El domingo por la noche, en 10 minutos de matanza a mansalva, se puso fin a lo que los habitantes de la zona veían como una «isla de calma». Un terrorista palestino se deslizó bajo una cerca de seguridad de esta aldea cooperativa, penetró en una casa y mató a una mujer de 34 años y sus dos hijos, de 4 y 5 años, cuando ella les leía un cuento en la cama, a la hora de dormir. El atacante mató a dos israelíes más antes de huir en la oscuridad.
Los aterrorizados residentes del kibutz —unas 700 personas— pasaron la noche reunidos en sus casas y no salieron hasta la mañana de ayer, luego de que las fuerzas de seguridad anunciaron que el atacante aparentemente había huido a Cisjordania, a un kilómetro de distancia.
«Creíamos que estábamos inmunizados», dijo ayer a Clarín Pesaj (Pascual) Zaskin, quien llegó al kibutz desde Argentina en abril de 1953. Zaskin comentó que «siempre dijimos que el principal elemento de nuestro sistema de defensa es la buena relación con los vecinos árabes. Primero, con los amigos de Meisar, con quienes compartimos fiestas y desgracias, clima y caminos, y a partir de 1967, con los habitantes de Kesin, el poblado palestino al otro lado de la frontera, que desde siempre supieron de nuestra posición contraria a la ocupación israelí de su territorio».
Rayib Abu Rakía, un palestino del poblado Meisar, relata a Clarín: «Hace unas horas me ofendieron por la radio cuando me preguntaron si iba al entierro en el kibutz. ¿Cómo me pueden preguntar si voy o no al entierro de mis hermanos? Lo que hay entre nuestros dos poblados no es grandilocuencia sobre paz y prosperidad. Se trata de una convivencia y ayuda mutua de 50 años que nadie podrá arruinar».
Rayib —un militante de la organización de defensa de derechos humanos Betselem —junto con Yitzhak Dori, el secretario general de Metzer, que también fue asesinado el domingo— fueron dos de los personajes principales de la batalla que encararon Metzer y las aldeas árabes de Meisar y Kesin contra la intención del gobierno israelí de expropiar al poblado 400 hectáreas para construir el cerco de separación que se está levantando a lo largo de cientos de kilómetros.
Zaskin explicó que Dori, el jefe del kibutz, decía a todo el mundo que si se concretaba la expropiación de esas tierras finalmente pagarían ellos el precio en vidas humanas. «Dori perdió su vida antes que se aclare si su batalla había dado frutos. Pero el llamado de los miles de asistentes al entierro fue el de continuar la batalla contra la construcción del cerco.»
Muchos de los presentes en el entierro, entre ellos la dirección del Frente de Izquierda Meretz, al que apoyan la mayoría de los miembros del kibutz y también cientos de argentinos de todo el país, recordaron el anterior encuentro en la zona. Había sido en el entierro del argentino Carlos Jerusalinsky, quien fue largos años un activo miembro de Metzer y fue asesinado en un atentado terrorista a principios de abril junto a Carlos Wegman, su amigo de la época del Nacional de Buenos Aires.
Minutos después del funeral, Doron Liber —el director administrativo de Metzer— fue consultado sobre si no se había quebrado algo su confianza en la paz y la posibilidad de convivencia. Habló con dolor, pero no titubeó con su respuesta: «Por supuesto que surgen dudas respecto del género humano en general y del esfuerzo necesario para llegar a la deseada paz. Pero algo está claro, y es que espero que ya mañana vuelvan los chicos de Meisar a jugar en el parque de juegos de Metzer».
Pesaj Zaskin se suma: «Paradójicamente, quizá pagamos el precio de nuestra buena voluntad. La actividad conjunta de árabes y judíos israelíes junto a los palestinos de Kesin se había convertido en un modelo de cooperación que levantaba oposición entre los extremistas de ambos lados. El ataque contra Metzer y las represalias generalizadas contra los palestinos que seguramente vendrán de parte de Israel pretenden atentar contra nuestro mensaje de paz. Pero no tenemos más remedio que luchar aún más fuerte para no darnos por vencidos».