Otra vez contra la corriente: llegar a esta ciudad, en la bombardeada ruta hacia la frontera con Siria, es como ponerse en mediode quien escapa del naufragio.
Tal es la urgencia con que los aterrados pobladores huyen del frente sorpresivamente abierto por Israel en plena montaña, en la Baalbek de las fantásticas ruinas romanas y a más de cien kilómetros del punto más cercano de su frontera compartida con el Líbano.
Todavía nadie se explica muy bien qué pasó. «De pronto nos despertó el estruendo de los helicópteros, el de los disparos y una luz que fue como si se hiciera de día», tartamudea Ahmad Bissi, ex residente de Baalbek y hoy, ocupante de un mísero colchón en una de las cuatro escuelas de esta ciudad, donde buscó refugio.
No es sólo la duda; también la vulnerabilidad se corporiza aquí de modo estremecedor: la gente camina mirando al cielo no porque implore a los dioses o a la diplomacia en la que ya no cree, sino porque teme oír otra vez el espantoso ruido de los aviones.
Y en medio del temor a la muerte que viene de arriba salieron a buscarse otra vez la vida en la calle. «Pasaron toda la mañana, pero no descargaron», dijo un vendedor de sandías, hablando así, tras su modesto puesto de mercado, de los bombarderos y de sus proyectiles.
Zahle no da abasto: los refugiados de Baalbek le llegaron en pocas horas, disparados por el espectacular ataque nocturno de los comandos israelíes. Sus cuatro escuelas son ahora hogares de emergencia, y junto al río se eleva la carpa del puesto de la Cruz Roja, hecha un hervidero.
El valle ha quedado envuelto por los vuelos rasantes. Ocurre que Bekaa no es solamente asiento de una de las mejores ciudadelas que dejaron los romanos, sino también, patria de Hezbollah.
Una patria tan organizada que, a pocos kilómetros de aquí, en Chtaura, tiene un centro financiero, en pleno cruce de caminos hacia Siria. Y tal vez por eso está mucho más regado de cráteres por los ataques aéreos. Y, también, de fotos de su jefe, Hassan Nasrallah, y de sus mentores.
Hace un par de semanas, el ataque israelí destrozó buena parte del camino: era un modo de evitar -decían- que los agentes de Hezbollah huyeran hacia Siria. Hace tres días, recuerdan aquí, le dio un poco más, y un ataque aéreo se cargó un camión con medicamentos.
Lo más osado, sin embargo, llegó en la madrugada de ayer, cuando Israel bajó con sus helicópteros sobre el hospital Dar al-Kermah, de la vecina Baalbek, y lo regó a balazos, en una operación muy precisa.
Terminada esa batalla, empezó la de las palabras. Israel declaró que buscaba líderes de Hezbollah y que había atrapado a unos cuantos. Hezbollah lo negó y declaró que Israel no se llevó, en todo caso, otra cosa que civiles no combatientes.
En esta ciudad, en tanto, se cree más en una tercera línea, deslizada por fuentes de seguridad. La versión afirma que el operativo comando habría perseguido, erróneamente, el rescate de los dos soldados israelíes secuestrados por Hezbollah a los que, supuestamente, se habría dado por retenidos en el hospital.
No son dos soldados comunes: son los dos uniformados que secuestró la milicia islámica, en cuya represalia Israel lanzó la ofensiva que, según el parte conocido ayer, causó más de 900 muertos y 3000 heridos. «Fue algo difícil de olvidar. La ciudad estaba a oscuras por el corte de energía, cuando de pronto el cielo se iluminó con los reflectores de los helicópteros contra el hospital. Fueron directo a ese blanco, con varios ataques», cuenta Ghassan Shaayti, otro de los refugiados.
De población mayoritariamente cristiana, no todos en Zahle se entusiasman con la versión del supuesto operativo fracasado. Ni tampoco con la «resistencia» de la milicia islámica.
«Quieren combatir a Israel, pero es el Líbano el que está siendo destruido», reacciona la dueña de un pequeño restaurante junto al río. El local lleva tres semanas cerrado, sin futuro a la vista.
Por Silvia Pisani
Enviada especial
La Nacion