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Itongadol/AJN.- (Por Roxana Levinson, desde Israel. Especial para AJN/Itón Gadol) El portavoz del Departamento de Estado, John Kirby, declaró – durante su encuentro diario con la prensa – que “no se respetó el statu quo en el Monte del Templo”, en obvia alusión a Israel. Más tarde se retractó y explicó que no quiso decir lo que dijo. Más allá de que el perjuicio es irreversible, este funcionario de la Casa Blanca parece hacerse eco del mayor libelo palestino: “Al Aqsa está en peligro”, la versión moderna de los “Protocolos de los Sabios de Sión”.
Esta mentira sostiene básicamente que Israel realiza todo tipo de actividades para que las mezquitas de la Explanada de las Mezquitas se derrumben y construir en su lugar el Tercer Templo de Jerusalem. Su origen se remonta a la década del 20, al amigo de Hitler y partidario de la “solución final”, Jeque Haj Amin al Huseini, el gran Mufti de Jerusalem.
En la actualidad, la bandera de “Al Aqsa está en peligro” es llevada por el jeque Raed Salah, del frente norte del Movimiento Islámico en Israel y utilizada principalmente en sus campañas de recaudación de donaciones. Salah, y muchos otros de quienes sostienen y difunden esta mentira, plantean la necesidad de “salvar” la Explanada de las Mezquitas, como parte de su anhelo y perspectiva de un gran califato musulmán mundial, con capital en Jerusalem.
El jeque Salah, que organiza manifestaciones para salvar a Al Aqsa y asegura que está dispuesto a dar la vida en ello, ha dicho alguna vez que “los judíos comen pan embebido en sangre de niños”. Y otras barbaridades que, no por absurdas, son menos creídas.
Un terremoto artificial
La teoría que más se escuchó a lo largo de los años es que Israel intenta destruir Al Aqsa mediante excavaciones arqueológicas. Sin embargo, en diciembre del año 2000, en plena Intifada, Muhamad Abu Samrah – un destacado miembro del partido Fatah, que en ese tiempo estaba al frente del Centro Quds de Información – le envió una carta a Yasser Arafat. En esa carta, Abu Samrah describía con lujo de detalles “el plan sionista para destruir la mezquita de Al Aqsa mediante un terremoto artificial”.
El texto detalla que – según informes militares y de inteligencia – el gobierno de Israel nombró en el año 1997 una comisión integrada por científicos del Instituto Weitzman, el Tejnión, y la Universidad de Beer Sheva. La misión de este grupo era idear un plan para derrumbar Al Aqsa haciendo que pareciera un desastre natural, sin dejar pruebas.
Siempre según la carta de Abu Samrah, las opciones que barajaban los científicos incluían:
Provocar un terremoto artificial
Utilizar ondas de sonido que choquen
Generar una tormenta con rayos ficticios
Muhammad Abu Samrah aseguraba en su carta que los científicos ya habían realizado varios ensayos en el desierto del Neguev y en los alrededores del Mar Muerto. Yasser Arafat recibió la carta, le agregó su firma, y la hizo reenviar a los principales líderes religiosos y políticos palestinos de la época.
Un muerto que no murió
Hace unas horas, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, acusó a Israel de haber “ejecutado a sangre fría” al niño palestino Ahmad Manasrah y mostró la supuesta fotografía de su cuerpo sin vida. Manasrah es co-autor del ataque en el que fue apuñalado un niño israelí de su misma edad, 13 años, y que aún se encuentra en estado crítico.
Ahmad Manasrah, lejos de estar muerto, es atendido en el Hospital Hadassah Ein Karem en Jerusalem y su fotografía y videos inundan hoy los medios israelíes.
De todos modos, la realidad no tiene ninguna importancia cuando se trata de demonizar judíos, que fabrican pan ácimo con sangre humana, destruyen mezquitas y matan niños, aunque no estén muertos.
Vale la pena subrayar que las acusaciones según las cuales el gobierno y otras instituciones oficiales israelíes llevan a cabo un diabólico plan para destruir la mezquita de Al Aqsa son totalmente falsas. Y cuando un judío comete un acto delictivo, resulta muy conveniente confundir las acciones privadas de las personas con las leyes y las instituciones del Estado de Israel, donde rige la libertad de culto.