta historia desaparezca de las prioridades internacionales a pesar de la fuerza de su carga simbólica. Este cálculo y esta apuesta son imbéciles.
La NAcion
181