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Opinión. Haciendo memoria por la Verdad y la Justicia

Por Gustavo Beron
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Itongadol/AJN.- De esos negros años de la Argentina, en lo personal, recuerdo cuatro momentos bien diferenciados.
El primero transcurría antes del golpe militar, a principios del ‘76 y se inscribe en una decisión familiar (mi esposo, mi hijo y yo) de viajar como residentes temporarios a Israel, para hacer una experiencia de vida allí, estudiar y trabajar.
El segundo momento lo puedo precisar en el periodo que medió entre el golpe militar en marzo y nuestra salida del país el 4 de enero de 1977.
Obviamente los marco como dos momentos porque la decisión de viajar a Israel, constituía de por si una situación en la que la expectativa, la incertidumbre y el estrés se mezclaban permanentemente, pero ligadas a una elección madurada durante algunos años, y nada tenía que ver esta decisión con la situación económica o política de la Argentina. Éramos muy jóvenes, yo tenia 26 años, nuestro  hijo sólo 2 añitos, y era el momento ideal para realizar una experiencia en este sentido, ligada a los profundos lazos que nos unían y nos unen a Medinat Israel.
En enero del ‘76 compartimos nuestra decisión con nuestros padres y hermanos y paso a paso fuimos empezando a prepararnos, con un año de anticipación para cumplir de alguna manera “un sueño”.
…Y llegó el mes de marzo, y el 24 fue el golpe. Empezamos a vivir con temores que nunca hubiéramos imaginado.
Por ese entonces yo era Directora de Estudios Judaicos del Colegio Tarbut. Llegó una requisitoria oficial (del Ministerio e Educación) para que cada docente complete una declaración jurada respecto de su pertenencia y o militancia política. Como todos, la completé.
Un mediodía regresando en el colectivo 29 desde el Colegio,  el mismo es detenido a la altura de la quinta presidencial, por un grupo de soldados jóvenes. Nos bajan a todos, nos colocan de cara al colectivo con los brazos levantados y comienzan a revisar las pertenencias de todos y cada uno. Éramos pocos los pasajeros a esa altura del recorrido.
Agarran mi Tanaj, mi agenda con anotaciones en hebreo, el libro que llevaba, “Una didáctica fundada en la psicología de Jean Piaget”, del autor Hanz Aebli. Los escucho murmurar: Es un libro de claves, dicen, (estimo que respecto del Tanaj), en su agenda escribe en código, tiene un libro que habla de Piaget… fijate que está en la lista de los autores prohibidos.

