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Por Pepe Eliaschev

Careo electoral
Por Pepe Eliaschev

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Me propuse estudiar sus gestos antes que tomar sus palabras muy al pie de la letra. Procuré evaluar lo que surge del cuerpo y lo que emana de la persona antes que limitarme a la pobre elocuencia de las promesas y la limitada pertinencia de apresurados diagnósticos.

Me propuse estudiar sus gestos antes que tomar sus palabras muy al pie de la letra. Procuré evaluar lo que surge del cuerpo y lo que emana de la persona antes que limitarme a la pobre elocuencia de las promesas y la limitada pertinencia de apresurados diagnósticos.
Me dije, a lo largo de toda la noche, que esos hombres, embarcados de cuerpo ¿y alma? en la política, eran falibles y vulnerables criaturas, tipos que sufren y de vez en cuando gozan, generosos y mezquinos, apasionados y cerebrales, lúgubres y jocosos, derechos y oblicuos. El que más se acercó a lo deseable, aunque lo haga de palabra y por ende yo no tengo por qué creerle, es el individuo que puso su pelada al servicio de un proyecto político. Tarde en la noche, cuando las catacumbas del Intercontinental de Montserrat evidenciaban que la gente comenzaba a extrañar sus almohadas, Jorge Telerman proclamó que cualquiera que gane «está-todo-bien», que nada terrible sucederá cuando se sepa que fue él, o Mauricio Macri, o incluso Daniel Filmus, la persona elegida como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Me pidieron en la DAIA que «moderara» la presentación de los tres candidatos principales. Es un acontecimiento clásico en el cual la representación política de los judíos argentinos, una típica ONG, se despliega como escenario civil para que los aspirantes al voto popular den sus razones, desplieguen sus programas, seduzcan y convenzan. No es la primera vez que lo hago y en variadas citas electorales he aportado mi hipotética profesionalidad para que esos aspirantes hagan y digan lo suyo de la manera más significativa.
La noche del miércoles 16, el clima en ese hotel de la calle Alsina era inesperadamente presidencial. No conseguimos juntarlos para que compartieran un panel, pero esa frustración de pluralidad dinámica me vino muy bien: tuve a cada uno conmigo por casi 50 minutos, desenlace de los reportajes que ya les había hecho en mi programa por América 24 y del ciclo anterior que conduje en la Sociedad Central de Arquitectos.
Macri fue el primero. Es un hombre que transmite un sentido de certidumbre. Es mucho lo que cambió en él desde 2003. Mi recuerdo era el de un personaje típico del Museo Renault, la confitería fashion de la vuelta de su casa. Macri se maneja y se proyecta ahora como un político flexible y sereno, alguien que desarrolla una retórica apacible y nada hiriente. De los tres, su exterioridad es la más naturalmente asociada al poder. Es evidente que está preparado para trabajar con el matrimonio Kirchner sin disputas ruidosas, pero también manifiesta unos aires que evocan el proyecto, por ahora insinuado, de una política nueva, mucho menos acalorada y emocional, menos carnívora y estéril. Confortablemente repantigado en el sillón de invitado, Macri proyectó una evidente comodidad en el papel de ciudadano público, tal vez un poco rústico en complicaciones culturales, pero con nervio gerencial indudable.
Después llegó al escenario central Daniel Filmus. El ministro de Educación es tal vez la figura intelectual de mayor valor agregado en la gestión Kirchner, una especie de pensador orgánico del oficialismo, al que la senadora Cristina ya ha etiquetado como el «mejor ministro de Educación que haya tenido la Argentina». Por eso le pregunté, con toda lógica, si eso ha sido y es él, según sus líderes, ¿por qué dejar de serlo? ¿Es que acaso es imaginable que el 10 de diciembre asuman Lavagna, López Murphy o Carrió? En lugar de responder con naturalidad que no puede saberse quién ganará las presidenciales del 28 de octubre y que su mandato concluye el 10 de diciembre, Filmus empezó a justificarse y a evidenciar una creciente incomodidad. A diferencia de Macri y Telerman, vino con una carpeta con sus ideas principales, que eligió leer desde el podio principal, que estaba reservado sólo para las palabras de saludo del presidente de la DAIA, Aldo Donzis.
