Gracias a una parodia grotesca que tiene como protagonista a un disparatado soldado judío reconvertido en sensual peluquero de barrio, los israelíes reciben entre risotadas los peores tópicos sobre sí mismos y sobre sus vecinos árabes.
La película ‘You Don’t Mess With the Zohan’ (‘No te metas con Zohan’) no ha pasado desapercibida en Israel. Desde su estreno hace pocas semanas, ha cosechado críticas de todo tipo y es ya considerada ‘la película más israelí’ made in Hollywood.
Esto no sólo por la intervención de actores israelíes o su banda sonora, repleta de temas cantados en hebreo por grupos locales, sino también por los diálogos y la lograda caracterización de los personajes, que mueven denodadamente sus manos y pronuncian unas características ‘erres’ como el ‘sabra’ más paisano.
Carteles con el protagonista caricaturizado blandiendo un secador de pelo a modo de arma, con pantalones cortos vaqueros al más puro estilo kibutz y una llamativa cadena plateada con forma de estrella al cuello aparecen en vallas y paradas de autobuses de todo el país.
En la que promete ser una de las películas más taquilleras del verano, Adam Sandler interpreta a Zohan Dvir, un robusto miembro de una unidad de elite del Ejército israelí cansado de matar terroristas en las operaciones más arriesgadas.
El diario ‘Haaretz’ ha tratado incluso de buscarle su fuente de inspiración en un ex general de brigada de nombre Zohar Dvir, cuya unidad mató a 129 militantes en la segunda Intifada.
Pese a sus dotes a la hora de romper paredes con las piernas en una llave de kárate, parar balas con los dientes o nadar más rápido que una moto acuática, y sobre todo a su éxito con las mujeres, el protagonista de la cinta finge su muerte para iniciar una nueva vida en Nueva York.
Allí persigue su sueño de convertirse en un peluquero loco por una estética ‘démodé’ discotequera y devoto fan del estilista Paul Mitchell.
El israelí simula ser australiano y hace sus primeros pinitos con la tijera en un salón regentado por una palestina, al que atrae a centenares de mujeres de mediana edad con sus artes amatorias y su exagerado bulto en la entrepierna que, dice, es por el vello púbico.
Todo transcurre en un barrio neoyorquino donde árabes y judíos llegan a convivir en relativa paz riéndose los unos de los otros.
Los palestinos se quejan de que en EEUU todo el mundo les odia porque cree que son terroristas y el israelí responde: ‘A nosotros también nos odian… porque creen que somos vosotros’.
La cinta, cuyo final trata de tender puentes entre las dos comunidades al burlarse de sus estereotipos más conocidos, conecta con el espectador israelí, que ve en el protagonista a un claro representante popular.
Zohan es todo un ejemplar que come humus (una pasta de garbanzos típicamente oriental) sin parar -hasta se cepilla los dientes con él-, bebe un refresco naranja de dudosa procedencia, es un desaforado animal sexual y no sabe de modales.
Los israelíes residentes en la Gran Manzana a los que se encuentra por el camino responden al estereotipo del emigrante que trabaja en una tienda de electrónica repleta de mercachifles que tratan de vender productos a toda costa con su picaresca característica.
Los árabes tienen en John Turturro a su protagonista, Fantasma, un archi-terrorista que, tras creerse autor de la muerte de Zohan, se convierte en un héroe nacional, aparece siempre rodeado de mujeres con velo y monta una franquicia de comida-basura oriental.
En los cines israelíes el público se destornilla con escenas como en la que unos desesperados palestinos tratan de contactar con la milicia libanesa Hizbulá tras descubrir al israelí en Nueva York.
‘Bienvenido al servicio telefónico de Hizbulá (…) El departamento de suministros terroristas se encuentra suspendido temporalmente mientras mantenemos negociaciones con Israel’, dice el contestador.
‘Me ha divertido mucho la película. Las dos partes tienen de qué reirse, a los israelíes nos ponen como unos locos tras el servicio militar y a los palestinos de terroristas’, dice Ruben Goldberg, de 23 años, tras ver la película en un cine de Jerusalén.
Su amigo Noam Nevó coincide: ‘Es curioso cómo nos ven los americanos. Tenemos que reírnos más del conflicto’.