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El conflicto entre israelíes y palestinos coloca a los líderes judeonorteamericanos ante un problema arduo y especial

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A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, un niño, sus hermanos y hermanas menores y su madre embarazada, todos refugiados en Bélgica, huyen del avance alemán, atrapados en uno de los peores desastres de esa contienda: la retirada desesperada de las tropas aliadas en Dunquerque. Se acurrucan en un sótano, a oscuras, mientras sobre sus cabezas se libra una lucha encarnizada. Por la mañana, los alemanes victoriosos abren la puerta a puntapiés.

Esta escena aterradora, los meses subsiguientes en la Francia de Vichy, escondiéndose en un esfuerzo constante por eludir las redadas de judíos, y, finalmente, el viaje en avión a Casablanca y de allí a Estados Unidos vuelven, una y otra vez, a la memoria de aquel niño. Se llama Henry Siegman. Dice que lo padecido en su infancia le hace más fácil comprender qué significa ser palestino y vivir bajo «el miedo y la humillación» de la ocupación israelí.

Actual miembro senior del Council on Foreign Relations, nos recibe en su despacho, sobre una esquina de Park Avenue, y confiesa que su empatía con los sufrimientos de los palestinos lo ha convertido en un paria dentro de la colectividad judía norteamericana. «Hemos perdido mucho en la vida de las organizaciones judeonorteamericanas -expresa-. Estudié y admiré al rabino Abraham Heschel. Leí sus libros. Fuimos amigos. Marchamos juntos en el Sur durante el movimiento por los derechos civiles. ƒl me ayudó a comprender la pasión profética por la verdad y la justicia como piedra angular del judaísmo. Hoy día, esta comprensión no anima a la comunidad judía de Estados Unidos. Sin ella, la convocatoria de sus líderes a la unidad y solidaridad judías se diferencia muy poco de las exigencias planteadas por movimientos nacionalistas intolerantes que, a menudo, degeneran en xenofobia.»

Silencio culpable

Ningún credo o denominación es inmune a un vuelco hacia la derecha, advierte, pero el conflicto entre israelíes y palestinos coloca a los líderes judeonorteamericanos ante un problema arduo y especial. Y al intensificarse ese conflicto, dentro de la comunidad fueron apagándose las voces en contra de la política israelí.

«Las organizaciones judeonorteamericanas confunden el apoyo al Estado de Israel y su pueblo con la aprobación incondicional de las acciones de los gobiernos israelíes, aun cuando éstos hagan cosas que dichas organizaciones jamás tolerarían en un contexto norteamericano -señala-. En los Estados Unidos de hace veinte o treinta años, era inconcebible que un líder judío guardara silencio si, dentro del gobierno de Israel, un partido político pedía la transferencia de palestinos, o sea, una limpieza étnica. En la actualidad hay por lo menos tres partidos que la piden, pero las organizaciones judeonorteamericanas no han emitido una sola crítica.»

Cuando los nazis asumieron el poder en Alemania, en 1933, su padre, Mendel Siegman, huyó con su familia a Amberes y finalmente a Estados Unidos. En Nueva York, Henry cursó estudios rabínicos. Ya ordenado, se enroló en el Ejército, sirvió en Corea como capellán de tropas de combate y ganó dos medallas: una estrella de bronce y un corazón púrpura. Sus experiencias de esa guerra, sumadas a las de su niñez en Europa, lo inclinaron a unirse a aquellos judíos para los que la justicia social constituía un elemento central de su religión. Llegó a dirigir, durante dieciséis años, el Congreso Judío Norteamericano y luego se incorporó al Council on Foreign Relations. Sin embargo, aclara, muchos judíos redefinieron su fe convirtiendo la ideología del Estado judío en «una religión sustituta».

«El apoyo a Israel llena un vacío espiritual -explica-. Si usted no apoya al gobierno israelí, no cuestionan su criterio político sino su judaísmo.» No lo dice en tono iracundo e indignado, sino con la serenidad del desengaño. Su posición ha enfurecido a tal punto a la mayoría de sus hermanos en religión que no puede discutir el tema con ellos. «Hay un solo hermano con el que puedo entablar una discusión política», admite.

Insiste en sumar al flagrante fracaso moral de los líderes judeonorteamericanos otro fracaso: no comprenden que la clase de represión impuesta a los palestinos afecta la seguridad de Israel. Está convencido de que, a la larga, los palestinos obtendrán un Estado, pero eso costará tanta sangre y creará tantas enemistades que emponzoñará las relaciones entre israelíes y palestinos por varias generaciones. Para él, la lucha por un Estado palestino «es la imagen reflejada del movimiento sionista» que llevó a la creación del Estado de Israel, en 1948. «No es una excusa para los atentados suicidas -acota-, pero el proceder de Israel ante estas atrocidades resulta sospechoso, mientras se aproveche de ellas para prolongar la ocupación y extender los asentamientos israelíes.»

«Ante semejante ceguera política y moral, los futuros historiadores judíos que escriban sobre nuestra época no nos tratarán con benevolencia -concluye-. En Washington, durante una manifestación reciente en apoyo de Israel, la gente acalló con sus gritos a un vocero del gobierno, el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, un activo partidario de Israel, porque se atrevió a expresar su compasión por el sufrimiento de los palestinos. Por eso no recurro a los líderes de organizaciones judías, ni a los líderes políticos de Israel, muchos de los cuales nada saben de judaísmo, para que me definan el significado de la identidad o la solidaridad judías. Las fuentes clásicas judías son una guía mucho más confiable.»

(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
Fte La Nacion

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