Jana Beris, corresponsal de la BBC
Tenía que subir a ese autobús número 20, que toma todas las mañanas en camino a las clases, pero lo hizo finalmente en el 13 que viajaba por detrás.
Yakir se salvó por milagro, la línea atacada es la que utiliza a diario.
Todos los pasajeros del autobús atacado murieron o resultaron heridos, entre ellos varios escolares y estudiantes, cuyos bolsos rotos, con los libros desparramados, vimos en el escenario de la tragedia.
La calle México del barrio Kiriat Yovel se convirtió temprano a la mañana en un escenario de sangre.
Nael Azem Abu Halel, un palestino de 23 años de la aldea Al-Hader aledaña a Belén y a Jerusalén, se había mezclado entre los pasajeros cargado con un cinturón explosivo.
Sus jefes habían agregado gran cantidad de metales, tornillos y bolas de acero, destinadas a incrustarse en los cuerpos de las víctimas.
En busca de respuestas
«No hay solución. La única solución es que cada uno esté en su casa, ellos allí y nosotros aquí», dijo Rami, residente cerca de la calle México, cuando llegamos al lugar.
A pocos metros de nosotros, el autobús ya sin ventanas, con parte de la carrocería destrozada y el techo levantado parcialmente por la explosión, es testimonio de lo sucedido.
De lo que era antes una ventana, se ve la mano de una de las víctimas. Alguien se percata de la escena y corre a cubrirla con una manta.
Shula y su hija, pocas respuestas para la situación.
«¿Qué se puede decir cuando hay algo así?», respondió retóricamente una mujer, Shula, con su pequeña hija en brazos, al preguntarle qué vio de lo sucedido y qué siente.
«Da miedo. ¿Qué podemos decir? Que los niños no quieren subir a un autobús para ir a la escuela y prefieren caminar media hora aunque haga frío de mañana».
Un llanto nos sorprendió. Una mujer que parecía estar al borde de perder el conocimiento, se aferraba a una amiga, cubierta de lágrimas. Un policía trataba de calmarla.
«Su hija tenía que estar en ese autobús y le llevó mucho tiempo ubicarla por teléfono, comprender que se había salvado porque había llegado tarde a la parada», explicó su amiga.
¿Seguridad insuficiente?
Quizá lo peor es la sensación de que todo esto sucede a pesar de las intensas medidas de seguridad.
«La policía de Jerusalén hará todo lo posible para impedir nuevos atentados, pero hay numerosas advertencias de Inteligencia sobre otros ataques en camino», indicó Mikky Levy, jefe de la policía de la ciudad.
«No hay cierres herméticos», agregó el Inspector General Shlomo Aharonishky.
Los voluntarios recogen los restos de las víctimas.
La solución no es reaccionar a cada ataque, aclaró minutos después el ministro de Seguridad interna Uzi Landau que llegó al escenario del atentado.
«Lo que hay que hacer es golpear a la infraestructura terrorista en forma constante, sin cesar, hasta que esto termine».
Y el alcalde de Jerusalén, Ehud Olmert, comentó que la solución depende «enteramente, de Yasser Arafat (líder palestino)».
Las discusiones políticas al respecto, con versiones por supuesto contradictorias del lado israelí y del lado palestino y con discrepancias internas en cada una de las partes, no se solucionan con los análisis de nadie junto al autobús destrozado en la calle México.
Pero en la vereda, antes de retirar con una pesada grúa lo que fuera antes el número 20 en camino al centro de la ciudad, los voluntarios religiosos ya conocedores del difícil trabajo, juntan las bolsas negras con los restos de las víctimas.
Están numeradas. Doce en total. Allí hay nueve israelíes muertos y el palestino suicida, al que el alcalde Olmert prefiere llamar «homicida».
En las otras, restos sueltos de cuerpos que luego intentarán juntar para poder darles digna sepultura.
Desde los hospitales se actualizó luego la información: 11 los muertos por ahora. El primer nombre publicado y confirmado: Hodaia Asaraf, de 13 años. Estaba en camino a la escuela.