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En un mensaje cristiano al mundo ayer, el Papa Benedicto XVI pidió que se termine la masacre en Siria y que haya negociaciones significativas entre los israelíes y los palestinos, al a vez que pidió que haya una mayor libertad religiosa bajo el mandato de los nuevos líderes de China.
En su discurso tradicional desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, Benedicto también incentivó a las naciones de la Primavera Árabe, especialmente a Egipto, a construir sociedades justas y respetuosas.
Benedicto rezó que Dios "entregue a los israelíes y palestinos el coraje para terminar con los largos años del conflicto y división, y para embarcarse resolutivamente en el camino de las negociaciones".
Israel, apoyado por Estados Unidos, se opuso al pedido palestino de un estado y dijo que era una maniobra para evitar las negociaciones, algo que los palestinos niegan. Las conversaciones han estado estancadas por cuatro años.
El alto funcionario palestino, Saeb Erekat, dijo que en un encuentro con el Papa la semana pasada, el presidente palestino, Mahmoud Abbas, "enfatizó que está listo para volver a la negociaciones". Los palestinos no han abandonado sus demandas de que Israel frene las actividades de los asentamientos antes de volver a la mesa de negociaciones.
En su discurso "Urbi et Orbi", el cual revisa tradicionalmente los eventos mundiales y desafíos globales, el Papa rezó que "haya una primavera de paz para el pueblo sirio, que está profundamente herido y dividido por un conflicto que no evita las víctimas indefensas e inocentes".
El Papa también pidió que los nuevos líderes de China "respeten la contribución de las religiones, en respeto el uno por el otro" para ayudar a construir una "sociedad fraternal para el beneficio de pueblo noble".
Esta fue una referencia clara al tratamiento usualmente duro del gobierno chino a la lealtad de los católicos hacia el pontífice en vez de a la iglesia sancionada por el estado. Más temprano este mes el Vaticano se rehusó a aceptar la decisión de las autoridades chinas de revocar el título a un obispo de Shangai, quien había sido designado en una extraña muestra de consenso entre la Santa Sede y China.