Anteayer, cuando ocurrió el atentado de la excavadora por una calle céntrica de Jerusalén, este médico oriundo de Buenos Aires y radicado en Israel desde 1972, se encontraba, como siempre, preparado para dar asistencia a las víctimas.
"Estaba con un colega, cuando me llamó mi hija para preguntar qué pasaba con el atentado en el hospital. Le respondí que aquí no había ningún atentado", cuenta Rivkin a LA NACION. "Pero dos minutos después sonó el sistema de llamada especial que indica que cada uno debe presentarse en el lugar de siempre para momentos de urgencia."
Es que la realidad impone orden y rápido desempeño en situaciones de emergencia. "Cada uno de nosotros sabe en qué lugar tiene que estar. Se empieza a trabajar cuando comienzan a llegar los heridos. Eso acá está muy desarrollado", dice Rivkin. Y, según él, no hay alternativa.
"Este es un país atacado todo el tiempo. Estoy desde 1972 y no recuerdo ni un solo año en el que no haya habido uno o varios atentados. Si no tenemos estado de guerra, nos tiraron cohetes, misiles. En la última intifada, fue algo terrible, porque por la cantidad de atentados nos podían llamar hasta cuatro veces por día", relata.
"El hospital está muy bien organizado. Constantemente se renuevan los sistemas; se refrescan las órdenes; se hacen ejercicios conjuntos con el ejército para ver el grado de preparación", explica Rivkin. Pero el desafío no se limita a operaciones ni a la atención a lesiones serias. En el atentado de esta semana, por ejemplo, a Shaarei Tzedek llegó la mayor cantidad de los incluidos en la categoría de "estado de shock" o "conmoción nerviosa".
"Llegó mucha gente que se había enfrentado de cerca con el ataque. A veces reaccionan de forma excesiva, en estado de conmoción", cuenta.
No obstante, al recordar escenas especialmente cruentas de los atentados suicidas, Rivkin admite que "eso pone nervioso a cualquiera".
"Lamentablemente, por lo menos por varios años, no veo solución", se resigna.
"Creo que si nosotros vivimos una realidad así es porque éste es nuestro lugar. Y lo queremos, porque aquí nacieron nuestros hijos y nietos", agrega. Recuerda a los árabes ("con bombas no nos sacarán de aquí") y a sus correligionarios judíos ("tampoco nosotros los vamos a sacar a ellos").
Convivencia
"Contrariamente a lo que se cree, en la práctica hay convivencia", asegura. Y da el ejemplo de los numerosos médicos y pacientes árabes en el hospital, aunque al mismo tiempo dice ser consciente de que "siempre habrá extremistas que intenten estropear todo".
Rivkin piensa que la solución pasará por la división de Jerusalén y la entrega de los barrios árabes. Pero, a juzgar por su resumen, parece no creer que eso ponga fin a la violencia. "Quiero ser optimista. Espero que los que vengan después de nosotros estén mejor, pero no estoy tan seguro", dice, con una amarga sonrisa.
Y, entre la preocupación, agrega: "Lo que aprendí a admirar de la gente de aquí es que sigue viviendo y creando, sin educar al odio, en lugar de volverse loca".
Por Jana Beris
Para LA NACION