La guerra interna que sufre el Estado de Israel no tiene tregua ni encuentra parámetros de comparación con otros conflictos similares y tal vez sea por eso que resulta tan difícil encontrar fórmulas convencionales de resolución y mecanismos para detener una violencia que se ensaña con la población inocente.
Esta vez le tocó a un autobús repleto de estudiantes secundarios y empleados de oficina y, al día siguiente, a gente que esperaba en una parada de colectivos en Jerusalén ser los blancos de ataques terroristas suicidas, con decenas de muertos y cerca de un centenar de heridos. Estos atentados marcan el punto más alto de esta brutal fase del conflicto palestino-israelí y se los considera los más mortíferos registrados en esa ciudad en los últimos años.
Existe, por un lado, un conflicto territorial entre el Estado de Israel, que defiende su integridad y su existencia, y la entidad palestina que reclama similares derechos históricamente postergados para el pueblo palestino.
Pero se produce, al mismo tiempo, una escalada terrorista con dos componentes que escapan a todo buen discernimiento: la primera es que se ejecuta con la inmolación de sus victimarios; la segunda es que elige a las víctimas dentro mismo de la sociedad civil, allí donde más daño y horror pueda causar entre la población.
No solamente, entonces, se trata de una guerra que provoca víctimas inocentes como un efecto colateral sino que las provoca de manera principal y deliberada y esto es lo que le introduce extremos de profunda deshumanización. Resulta claro que ningún ideal o motivo de lucha, por más legítimo que éste fuera —y no se discute que el de la autodeterminación del pueblo palestino lo es— puede justificar estas metodologías criminales.
Por otra parte, también es evidente que cada ataque terrorista despierta una nueva reacción del gobierno israelí que replica la misma espiral de violencia y provoca más víctimas entre la población palestina. Desde el abandono de los acuerdos de paz y el inicio de la última intifada —o levantamiento palestino— esta dinámica destructora no dejó respiro a uno y otro lado.
Una solución integral deberá retomarse, en torno a la creación del Estado palestino y una más nítida separación que permita construir una forma de coexistencia. Mientras tanto, es evidente que la protección de la población civil amenazada es el objetivo primordial frente a esta degradación de la violencia alimentada por el fanatismo.