De este modo, Filmus tal vez pensó que sería él quien manejaba las normas y quien organizaba la agenda de la noche, pero su autopropulsión al atril lo puso en una posición magistral que iba de la mano con la indisimulable tensión corporal que emanaba de su modo de ubicarse ante la gente. Se molestó que pusiera en duda un argumento exhibido por él que pareció desafortunado: soy el primer ministro de Educación judío que ha tenido la Argentina», dijo. Me permití recordarle que Jorge Federico Sábato, designado ministro de Educación por el presidente Alfonsín el 13 de octubre de 1987, fue el primer ministro de Educación no católico que tuvo el país. Sábato era hijo de Matilde Kusminsky Richter de Sábato, la esposa de Ernesto, que se casó con su marido al final de su vida en rito católico, pero que era irrebatiblemente judía cuando tuvo a sus dos hijos. Pero, además de que para la ley judía las conversiones no cuentan y una mujer judía no deja de serlo, el reclamo de Filmus fue desconcertante por innecesario: ¿pensó que decir eso le ganaría la simpatía de la comunidad judía argentina, a la que él sin duda pertenece?
Por lo demás, vi en sus respuestas no sólo una sesuda preparación argumental, sino también un perfil defensivo muy notorio, expresión de una persona muy inteligente y despierta que parece estar convenciéndose a él mismo, sin lograrlo, de que su decisión de ser candidato ha sido oportuna. Todo el tiempo me hacía recordar a otra persona interesante, culta y valiosa, Rafael Bielsa, un autodenominado soldado de Kirchner, que salió tercero en las elecciones legislativas de 2005 en la Capital.
Telerman se mueve con un histrionismo a veces desproporcionado, que si no se modera puede afectar su credibilidad. Pero se mueve con una notable ductilidad en el espacio del poder, una confortable colocación en el espacio de la toma de decisiones. Si Macri no eliminó todavía los resabios de sus manierismos gran-burgueses y Filmus hace recordar, pese a que tiene 51 años, a un cuadro del peronismo revolucionario de los ’70, Telerman ocupa un espacio grato y poco vulnerable, ese que lo pone en el ritmo de los políticos sanguíneos pero pacíficos, sensatos pero audaces. Se desmarca de la iridiscencia todoterreno de Carrió y se niega a «matar» a Kirchner. Apenas insinúa que el Gobierno es dominado por un grupo muy belicoso y soberbio, pero conserva bordes blandos y porosos para dejar entreabiertas rendijas que le permitan coexistir con los ásperos y verticales Kirchner.
De modo que ahí estaban, mal o bien dormidos, felices o empapados de angustia, resueltos o dubitativos. Es apasionante pero muy apremiante tener la posibilidad de carear a los que ambicionan tener un cierto poder para desarrollar una determinada idea. En mi caso, oscilaba entre la tentación despectiva y la sincera admiración hacia quienes han resuelto zambullirse en el, a menudo, mugriento temporal de los existenciales apetitos políticos.
Era bueno que padecieran, los tres y cada uno a su manera –desde la aparente displicencia de Macri a la nerviosa compostura de Filmus, pasando por la luminosa actitud de beneplácito permanente de Telerman–, el hecho de tener que rendir cuentas, explicar, razonar, argumentar, ganarse el voto con el sudor de su frente. En ese sentido, y pese a delirios paranoicos y rictus profesionales de candidatos demasiado entrenados por coaches y encuestadores, el ágora de la DAIA fue una refrescante experiencia democrática.
Perfil/Foto Infobae

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