Itongadol.- Aun antes de la destrucción del Templo, en el año 70, la vida nacional de los judíos se identificaba principalmente con las instituciones que se designaban en forma predominante con la palabra griega Synagogue. Se cree que las sinagogas surgieron para el Siglo I a.n.e. para proliferar luego en todos los lugares donde vivieran los judíos.
Según el historiador Arnaldo Momigliano, “ en Palestina, mientras el Templo estuvo, y en realidad mientras la mayoría de la población seguía siendo judía, el propósito de la sinagoga era. . . el establecimiento de un culto basado en la lectura e interpretación de la Biblia (sobre todo el Pentateuco). Directa o indirectamente, su función era educar a niños y adultos. Además, era una institución administrativa y de caridad. Fue en las sinagogas donde los judíos se convirtieron por primera vez en el pueblo del Libro.”
Momigliano sostiene que la sobrevivencia del judaísmo luego de la destrucción del Templo y el drama sufrido por los judíos a manos de los romanos, se debió a los rabinos que emergieron como guías de una nación sin Estado, sin tierra y sin unidad lingüística. Para este historiador fueron ellos los que infundieron en el judaísmo de este tiempo “la alegría de vivir dentro de la ley, el sentido de la vida disciplinada de la comunidad, la preocupación y el amor por las generaciones más jóvenes y la confianza en Dios. Y ésos, unidos a un grado considerable de libertad intelectual, competencia jurídica y obsesión por las leyes de la pureza”.
Llegado el tiempo de la dispersión, los judíos sobrevivieron gracias al modo en que organizaron su existencia. La comunidad judía (Qahal, Kehilá, Aljama, Judería) fue el lugar donde se organizó la vida religiosa, judía social y política desde la Edad Media en adelante. La comunidad ofrecía el marco para la celebración, el consuelo y una jurisdicción particular para todos sus componentes. Todo judío adulto acudía dos veces al día a la sinagoga para la oración comunitaria y los niños socializaban allí.
La comunidad, representada por líderes nombrados o elegidos, se encargaba de satisfacer las necesidades rituales, sociales y políticas de sus miembros y por lo general ejercía un estricto control religioso y social. Nombraba, controlaba y en parte también pagaba a sus funcionarios: el cantor profesional (jazan), el que cuidaba la sinagoga (shammesh), el receptor de impuestos y caridad (gabbai), de vez en cuando también, el matarife ritual (shojet), maestros etc. Recaudaba impuestos y se encargaba del cementerio, de la sinagoga, del tribunal, de los pobres y de otras necesidades comunales.
A partir del siglo XI hubo de Rusia a España, de Sicilia a Inglaterra, tendencias a formar federaciones regionales y supraregionales: eran unidades que formaban comunidades unidas en torno a los cementerios, había unidades territoriales y comunidades judías de reinos enteros que se reunían en unidades mayores, unas veces por iniciativa propia, otras a instancias de los soberanos cristianos. Servían a las mismas necesidades que tenían las pequeñas comunidades individuales: representación de la comunidad judía ante las autoridades, recolección fiscal, preservación de cementerios y actividades caritativas, a escala regional, y promulgamiento de taqqanot (decretos) para el control religioso y social.
La actividad judicial también era una responsabilidad de los órganos territoriales, al menos en regiones en donde un Rab supremo (Gran Rabino) era nombrado por las autoridades de las regiones donde estas comunidades estaban asentadas. En todas las regiones europeas, se produjo una uniformidad sorprendente. Ésta tenía dos raíces importantes: emergió de una tradición común formada en la Antigüedad Tardía, transmitida por la erudición rabínica que determinaba la base normativa, la constitución de la comunidad y sus funciones más importantes
La vida de los judíos gravitaba alrededor de la Beit Kneset. En sus recintos trataban tanto su relación con Dios como de sus necesidades materiales – los asuntos comunitarios, las necesidades de los más pobres. Era también el lugar donde sus hijos estudiaban la Torá – haciendo de la sinagoga un Beit Midrash, una Casa de Estudios. Su estructura física- tamaño, localización, estilo arquitectónico, y diseño de interior- interior – revelaba los hechos importantes de las comunidades, como se situaban en un momento histórico mundial y la situación particular que atravesaban. Nos hablan de su religiosidad, de sus preferencias estéticas, el status económico y sociopolítico de sus miembros. Por esa razón, no hay un estilo arquitectónico sinagogal que pueda ser llamado “tradicionalmente judaico”: la diversidad arquitectónica es un reflejo de la historia de nuestro pueblo.
En Europa, la Emancipación judía, o sea la eliminación de toda discriminación legal contra los judíos, es una concesión de los derechos de igualdad con los demás ciudadanos de un país. Fue un proceso largo y complicado, iniciado durante la Revolución Francesa, en 1789, y que fue completado en un sentido estrictamente legal, sólo 80 años más tarde.
En Francia, en el mes de septiembre de 1791, la Asamblea Nacional concedió derechos de ciudadanía a aquellos judíos que hiciesen un juramente de fidelidad al Estado, pero en otros países europeos los judíos solo consiguieron la Emancipación después de 1848, cuando los vientos de las revoluciones liberales irrumpieron en Europa. Entre otros, los judíos de Gran Bretaña fueron emancipados en 1858, los del Imperio Austro-húngaro en 1867, en Italia en 1870, en Alemania en 1871 y en Noruega en 1891.
La vida judaica se abrió a la modernidad. Una vez emancipados, los judíos sintieron el gusto de la libertad y pudieron participar de la vida económica, política, cultural y social del país donde vivían. Libres para actuar en cualquier sector la sociedad, participaron activamente para el crecimiento y desarrollo del país donde estaban establecidos. Bajo el efecto del cambio de su status, procuraron de diferentes modos expresar la nueva posición social judía. La arquitectura fue puesta al servicio de la redefinición ideológica y religiosa, las comunidades hicieron de las sinagogas un símbolo de su deseo de insertarse en el contexto local.
En el siglo XIX en la Europa posterior a la Emancipación, los judíos edificaron centenares de sinagogas majestuosas. Estos edificios eran el testimonio de sus esfuerzos para ser aceptados como ciudadanos, por las sociedades de los numerosos países en los cuales vivían. En la ausencia de un estilo judaico único, los arquitectos involucrados trataron de proyectar las sinagogas con nuevas concepciones, adoptando diferentes estilos y motivos decorativos, a veces mezclándolos. El hecho de experimentar en diferentes estilos históricos – bizantinos, moriscos, góticos y neoclásicos – no colaboró con el surgimiento de una estética arquitectónica eminentemente judaica.