Cuando quedan sólo siete semanas para que comience la retirada de la Franja de Gaza, Israel se halla sumido en plena guerra de colores: los que se oponen a la evacuación marchan en acciones de protesta en todo el país con banderas, cintas y camisetas naranjas, mientras que los que la apoyan responden colocando insignias blanquiazules en sus coches.
Pero estos últimos llevan, en lo que a colores se refiere, las de perder: el naranja de los colonos no sólo llama más la atención, sino que los ideológicamente firmes oponentes a la retirada de Gaza son claramente superiores en número.
Inspiradora de la elección del llamativo color de los colonos fue la revolución naranja de Ucrania, que finalizó exitosamente en enero con la asunción de la presidencia de Viktor Yuschenko.
Con la elección de los colores nacionales como símbolo, los que respaldan la primera evacuación de asentamientos judíos en los territorios palestinos quieren dejar claro que los verdaderos patriotas y sionistas apoyan una retirada a las fronteras de 1967, lo que a la larga, dicen, garantizará el mantenimiento de la mayoría judía en el Estado de Israel.
Aunque las encuestas aseguran que los que sustentan la retirada son mayoría en Israel, los que se oponen a ella están muy bien organizados y con sus símbolos naranjas mucho más presentes.
El respaldo a la retirada es sobre todo «indiferente, superficial, lejano, sin una participación emocional», afirma un comentarista en el diario israelí Yediot Ahronot. La ardiente oposición de los colonos tiene, por el contario, simplemente más sex appeal.
En la pasada semana, en una acción de protesta a escala nacional miles de coches pararon sus motores bajo el lema Un momento, parar y volver a pensar. Los conductores bajaban de sus vehículos y ondeaban banderas naranjas. Con la euforia anunciaron que detendrían el tráfico en todo el país con bloqueos de carreteras, pero luego fueron acciones puntuales en Jerusalén, Tel Aviv y Haifa.
La fiebre naranja da constantemente lugar a nuevas ideas: un asistente parlamentario se tiñó el pelo de un naranja chillón, por lo que se le prohibió la entrada al Parlamento israelí (Knesset). Los colonos incluso han distribuido durante sus protestas helados creados para la ocasión y que, por supuesto, son de color naranja.
Un soldado israelí se ató una cinta naranja a su arma y anunció que se pasaba al lado de los colonos en la evacuación de un hotel de Gush Katif. «Tengo hermanos que son colonos, no voy a expulsarlos», declaró en la radio israelí. «Que me arrojen al calabozo», agregó.
Con tantos colores-símbolo, algún que otro israelí ya ha manifestado que siente coartadas sus libertades. «Ya no me puedo vestir de naranja, se ha convertido en una declaración política», se lamenta Gili Siwan, que se considera una religiosa moderada. «Ni siquiera puedo llevar mis pendientes naranja».
Una tira cómica refleja cuán profundamente ha influido la guerra de colores en la vida privada: en la caricatura, una comadrona muestra un recién nacido y pregunta a los desconcertados padres si quieren que le ponga al bebé una cinta de identificación azul o naranja.
A juicio de un comentarista del diario de izquierdas Haaretz, el mar de cintas naranjas en los coches demuestra que «la democracia no es una garantía de sabiduría».
El naranja es un símbolo de una «teocracia nacional-religiosa, de la continuación de la ocupación, de un sistema de apartheid, de la resistencia contra Estados Unidos y la comunidad internacional, del aislamiento de Israel y de una crisis económica», asegura Haaretz. El naranja es una «moción de censura a la democracia israelí», añade.
Fte SARA LEMEL (DPA)
Diario de Sevilla