Itongadol.- Andrea Gualde, abogada y asesora para Latinoamérica para el Instituto Auschwitz para la paz y la reconciliación, expuso una muy interesante ponencia el pasado 15 de diciembre en el acto homenaje a los desaparecidos judíos durante la última dictadura militar, organizado por la AMIA. En su discurso, Gualde destacó la importancia del crimen que particularmente se ensañó con la comunidad judía y aseguró: “Ha sido determinante de la mayor ferocidad en la represión, y ha pesado adicionalmente en la decisión del exterminio”.
Bajo el lema “Decir presente es decir nunca más”, la abogada, quien desde 1991 hasta principios de 2013 ocupó distintos cargos gubernamentales relacionados con los derechos humanos, entre ellos representando al país en la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, se refirió a la importancia del homenaje a la comunidad judía por ser ellos, torturados o humillados con mayor ensañamiento sólo por su pertenencia a ese colectivo, al que denominaban “explotador capitalista”. Además, criticó al antisemitismo como práctica tributaria del nazismo de la época y se atrevió a denunciar que “los dogmas del régimen totalitario no concluyeron con la caída del Tercer Reich, sino que su ideología y métodos más repulsivos siguieron vigentes en el tiempo y, lamentablemente, fueron incorporados por amplios sectores de mandos y ejecutores del terrorismo de Estado en Argentina”.
Por último, invitó a los presentes a preguntarse la razón por la que se encontraban en el homenaje, a lo que replicó que las conmemoraciones tienen un efecto disparador de la memoria colectiva. “Nos permiten reflexionar críticamente sobre el pasado, y construir memoria. Entender estos procesos es hacernos cargo de nuestra historia. Es revisitar una y otra vez un pasado doloroso y en disputa. Es transitar un camino crítico, que nos interpela y desafía”, concluyó.
A continuación, la ponencia completa:
Amigos todos,
Quería agradecer la invitación de AMIA, especialmente a Batia Nemirovsky, presentador del acto, y a la Asociación de Familiares de Desaparecidos Judíos en Argentina por confiar en mí para exponer el mensaje de este año. Esta reunión anual nos convoca a conmemorar a los desaparecidos judíos de la última dictadura, y como ocurre con las fechas de conmemoración, también nos convoca a reflexionar. Mientras escribía estos párrafos, pensaba: ¿cuál es la singularidad de este acto?
El terrorismo de estado se ensañó particularmente con la comunidad judía. No hay dudas sobre esto ya. Desde luego cada comunidad tiene derecho de homenajear a sus integrantes desaparecidos, pero en el caso de la comunidad judía ese homenaje va mucho más allá y no debe confundirse con otros. Porque los desaparecidos de otros orígenes o colectividades no fueron torturados o humillados con mayor ensañamiento sólo por su pertenencia a esos colectivos. En cambio, los judíos sí. Considerar todas las situaciones equivalentes implica trivializar los hechos y, en definitiva, una forma sutil de negarlos, completando, en última instancia, el ciclo del proceso genocida.
Conocemos los hechos: en los Centros clandestinos de Detención y las cárceles de la dictadura el antisemitismo no era excepcional. Sabemos, a través de los testimonios de los sobrevivientes, que ese antisemitismo se manifestaba en el uso de simbología nazi; en el denominado “tratamiento especial” que las víctimas de origen judío sufrían durante su cautiverio, que no es otra cosa que ese mayor ensañamiento -si era esto todavía posible- por la sola condición de ser judíos; se manifestaba en interrogatorios antisemitas, calcados de los protocolos de los sabios de Sion, en los que los secuestrados eran acusados de conspirar para controlar los centros de poder del mundo.
En esa asociación al sionismo internacional y también al comunismo se reflejaba -en un mar de contradicciones y paradojas-el odio de los torturadores para con las víctimas judías. Gabriela Lotersztain recuerda: “Los torturadores asociaban el judaísmo con el comunismo y al mismo tiempo, como en su momento el nazismo alemán, eran capaces de acusar a los judíos de ser ‘explotadores capitalistas’ (…) Quizá – concluye- la expresión que refleje más adecuadamente el antisemitismo de los represores militares sea la de ‘judío subversivo’. Allí confluían todos sus odios, tanto los atávicos, como los contemporáneos.
