Inicio MUNDO JUDIO Parashá de la semana: Vaierá

Parashá de la semana: Vaierá

Por Iton Gadol
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Itongadol.- Mientras Abraham esperaba recibir visitantes, aparecieron tres individuos.

Corrió a darles la bienvenida y a agasajarlas en la forma más hospitalaria. Estos “visitantes” eran, en realidad ángeles enviados por Hashem para cumplir misiones especiales en este mundo.

Uno de ellos le informó a Abraham que en un año su esposa Sará daría a luz a un niño. El segundo ángel cumplió su misión, curando a Abraham el dolor y el malestar que le había producido la circuncisión (ver parshat Lej Leja).

Había llegado el momento de que el tercer ángel cumpliera su parte: la destrucción de Sodoma y Gomorra. Di-s decidió que sería impropio no informar a Abraham de Su intención de destruir las dos ciudades. Cuando Abraham se enteró de esto, se despertó su misericordia y se dirigió a Di-s con una plegaria en favor de los habitantes de ambas ciudades, argumentando que los hombres justos no deberían ser destruidos junto con los malvados. Obtuvo, entonces, la promesa de Hashem de perdonar a la comunidad entera si se hallaran entre ellos por lo menos diez hombres rectos.

Dos ángeles llegaron a Sodoma. El primero, el mismo que había curado a Abraham, ya estaba allí para cumplir el resto de su misión y salvar a Lot y su familia. El segundo estaba dispuesto a destruir la ciudad. Los ángeles informaron entonces a Lot que Di-s tenía la intención de destruir la ciudad. Sin perder un instante lo tomaron a él, a su esposa y sus dos hijas, y los ubicaron fuera de la ciudad. Les advinieron que no se dieran vuelta para mirar la destrucción de esa urbe. Ellos serían salvados sólo por el mérito de Abraham y en consecuencia, no tenían derecho a observar el castigo de los demás.

Luego Hashem derramó azufre y fuego sobre las ciudades de Sodoma, Gomorra y la planicie que las rodeaba. Toda el área fue destruida. La esposa de Lot desobedeció la advertencia de los ángeles: se dio vuelta para contemplar la destrucción y, como castigo, fue convertida en una estatua de sal.

Transcurrió un año y Hashem recordó a Sará tal como había prometido. Ella dio a luz a un niño, al que Abraham llamó Itzjak, y lo hicieron circuncidar a los ocho días, tal como Di-s le había ordenado (ver parshat Lej Leja). También le prometió que Ishmael sería padre de una gran nación.

Hashem ordenó a Abraham que tomara su único hijo, al que amaba tanto, el hijo de su vejez, Itzjak, y lo ofrendara en sacrificio en la montaña de Moría.

Abraham no titubeó ni por un instante. A la mañana siguiente se levantó temprano, hizo los arreglos necesarios, tomó a su hijo y partió hacia el lugar que le sería revelado por Di-s. Al tercer día llegó a la montaña señalada. Abraham construyó el altar, ordenó la leña sobre el mismo y ató las manos y los pies de Itzjak. Luego lo ubicó en el altar sobre la leña, y alzó el cuchillo dispuesto a sacrificar a su hijo, cuando repentinamente se oyó la voz celestial de un ángel exclamar:

«¡Abraham, Abraham!», e indicarle que no tocara ni hiciera daño a Itzjak. Ahora era evidente, a todas luces, que Abraham era verdaderamente temeroso de Di-s y no había necesidad de sacrificar a Itzjak. Abraham encontró un carnero cuyos cuernos se habían enredado entre los arbustos, y lo sacrificó en lugar de su hijo.

Hashem le prometió que por el mérito de su gran acción Él lo bendeciría, sus hijos serían numerosos y sus descendientes heredarían las ciudades de sus enemigos.

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