Itongadol.- (Nicolás Cook – El Mundo.es) Es un viernes del año 5784. Mientras el sol se pone cuando el estío más tardío le marca, el cielo, ya ligeramente anaranjado, se prepara para recibir a la noche y emerger así la primera estrella. Todo aparenta mantenerse como si un sólo día hubiera pasado desde ayer, un jueves de 2023. Aunque, paradójicamente, así es. La clave: leerlo desde una perspectiva judía, cuya comunidad da la bienvenida al Rosh Hashaná o cabeza del año en español. Un primer día del mes Tishri -15 de septiembre- que difiere de la fecha marcada el año pasado debido al calendario lunar, cuya variación proporciona un rasgo único e inmemorable a cada celebración.
Precisamente, la aparición del astro prístino marca el comienzo de la festividad que se inaugura con una cena muy íntima. En ella, familiares y amigos atienden cuestiones culinarias, además de iniciar un profundo periodo introspectivo culminado por el Yom Kipur -el décimo día de Tishri o 25 de septiembre-. Cuando el almanaque lo marque, como señala el presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, Isaac Benzaquén, «será el día más sagrado. Será el día del perdón». Asimismo, en esta fecha le pedirán a Dios que les inscriba en el Libro de la vida.
El ayer, tan presente en la comunidad judía, también se refleja en la madrileña casa de Emilio Abraham, donde las pretéritas tradiciones permanecen. A pesar de declararse «no creyente», el anfitrión sigue, al pie de la letra, el ritual que caracteriza a la cena. En este sentido, señala que su postura sobre la religión «no cambia la cuestión» para celebrar la festividad, y es por ello que llega a bendecir el pan en hebreo o ponerse la kipá durante el proceso.
El banquete se dispone de manera simbólica, una palabra muy importante en esta cultura. La mesa se llena de platos típicos y se emulsionan así los dos principales mundos judíos: el ashkenazí y sefardí. El primero se caracteriza por una cocina sobria, pues su procedencia del este de Europa prioriza el consumo de pescado o tubérculos sin añadidos. Por su parte, el sefardí rezuma melosidad debido a la adopción de los sabores magrebíes y turcos. Granadas, manzana o dátiles provocan que la dulzura sea la principal característica de dicha cocina.

Emilio celebrando el año nuevo judío.EL MUNDO
Simultáneamente en Torremolinos, Isaac se regocija con la llegada del nuevo año. Él focaliza su discurso en el aspecto religioso. Y es que como representante oficial de los 50.000 judíos en España indica que la celebración «nos recuerda la creación del mundo y que hoy seamos un pueblo con las tradiciones prácticamente iguales». A lo que añade: «Te hace sentirte muy orgulloso de quién eres». Una honra que se incrementa al describir la libertad de culto con la que cuentan en el país. «Nosotros no nos vemos restringidos por nada ni por nadie. Hay un respeto total hacia el pueblo judío por parte de la sociedad en la que vivimos». Además, denota que, «felizmente», la época en la sí estaban coartados «ya pasó». Una alusión sin un destinatario concreto, pues admite «no haber vivido ningún episodio de antisemitismo»; más bien es una referencia a la historia de su gente.
Sin desviarse de esa línea, y profundizando en su fe, razona: «Estos dos días son de oraciones intensas para pedirle perdón a Dios por ese comportamiento incorrecto que hemos tenido». No solo de cara a lo eterno, sino para la sociedad, recalca. «Porque si hay algo importante para el judío es la sociedad: cómo te comportas y qué valores aportas a ella».
El sábado llega y las ceremonias prosiguen. Cerca de las 20:00, en la discreta y madrileña sinagoga masortí de Bet-El (Casa de Dios), los cantos litúrgicos en hebreo dan comienzo al tercer servicio del día. El acto lo oficia el rabino Mario Karpuj, un argentino llegado desde la mismísima Tierra Prometida. Simbólicamente, él custodia los cuatro objetos que los fieles ven durante el rito: empezando por su derecha, e izquierda de los adeptos, la silla del profeta Elías; una corona que representa la Torá; en el centro, un armario acristalado que refugia las escrituras sagradas tapadas por un velo y, por último, un candelabro encendido para recordar la santidad del sabbat a su izquierda. En momentos puntuales, Gastón Roife, también argentino y presidente de Bet-El, ayuda al líder religioso con la lectura. Para él, todo aquello que rodea a la celebración del Rosh Hashaná «es un momento especial estés donde estés». Aunque, de manera paradójica, considera que el «mundo exterior no lo conoce y, probablemente, no lo entienda».
Una hora más tarde las luces del templo se apagan. Al terminar, muchos ya piensan en la abundante cena que prosigue. Aunque para llegar hasta la casa de Hernán Dobry, el anfitrión, hay que caminar. Un acto característico debido a que durante el sábado y las festividades les está prohibido viajar, bien sea en coche, bicicleta, moto, tren o avión. Curiosamente, es durante el camino cuando el rabino y sus dos acompañantes regresan al mundo terrenal, pues el fútbol se erige como tema de conversación con el que amenizar los 60 minutos que dura la travesía.
Es a partir de entonces cuando más se propagan las plegarias. Hoy, sábado 23 de septiembre, y tras poco más de una semana recorriendo el camino del perdón, quedan dos días para que, de manera simbólica, el Yom Kipur cierre tres Libros: el de la vida -todos los que Dios incluya en él vivirán ese año-, el de los fallecidos -que perecerán- y el que acoge a las personas que a su deidad aún piden remisión. Junto a esta última, «arrepentimiento y reconciliación», subraya Isaac, son las palabras que liderarán sus acciones para continuar el ciclo vital 5784 años después.