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Ricardo Nachman ayuda a identificar a las víctimas en Tailandia y conoce muy bien a la muerte

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Ricardo Nachman conoce muy bien a la muerte. Está acostumbrado a encontrarse con ella cara a cara, casi todos los días de su vida. Sin embargo, este médico forense argentino nunca había visto lo que vio durante los últimos días en el sudeste asiático, tras el terrible maremoto que devastó la región y mató a más de 155.000 personas.

No es que su trabajo en la morgue de Krabi, en Tailandia, haya sido mucho más difícil que el que tiene en Israel, donde se dedica, entre otras cosas, a identificar a las víctimas de atentados terroristas. Sólo que hasta ahora no había enfrentado el desafío de identificar tantos cuerpos a la vez -unos 640, entre los que se encontraban el del ingeniero argentino Diego Talevi y el de su hijo de un año, Bruno- ni había imaginado que la muerte, además de producir dolor, también es capaz de obrar milagros.

«Nunca había visto a tantas personas de tantos países unirse por una causa común», confesó ayer Nachman a LA NACION desde Krabi. «Ante una tragedia de esta magnitud -explicó-, las personas estrechan sus lazos de una forma más fuerte y se unifican las almas. Fue inolvidable.»

Además de la colaboración que llegó a la región desde todo el mundo -las donaciones alcanzarían los 4000 millones de dólares y la ONU lanzó el mayor operativo de ayuda de su historia-, Nachman explicó que, sólo en Krabi, equipos de ocho países extranjeros -Israel, Suiza, Suecia, Canadá, Portugal, Italia, Japón y China- se unieron para identificar los cuerpos.

Muchos de estos últimos, de los cuales cientos aún permanecen anónimos, pertenecen a turistas de distintas partes del mundo. De hecho, la mayoría de los 21 cadáveres que identificó el equipo israelí eran extranjeros, entre los que se contaban una chilena, una mexicana y los dos argentinos.

Por respeto a la familia Talevi, Nachman prefiere no dar detalles sobre la identificación de Diego y Bruno. «Un amigo de la familia vino a pedir ayuda -se limitó a decir- y accedimos. No le negamos nada a nadie.»

Según trascendidos, el ingeniero argentino fue reconocido la semana pasada, gracias a que llevaba una alianza con la inscripción «Caro» y la fecha en que se casó con su esposa, Carolina Vardabasso Blanco. Y anteayer, mientras se esperaban las pruebas de ADN de los cuerpos, la Cancillería dio a ambos por muertos a través de un comunicado.

En cambio, Nachman contó que él mismo se acercó a ofrecerles colaboración a familiares de la chilena Francisca Cooper, cuando el lunes último los escuchó conversar en el lobby de un hotel.

La identificó apenas dos días después, gracias a sus registros dentales y dactilares, ya que su cuerpo estaba irreconocible. «Gracias a Dios los pude ayudar -agregó-, porque para las familias es muy importante recuperar los cuerpos de sus seres queridos.»

De hecho, señaló, los parientes de los desaparecidos hicieron en Asia gran parte de un trabajo nada fácil ni agradable: se dedicaron a estudiar cientos de fotos de cuerpos irreconocibles en busca de algún detalle -un anillo, una prenda de ropa- que les resultara familiar.

«La mayoría de los cuerpos ya no permiten una identificación visual -explicó Nachman-, debido a que están en un proceso de descomposición avanzada, por haber estado debajo del agua o atrapados entre escombros, y en un clima cálido.»

Esa es una tarea a la que está acostumbrado este médico argentino, que nació hace casi 40 años en General Roca (Río Negro) y vive desde hace 13 en Israel, donde dirige el Centro Nacional de Medicina Forense. Allí duerme «de dos a tres horas por día» y atiende «todo tipo de casos de muerte no prevista, como muertes por violencia familiar o violaciones, o víctimas de accidentes de tránsito y atentados».

Por esa razón el diario español El Mundo lo definió como «uno de los mayores expertos del mundo en identificación de cuerpos destrozados por terroristas», y el gobierno de España lo convocó -aunque cambió de idea a último minuto, cuando ya tenía las valijas hechas- para colaborar en Madrid en marzo último, tras los atentados de Atocha, que dejaron casi 200 muertos.

También anoche Nachman tenía las valijas hechas. Esta vez para regresar a su hogar, en la ciudad de Holon (vecina a Tel Aviv), donde lo esperan su esposa y su hijo de tres años. Y planea volver a hacerlas en julio próximo, para festejar su cumpleaños en la Argentina.

Un país que dejó para «probar otros caminos en Europa», pero que siente tan cerca que, todas las mañanas, busca noticias en Internet. «Uno -explicó este hombre que se codea con la muerte- siempre tiene nostalgia del origen.»

Por Celina Chatruc
De la Redacción de LA NACION

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