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Sacha Baron Cohen: «No hice ninguna camara oculta»

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Patrick Goldstein THE GUARDIAN Y CLARIN .-
Cohen nació en el seno de una familia de clase media de Londres y en verdad soñaba con ser basquetbolista o bailarín. En su adolescencia pasó un año en un kibbutz y fue miembro de Habonim, un movimiento juvenil sionista socialista que, bromea, «básicamente significaba que compartíamos las golosinas». No estaba seguro de querer ser actor. «Creo que me daba vergüenza admitir ante mis amigos —y ante mí mismo— que quería ser comediante. Era algo así como admitir que uno quería ser modelo.»

De acuerdo, tengo que admitirlo: me resultó algo desconcertante ver a Sacha Baron Cohen sin el bigote de Borat. Cuando el actor cómico aparece para su primera entrevista desde el surgimiento de la boratmanía, Baron Cohen se ve algo más bajo, sobre todo en comparación con el corpulento personaje que provocó tal sensación en Borat, el éxito que conquistó a todos, tanto a los que se rieron de la conducta estrafalaria de Borat como a quienes la propiciaron.

Baron Cohen toma té de limón en un café de Santa Monica, California, y tiene el aire de un hombre que se desprendió de una piel demasiado usada. El comediante de treinta y cinco años tiene un pelo oscuro ingobernable, barba de tres días y lleva puesta una campera de corderoy. Podría pasar por un joven profesor de cine de la UCLA y no despertar ninguna mirada. Su marcado acento kazajo desapareció, y lo reemplaza una sobria cadencia británica.

La mayor parte de los comediantes abandona el papel en cuanto termina la película. Cohen, sin embargo, siguió encarnando a Borat durante meses el otoño pasado, cuando tomó por asalto el Festival de Cine de Toronto, dio conferencias de prensa frente a la embajada de Kazajstán en Washington y, al aceptar el premio de una revista, elogió a Mel Gibson diciendo: «Es usted y no yo el que debería recibir este premio GQ al luchador antijudío del año».

Fue un marketing brillante, y los medios se sintieron encantados de convertir a sus periodistas en hombres conservadores para una serie de entrevistas delirantes. En cierto sentido, Baron Cohen sigue inmerso en todo eso. Su publicista llamó con la idea de que se entrevistara a Baron Cohen —la persona real— el día después de que se lo nominara a un Globo de Oro (convenientemente, ganó el premio al mejor actor de comedia o musical). ¿Casualidad? No lo creo.

De todos modos, el peso de ser Borat tuvo sus consecuencias, sobre todo durante los meses de rodaje, en los cuales, para mantener el misterio, fue Borat de la mañana a la noche.

«Fue agotador —recuerda hundido en el sillón y combatiendo un persistente resfrío—. Tenía que ser así todo el día y toda la noche, ya que, de descuidar el más mínimo detalle, habría despertado sospechas. Hasta si iba al baño tenía que asegurarme de ir al baño como Borat». Se permite un esbozo de sonrisa. «Sin duda iba a haber gente en el baño, de modo que se sabría que Borat había pasado por ahí».

En una época en que los actores tienen que disculparse por cualquier declaración que pueda considerarse incorrecta, Cohen creó con inteligencia un personaje cómico que le dio vía libre para todo tipo de conducta intempestiva, ya se tratara de comentarios impropios sobre las mujeres, burlas sobre los fieles de una iglesia pentecostal o una visita a una armería a cuyo dueño le preguntó: «¿Cuál es la mejor arma para defenderse de los judíos?»

Cohen perfeccionó ese estilo en televisión, en el Da Ali G Show y en su predecesor, The Eleven O’Clock Show, donde interpreta a un idiota fanático del hip-hop que usa una cadena de oro y tortura a una serie de funcionarios gubernamentales con preguntas por completo inconvenientes. Esa experiencia lo convirtió en un maestro de la provocación. Borat parece extraordinariamente adecuado para los tiempos que corren, por más que el personaje tiene profundas raíces en la comedia. Si alguien quisiera ver a un buen chico judío asumir una identidad étnica para hacerse pasar por un mujeriego y artista transgresor caricaturesco, podría ver a Chico Marx en cualquier comedia de los hermanos Marx.