Si lo estoy contando es porque de pronto uno de los pasajeros pidió identificarse y sacó del bolsillo interno de su saco una credencial que les mostró. Los colimbas le dijeron SEÑOR. El señor miro mis pertenencias, pidió ver mi documento y les dijo:  La señora es profesora de judaísmo de una escuela de esta zona, lo que lleva es una Biblia, seguramente su agenda esta escrita en “idioma judío”, y el autor del libro no es Piaget, y agregó, no hay nada mas para buscar en este colectivo, no detengan a la gente trabajadora…
Nos devolvieron las cosas a cada uno, subimos al colectivo… yo temblaba…
Una vez arriba el hombre se acercó a mi y me dijo: “No andes con la Biblia a cuestas en hebreo, cambia tu agenda y empezá a escribir en español, y deja de sacar a la calle libros de Piaget, o en los que se lo nombra y otros de autores prohibidos”..
Esa noche… llorando, Gustavo (mi marido)  y yo prendíamos fuego a algunos libros de nuestra biblioteca
Cambiaron nuestros hábitos. Cuando nuestro hijo junto a los otros pequeños del edificio en el que vivíamos, andaban en triciclo en las anchas veredas de la avenida Honorio Pueyrredón y veíamos a los camiones con militares armados hasta los dientes pasando repetidas veces por la zona, los bajamos de los triciclos y los subíamos rápidamente a nuestros departamentos.
Los chiquitos empezaron a decir: los soldados tienen armas para matar.
Así transcurrió el resto del año, con temores, hablando solo con los mas íntimos, preparando nuestro viaje y sintiéndonos aliviados por haber tomado la decisión “antes del golpe”, de forma tal que fue lo ideológico judeo-sionista el factor determinante de la misma.
El tercer momento lo ubico en nuestros dos años en Israel y allí el encuentro y descubrimiento de los que tuvieron que salir para salvar el pellejo, de los que lloraban a sus muertos y no encontraban su propio lugar en un Estado que les tendió las dos manos.
En el Maón Beit Guiora conocí un hombre pelado y triste. Le acribillaron a su hijo y a su nuera embarazada (habían sido parte del centro de estudiantes del Nacional Buenos Aires). Sacó del país, con ayuda del Estado de Israel, a su segundo hijo, también él alumno del Nacional Buenos Aires, cambió su domicilio hasta que sus papeles y los de su mujer y el mas pequeño de sus hijos, de unos nueve años, estuvieron listos y llegaron los tres a Israel. Después de “salvar” a su segundo hijo… perdió en pocos días todo vestigio de pelo en su cuerpo.
Me reencontré con una prima segunda psicoanalista, que tuvo que salir a los apurones por estar en algunas agendas, conocí psicólogos, médicos, psicoanalistas, economistas, de la ciudad de La Plata, de Córdoba, Mar del Plata, cuyas familias habían sido amenazadas, por pensar, por decir…
Al poco tiempo de llegar comenzamos a “saber”. Transmitieron un programa especial de la TV holandesa, en la que dos exiliados argentinos, uno de ellos judío, (ambos de espaldas a la cámara) relataban las torturas a las que habían sido sometidos en un cautiverio “por error”, y la magnitud que estas tenían para los prisioneros judíos.
Debo confesar que nos costaba creer que todo lo que ellos referían estaba ocurriendo realmente. Habíamos salido de la Argentina solo un mes antes…
Allí en Israel, tuvimos que explicarle a nuestro hijo que los soldados que veía todo el tiempo, en todos lados, estaban para cuidarnos, no para matarnos. (tenía solo tres añitos, y al principio cuando veía un Jaial se asustaba y quería salir para otro lado).
Cuando fue el Mundial del ‘78 se leía en los diarios de Israel que el jolgorio ocultaba tal vez la etapa más cruel del proceso.
Pero cuando ganó el mundial Argentina, igual, aunque sabíamos de los horrores que cometía el gobierno de facto, los argentinos nos juntamos en la esquina de Kikar Tizón, los que estábamos en Israel, por propia decisión, los olim, los exiliados, los desarraigados, los asilados, los estudiantes, en fin todos los que sentimos este país como nuestro para gritar Argentina… Argentina…
Y fue la hora de la nostalgia, ya no sólo por el país sino por los otros tiempos de un país que todos los que estábamos en la esquina de Ben Yehuda y Yaffo, en ese momento, estábamos añorando.
El cuarto momento, desde el ‘79 hasta el ‘83.  Desde nuestro regreso al país y hasta el advenimiento de la democracia con Alfonsín al frente.
Años intensos trabajando en el Seminario Rabínico Latinoamericano y en la Comunidad e Instituto Bet El.
Años en los que tuve el privilegio de estar trabajando cerca de y con un gigante, el Rabino Marshall Meyer (z¨l).  Años en los que fui depositaria y testigo de terribles historias de algunos de los pequeños alumnos y familias del Instituto Bet El. Años en los que supe que  muchos de mis amigos de la adolescencia estaban  “desaparecidos”.
Años en los que lloré por la obsecuencia de la conducción de las Instituciones Centrales de la Comunidad Judía con el gobierno de los militares.
Años en los que veía llorar al “gigante” cuando volvía de las visitas a las cárceles, o de estar con algunos de los familiares de los desaparecidos y se reunía con los equipos docentes, para contarnos, para hacer aquello que un maestro está obligado a hacer: narrar, transmitir, legar la historia.
Y en el año 1982, en el Seminario Rabínico Latinoamericano, mi marido y yo estuvimos entre los firmantes del Acta Constitutiva del Movimiento Judío por los Derechos Humanos, y salimos a la calle, en ocasión de Iom Hashoa, para acompañar a Marshall y a Herman Schiller en su grito de Nunca Más.
Y llegó la democracia y las elecciones fueron una fiesta.
Todo lo demás esta ya contado e inscripto en la memoria colectiva de este país.
Este relato es parte de «mi historia”, y la suma de historias individuales construye la “historia de todos”, porque sin memoria no tenes pasado, sin pasado no podes revisar tu presente y sin esa revisión tu futuro puede transformarse  en una trampa en la que,  rápida o lentamente,  vas a ir cayendo inexorablemente.
(* Educadora)

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