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Pudo haber sido una verdadera masacre. El argentino Julio Magram logró evitarla, aunque para ello pagó con su vida.
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Este misionero de 51 años, quien hace menos de uno había emigrado a Israel, bloqueó con su propio cuerpo al suicida palestino que anteayer se inmoló en un shopping de Kfar Saba, al norte de Tel Aviv, donde Magram se desempeñaba como guardia de seguridad. El misionero no alcanzó a salvar, sin embargo, a Gastón Perpiñal, un adolescente cordobés con quien charlaba cuando los sorprendió la muerte. Los dos argentinos fueron las únicas víctimas mortales que dejó el atentado -además de su autor-, que una vez más acercó el horror de Medio Oriente a los argentinos.
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«Nunca imaginé que me iba a tocar vivir algo así», confió desde Tel Aviv a LA NACION Natalia Roitbourd, cuyo marido es primo de la víctima. Al igual que tantos miles de argentinos, los Roitbourd y Magram, todos oriundos de Misiones -aunque este último trabajaba en una agencia de viajes en Buenos Aires-, llegaron a Israel hace pocos meses en busca de empleo y estabilidad económica.
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«Julio empezó a trabajar enseguida en una fábrica de colchones, aunque poco después consiguió empleo como custodio en un negocio de electrodomésticos del shopping», contó Roitbourd en diálogo telefónico.
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Precisamente, fue allí cuando el argentino divisó a un hombre que le pareció sospechoso. «Cuando se acercó y vio el bulto de explosivos que el terrorista llevaba ocultos bajo la ropa, Julio se le tiró encima. En ese momento se detonó la bomba», explicó Roitbourd.
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Según fuentes policiales, ese acto evitó que el número de víctimas fuera mucho mayor, sobre todo porque a esa hora de la tarde el centro comercial estaba atestado de gente.
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La familiar de Magram relató que apenas tres días antes del atentado los agentes israelíes hicieron un simulacro en el shopping para afrontar un ataque como el del lunes, y el argentino fue quien detectó al policía que hacía de suicida.
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«De todos modos, se reía de su trabajo y decía que si llegaba a atrapar a un terrorista no le podía decir nada porque casi no hablaba hebreo. «Tengo que sacarlo a empujones o dejarlo que se explote», bromeaba. Es que siempre estaba haciendo chistes», recordó Natalia.
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«En uno de los pocos momentos en que habló en serio -agregó-, Julio me confesó que aspiraba a conseguir otro trabajo, más tranquilo, menos riesgoso.»
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Pero en su vida personal, el misionero ya había encontrado tranquilidad en su novia, una viuda argentina llamada Liliana, madre de tres hijos, a la que había conocido en Tel Aviv y con quien convivía desde hacía poco.
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La otra víctima
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Gastón Perpiñal, el otro argentino que el lunes murió víctima de un conflicto que apenas alcanzaría a entender, tenía 15 años, era cordobés y había desembarcado en Israel junto a sus padres, Gustavo (arquitecto) y Cecilia (decoradora de interiores), hacía seis meses. Nuevamente, el motivo que los empujó a abandonar la Argentina fue económico.
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«Gastón se adaptó rapidísimo al país. Era un chico lleno de vida, siempre sonriente, que enseguida hizo muchísimos amigos. Además, estaba entre los mejores estudiantes y era un gran deportista», señaló a LA NACION Ilan Arjitecter, director del Centro de Absorción de Inmigrantes de Raanana, donde se alojaba la familia Perpiñal.
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Arjitecter precisó que Gastón jugaba muy bien al basquetbol («era un chico alto para su edad, más o menos de 1,75 metro»)- y que el día del atentado volvía a su casa porque la práctica en la escuela Katzenelson, donde se entrenaba, se había suspendido.
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En el camino de regreso, el adolescente pasó por el shopping de Kfar Saba para saludar a Magram, a quien aparentemente había conocido en un curso de idioma.
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«Ya sabemos lo que pasó después; ahora el dolor es muy fuerte. Al funeral de mañana (por hoy) van ómnibus llenos de amigos de Gastón. Era un chico muy querido», subrayó Arjitecter.
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En cuanto a los padres del joven, que era hijo único, el director del centro de inmigrantes señaló que no cree que regresen a la Argentina.
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«Ahora más que nunca están atados a esta tierra», aseveró.
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Por Teresa Bausili
De la Redacción de LA NACION
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