Itongadol/Agencia AJN.- Israel está al borde de la catástrofe.
Habiendo comenzado tan bien su batalla contra COVID-19, se encuentra en los últimos días con una tasa de mortalidad per cápita más alta que la de los Estados Unidos. Tiene una tasa diaria de nuevos casos confirmados más alta que en cualquier otro lugar del mundo. Su tasa de positividad en las pruebas sigue en aumento, con un 40 por ciento de los casos más recientes diagnosticados entre la comunidad ultraortodoxa.
Hay más de 800 casos graves en nuestros hospitales -el nivel, según han dicho especialistas durante meses, en el que el servicio de salud se vería totalmente desbordado-, lo que provocó una directiva de emergencia del Director General del Ministerio de Salud, Chezy Levy, para disponer 1.500 camas más en los hospitales de todo el país para los pacientes de COVID-19.
Con una capacidad de resolución frecuentemente innovadora, Israel se ha visto expuesto como un mal estratega y planificador en esta pandemia, encorsetado por su gobierno demasiado grande y disfuncional, que pasa días discutiendo sobre las regulaciones que luego cambia de semana en semana – jugando con un público que está perdiendo su salud (física y mental), sus ingresos y su libertad de movimiento.
Las filtraciones de estos maratones de reuniones de gabinete apuntan a interminables discusiones entre ministros, con implacables alegaciones de que el Primer Ministro Benjamin Netanyahu y algunos de sus leales seguidores han tratado de desviar la toma de decisiones, tanto para tratar de centrarse en las restricciones que frustrarían las manifestaciones masivas en su contra, como para evitar o retrasar las medidas que harían enojar a los partidos políticos ultraortodoxos.
En vísperas del Iom Kipur, imploramos al público que redescubriera el espíritu de responsabilidad social que ayudó a reducir el impacto de la primera ola de la pandemia. En los pocos días que han transcurrido desde entonces, parece que está ocurriendo lo contrario, ya que el Gobierno y la Knesset dedican aún más tiempo a promover los intereses partidistas, ante una ciudadanía amargada que pierde cada vez más la fe en sus dirigentes y se muestra cada vez más reacia a prestar atención a los reglamentos, que cambian con frecuencia. Algunos israelíes -incluidos algunos miembros de la comunidad ultraortodoxa, los más afectados por el virus- parecen haber decidido que pueden vivir o morir según sus propias reglas.
El martes, el ministro de Defensa Benny Gantz comparó la respuesta de Israel a la pandemia con su preparación, o la falta de ella, para la guerra de Iom Kipur de 1973, diciendo que una vez más la gente está muriendo porque los líderes fueron tomados por sorpresa. “En estos días, estamos en guerra en un campo de batalla completamente diferente”, dijo Gantz. “Debemos admitir honestamente que esta vez, también, nos cogieron desprevenidos. Hemos hecho pasar hambre a nuestro excelente sistema de salud durante años. No hemos respondido adecuadamente. Esta vez, también, pagaremos el precio, y el precio será medido en vidas”. Añadió, sin embargo, que “esta vez también ganaremos, todos unidos”.
Para que eso suceda, necesitamos una ecuación simplificada: el público debe centrarse en evitar las grandes reuniones, especialmente en interiores, mantener el distanciamiento social y usar máscaras. Y el gobierno necesita organizarse estratégicamente para presentar un camino convincente y coherente para luchar contra el contagio y permitir una salida gradual del encierro, incluso acelerando la tarea crucial, entregada tardíamente a las FDI, de establecer procedimientos eficientes de seguimiento y localización para detener rápidamente las cadenas de contagio.
Está de más decir -pero evidentemente no es así- que no corresponde a nuestras docenas de ministros discutir durante días sobre los detalles de esta ruta que tenemos por delante, sino que la estrategia debe ser formulada por un equipo de expertos de todos los campos pertinentes, y las recomendaciones deben ser presentadas a continuación para el debate y la aprobación del gabinete responsable.
Nuestros nuevos casos diarios han aumentado de unos 1.000 hace tres meses, a 2.000 hace dos meses, hasta 3.000 a 4.000 y, últimamente, hasta 7.000, 8.000 y, el jueves, unos 9.000. Nuestro número de muertos ha saltado de 1.000 a 1.500 en apenas tres semanas. Estas estadísticas son profundamente preocupantes. Pero no son exponenciales. Todavía no lo son.
Los índices de contagio, el número de casos graves y el número de muertes serán exponenciales, sin embargo, si nuestros ministros, desde Netanyahu hacia abajo, no dejan de lado los intereses personales y partidistas, y urgentemente encargan, aprueban y explican una estrategia convincente para minimizar la devastación del COVID-19. Y si las fuerzas del orden no se centran en asegurar que todos los sectores de la población israelí respeten las restricciones clave. Y si el público, todo el público, no se da cuenta, citando al asediado jefe del Ministerio de Salud Levy, que estamos “casi en un punto de no retorno”.
*El autor es editor fundador de The Times of Israel.