No sabemos con certeza si la identidad judía ha incidido en la planificación de los secuestros. De lo que no hay duda es que ha sido determinante de la mayor ferocidad en la represión, y ha pesado adicionalmente en la decisión del exterminio
Si bien es casi irreverente traducir la dimensión del crimen en cifras, es un hecho también que el porcentaje de desaparecidos de origen judío del total de víctimas no guarda proporción con el porcentaje de la población judía en los años 70 en la República Argentina. Esta sobrerrepresentación no puede interpretarse, y así lo ha señalado el Centro de Estudios Sociales de la DAIA como un hecho ni casual ni tangencial, sino que, por el contrario, nos dice mucho del proceso genocida argentino.
Antisemitismo, persecución adicional y sistemática, ensañamiento. Todas estas, prácticas tributarias del nazismo en muchos aspectos. La figura del desaparecido se referencia en los decretos de noche y niebla, y la Esma, en Auschwitz. A tres décadas y un océano de distancia, los genocidas vernáculos replicaron la deshumanización, los intentos por quebrar la dignidad, la negación del nombre, el uso de eufemismos y la desaparición de los cuerpos, como práctica para diseminar el terror hacia una sociedad que pretendían disciplinar.
Se ha dicho con agudeza que la dictadura llevaba en el nombre su objetivo: la reorganización nacional. Pero, ¿sobre qué bases? Videla afirmó ante periodistas ingleses en 1976 que “un terrorista no es solamente alguien con un revólver o con una bomba, sino también cualquiera que difunde ideas que son contrarias a la civilización occidental y cristiana”. Daniel Goldman se pregunta entonces, ¿cuál era el lugar que reservaba para los judíos esta definición?
Todo esto está probado judicialmente en los juicios de lesa humanidad, especialmente en la causa conocida como Primer Cuerpo de Ejército.
Vesubio… Atlético… Banco… Olimpo…Automotores Orletti….Hospital Posadas…..la profusión de testimonios llevan al juez instructor a concluir que “los hechos narrados no hacen más que recordar que los dogmas del régimen totalitario nazi surgido en Alemania no concluyeron con la caída del Tercer Reich, sino que su ideología y métodos más repulsivos para la condición humana siguieron vigentes en el tiempo y, lamentablemente, esta degradación fue incorporada por amplios sectores de mandos y ejecutores del terrorismo de Estado en Argentina”
Y qué decir de los juicios en los que se investigaron los crímenes del circuito Camps en la Provincia de Buenos Aires. En esos casos está probado que el antisemitismo no fue patrimonio exclusivo de los asesinos de mano propia y de los torturadores dentro del mundo concentracionario. Basta con recorrer las cientos de fojas del expediente del Consejo de Guerra confeccionado para encubrir los secuestros, torturas y vejaciones de los que fueron víctimas los integrantes del denominado grupo Graiver, para comprobar que los burócratas del ejército plagaron de referencias antisemitas esa mascarada de expediente que intentó legalizar lo imposible.
Permítanme a esta altura explicar lo obvio: ¡Que importante es el proceso de justicia bajo esta mirada! Los juicios penales llevados adelante en nuestro país tienen múltiples valores: condenar a los responsables -desde luego y en tanto son un proceso penal- pero también brindar reparación a las víctimas; dar certeza y esclarecer los crímenes y consolidar la memoria colectiva. La dimensión estrictamente jurídico penal de la sanción abre paso a otras. El juicio contribuye así a la determinación de la verdad, a la creación de memoria y a la producción de sentido. En esta interpretación, el juicio mira y analiza el pasado, pero incide en el futuro.
Aquí me permito entonces compartirles una segunda reflexión sobre lo que estamos haciendo aquí y ahora: ¿Para qué nos damos espacios de conmemoración?
