Itongadol/AJN.- Esta semana el gobierno votó sobre una decisión que idealmente nunca debería haber ocurrido. Por primera vez desde que el Templo fue destruido debido a los pecados del odio sin sentido (sinat chinam), la Plaza del Muro de los Lamentos fue dividida entre tribus. Junto con la tradicional Plaza del Muro de los Lamentos, donde los judíos han rezado con devoción por siglos, ahora habrá una plaza adicional para corrientes nuevas y que renuevan.
Si nuestros antepasados hubiesen podido participar en las deliberaciones del gobierno seguramente nos hubiesen recordado del terrible precio que pagó nuestra nación por el separatismo y los celos. Nos hubiesen dicho en lágrimas sobre los campos luchando entre sí, llevando a un derrame de sangre en un Jerusalem sitiado, mientras alrededor los romanos ya estaban construyendo torres de asedio. Nos hubiesen recordado cuán alto fue el precio la última vez que diferentes corrientes intentaron imponer sus maneras en todo Jerusalem. Si nuestros ancestros pudiesen haber participado en la votación de despedazar al Muro de los Lamentos en campos y facciones, la propuesta hubiese sido descartada con disgusto. ¿Dividir el Muro de los Lamentos? ¿Separar a los judíos en este sitio sagrado? ¿Rechazar cada compromiso siempre y cuando cada persona obtenga, en el Muro de los Lamentos, un escenario en donde expresar sus innovaciones religiosas? ¿Quién podría haber imaginado tal cosa?
Nadie ganó la votación del domingo. Todos nosotros, todo Am Yisrael, y nuestros descendientes y sus descendientes, perdieron. Perdimos la rara unidad que fue creada alrededor del Muro de los Lamentos y fue símbolo de la nación judía a través de todos los años de su largo exilio. Los judíos de Marruecos y Polonia, Persia e Inglaterra, no añoraban una pared de piedras. Añoraban la Revelación Divina que aparece cuando se juntan las tribus de Israel en Jerusalem. “Y Él era Rey de Yeshurun, en cualquier momento en él que la totalidad del pueblo se juntaba, y las tribus de Israel estaban juntas”. Siempre ha habido opiniones diferentes y modos diferentes de hacer las cosas, pero Jerusalem era el lugar que unificaba a todos. Jerusalem era el lugar al que uno venía con humidad, no con un sentido de propiedad y privilegio. Esto fue perdido en la votación. Se perdió para todos nosotros.
Por muchos años trabajé con maneras que eran tanto manifiestas como ocultas para restaurar la paz al Muro de los Lamentos. Acordé compromisos de gran alcance con la creencia de que “la paz es mayor”. Pero en cara del ataque celoso e incesante al Muro de los Lamentos por varias organizaciones, y en el ambiente envenenado que se está esparciendo, el gobierno, sin elección y con un corazón pesado, tuvo que aceptar un decreto divisor, y quitar de la Plaza del Muro de los Lamentos la llama de la disidencia que amenazaba con destruir a todo en su despertar.
Ahora que se ha hecho el decreto, solo nos queda rezar para que se encuentre un camino que nos una. “¿No tenemos todos un padre? ¿No nos ha creado Dios? ¿Por qué deberíamos traicionar, cada uno a su hermano, para profanar el pacto de nuestros ancestros?” (Malachi 2). Los Cielos saben que hice todo lo que pude para evitar este cismo. Ahora debemos hacer todo lo que podamos para pavimentar un camino de vuelta a la unidad de Jerusalem.
*Shmuel Rabinowitz es el Rabino del Muro de los Lamentos y los Sitios Sagrados de Israel