Si bien nada puede igualar el incomparable sketch del Ali G Show en el que Borat hace que la gente cante ‘Tiren al judío al pozo’ en un bar de público conservador, está en deuda con el trabajo de Randy Newman, que alentaba jubilosamente coros similares sobre la Gente Pequeña («Tienen manos chicas, ojos chicos; andan por ahí diciendo grandes mentiras»), como si apoyara el alarmante contenido de la canción. La novedad de Cohen es que presenta su comedia en un entorno realista, con gente reconocible, gente que podría vivir en la casa de al lado. Eso da a las escenas una autenticidad mordaz que suele ser tan inquietante como graciosa.

«‘Tiren al judío al pozo’ sólo fue interesante porque la gente del bar empezó a cantar», explica. Algunas de las personas a las que filmaron Baron Cohen y su director, Larry Charles, dijeron que se las había sacado de contexto, acusación que Cohen niega. «Si se ve todo lo que se filmó con el dueño de la armería, por ejemplo, se comprueba que mantuvimos una larga conversación sobre el arma adecuada para hacerle saltar los cuernos de la cabeza a un judío.»

Algunas de las personas que aparecen en la película protestaron o presentaron una demanda afirmando que las habían engañado. Cohen no se solidariza con ellas en lo más mínimo. «No fue una cámara oculta —dice—. Había dos cámaras grandes. No compro esos argumentos del tipo de: ‘Ah, yo no me habría comportado de forma tan racista o antisemita si hubiera sabido que la película se iba proyectar en los Estados Unidos’. Eso no es ninguna excusa.»

La producción de Borat estuvo a cargo de Jay Roach (el director de La familia de mi novia), que compara la técnica de comedia de Cohen con el trabajo de un hábil mago. «Uno sabe que es mentira y que lo van a engañar, pero hay una capa adicional de realidad que nos lleva más allá del asombro, a un lugar en el que ni siquiera estamos seguros de que siga tratándose de un truco», explica. «Sacha es un verdadero estudioso de la comedia, de modo que muy minucioso».

Pronto Cohen creaba los sketches de Ali G para televisión. Apareció por primera vez en el Paramount Comedy Channel con micros de dos minutos en los que encarnaba a Bruno, un periodista de modas gay austríaco. Poco después nació Borat. Como es todo un purista de la autenticidad, durante el rodaje de la película nunca lavó el traje tris de Borat y jamás usó desodorante. «El olor es un elemento más para que la gente crea que soy de un país en el que la higiene no se consideraba algo necesario».

Según cuenta, la gente llamó a la policía en treinta y siete ocasiones durante el rodaje, y eso sin tener en cuenta la vez que aparecieron agentes del Servicio Secreto mientras él estaba frente a la Casa Blanca. «Pensaron que debíamos ser de al-Qaeda, ya que ¿por qué más dos tipos iban a estar dando vueltas alrededor de la Casa Blanca en un camión de reparto de helados?»

El episodio más difícil tuvo lugar en Louisiana, cuando una mujer cuyos antepasados habían sido dueños de plantaciones se sintió insultada por una pregunta que él le hizo y le pidió al marido que llamara a la policía.

«Teníamos treinta segundos para huir en un camión de reparto de helados cuya velocidad máxima era de ochenta kilómetros por hora», dice. Le pregunté a Cohen qué le había dicho para que la mujer se sintiera tan ofendida. Frunce el ceño un momento. «No estoy seguro», contesta por fin. «Pero creo que debo haber tratado de venderle esclavos kazajos.»

Traducción: Joaquín Ibarburu

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