Nos reunimos para homenajear a las víctimas. Para no olvidar. Esto es evidente. Pero también estamos aquí, porque las conmemoraciones tienen un efecto disparador de la memoria colectiva, de una enorme potencia. Nos permiten reflexionar críticamente sobre el pasado, y construir memoria.
Porque la memoria no es espontánea. Es un músculo que hay que entrenar y nutrir. Representa, además, el enlace entre generaciones que dota de sentido a ese “nunca más” que la familia humana repite desde que se horrorizó frente a las imágenes en blanco y negro de los campos de concentración del nazismo. La frase “Nunca más” tiene un sentido profundo; es un llamamiento poderoso a la conciencia de la humanidad. Pero, ¿cuántas veces escuchamos y cuántas veces dijimos de buena fe “nunca más”? En Ruanda, y en Srebrenica, y en Guatemala, y en Latinoamérica, y en Siria, y en tantos lugares… Hoy escuchamos despavoridos cómo, en otras geografías, discursos que creíamos superados pueden volver bajo otros rostros, de la mano del pensamiento larvado de sectores de la sociedad que están allí, pasivamente, esperando quién los sepa interpretar…
Nos previene Daniel Feierstein con crudeza y claridad de los discursos fáciles y cómodos que nos hacen “amenizar” la experiencia genocida. Naturales mecanismos de defensa nos hacen volver a casa tranquilos luego de sentir la empatía con cada víctima y poder condenar tranquilos a esos victimarios tan lejanos, tan alemanes o tan turcos, o tan de otro planeta como para no obligarnos a pensar cuánto de aquello continua presente hoy, cuantas de aquellas víctimas son las actuales, las que sufren sin poder ser escuchadas mientras sólo somos capaces de rememorar una y otra vez los horrores pasados, que no se tratan de entender, que no nos obligan a cambiar nada de nosotros mismos.
Espacios como éste nos habilitan a pensar. Y a preguntarnos cómo fue posible que nuestra sociedad produjera hechos como los que hoy recordamos.
Hace unos años, todavía como funcionaria, visité la Topografía del Terror en Berlín. Allí, en lo que fue la sede de la Gestapo se alza un museo que documenta las formaciones burocráticas del Tercer Reich que llevaron adelante el exterminio del pueblo judío. A mi regreso, en una conversación entre colegas, se planteó la posibilidad de hacer algo similar en Argentina y algunos de los presentes afirmaron: “A los represores hay que juzgarlos; no estudiarlos”.
Yo también compartía y comparto la necesidad de juzgamiento y de condena a quienes violaron todos los derechos. Pero eso no es contradictorio con indagar cómo llegamos a esos crímenes. Si no ahondamos en qué continuos históricos se verificaron, qué entramado educativo o qué ideología los legitimó, qué complicidades los apañaron, antes, durante y después, poco contribuiremos a que ese nunca más sea algo mejor que un enunciado políticamente correcto.
En tiempos de paz, y de vigencia del Estado de Derecho se puede hacer mucho para prevenir. Los esfuerzos de prevención empiezan por hacernos cargo del pasado y reconocer que el genocidio es un proceso, cuyas etapas pueden llevar décadas de preparación. Sobre estos estadios iniciales existe poca conciencia en la sociedad, que sólo reacciona, y generalmente tarde, frente al exterminio. Pero si entendemos en cambio, que a ese exterminio se llega premeditadamente a través de un proceso minuciosamente preparado; si somos capaces de identificar las señales de alerta y de peligro, también seremos capaces de reaccionar y actuar, en etapas tempranas.
Entender esos procesos es sinónimo de hacernos cargo de nuestra historia. Es revisitar una y otra vez un pasado doloroso y en disputa. Es transitar un camino crítico, que nos interpela y desafía. Es, en definitiva, formularnos preguntas incómodas, para obtener respuestas necesarias que nos debemos como sociedad, por respeto a las víctimas y a las generaciones que nos continuarán.
Muchas gracias por haberme honrado con la tarea de compartir estas palabras.