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Historia de una ida. Nuestro camino a Winnipeg o cómo los sueños se hacen realidad

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Itongadol.- Un día hace tres años miré a mi hijo recién nacido y me pregunté angustiado qué futuro le podría dar. Fue un momento agridulce. Habíamos pasado varios años buscándolo, el embarazo, los nervios, el nacimiento (¿alguien puede olvidar la primera vez que abraza a su hijo y lo siente respirar junto a su pecho?). 

Finalmente estábamos en casa, y luego de la vorágine de los primeros días me senté una madrugada a verlo dormitar luego de tomar una mamadera y disfrutar de la novedad de ser papá. En esa madrugada vi mi vida desde mi nuevo lugar y pensé en el futuro. Vivíamos en Argentina y no estábamos mal, pero tampoco nos gustaba nuestra vida. La incertidumbre, la inseguridad, la inflación, los políticos, expresiones repetidas que escuché toda mi vida. 
 
Sabía que no quería eso y una parte mía añoraba un breve tiempo que pasé viviendo en Estados Unidos. No era la nostalgia por ese país porque sabía que allí siempre sería un inmigrante, un extranjero. Quería algo que no sabía dónde estaba pero que dudaba encontrar allí. Mi mujer y yo charlamos mucho pero sin encontrar una respuesta.
 
Un día Winnipeg apareció en nuestras vidas sin saber bien como. Pero algo nos decía que era  importante. Empezamos a preguntar y descubrimos amigos que vivían allá aunque apenas los recordábamos. Se habían ido en alguna de las tantas crisis y desde entonces solo eran memorias lejanas. Aparecían cada tantos años y nos contaban cosas hermosas de un país lejano, pero luego se iban a vivir sus vidas idílicas y  nosotros seguíamos sobreviviendo.
 
Pero la presencia de nuestro hijo cambiaba todo. No queríamos sobrevivir más. Queríamos darle una vida buena, tranquila, previsible. Queríamos pensar a futuro sin tener que leer los diarios para intentar adivinar qué pasaría. Soñábamos con infancias parecidas a las nuestras, más despreocupadas y donde chicos de 12 años podían viajar en colectivo sin que los roben o golpeen. 
 
Empezamos a indagar, a ver si era realmente posible. Hablamos con nuestros amigos canadienses y en una larga charla que nunca voy a olvidar nos contaron como era su mundo. Pero esta vez no escuchábamos pasivamente, una parte nuestra empezaba a soñar con un futuro diferente, mucho mejor del que habíamos aceptado como posible.
 
Ellos nos pusieron en contacto con la Federación Judía de Winnipeg y los mails se empezaron a cruzar, luego llamados y finalmente decidimos hacer el viaje exploratorio, paso necesario en el proceso migratorio. Allí conocimos Winnipeg y vimos con nuestros propios ojos lo que hasta entonces sólo habíamos escuchado o visto por internet. Vimos chicos jugando en la calle, vimos a nuestros pares preocupados no por sobrevivir sino por hacer realidad sus sueños, con ser felices. En ese viaje descubrimos que en Winnipeg hay una enorme comunidad judía lista para recibir a los Newcomers y facilitarles la adaptación a su nueva vida. Descubrimos también un montón de familias argentinas.
 
En esa semana conocimos mucha gente que nos abrió las puertas de sus casas y nos contó sus vidas. Vimos la gran vida comunitaria que hay, la solidaridad, las ganas de ayudar, la gente sonriendo en la calle el silencio porque nadie toca bocina. Conocimos también la nieve. Paseamos con -20 grados por Portage y Main (el centro de la ciudad) con nuestro hijo de un año y la pasamos bárbaro. Una de las personas que conocimos en el viaje, hoy uno de mis amigos, lo resumió en una frase: Winnipeg es MI lugar en el mundo. 
 
Volvimos a Argentina decididos a hacer el sueño realidad. No fue fácil ni rápido. Llenamos docenas de formularios, y pasamos meses esperando cartas, notificaciones, certificados y traducciones. Pero diecinueve meses después de visitar Winnipeg, volvimos. Esta vez como flamantes residentes canadienses. Nuestros sueños se van haciendo realidad. Tenemos un futuro ahora y un lugar en el mundo que nos encanta.  Nos acompañan nuestro hijo mayor, ya con tres años y nuestro hijo menor de 1, el primer regalo que nos hizo Canadá.
 
Por Aníbal Baranek.
 

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