Misha Hadar, actor novel, quiere estudiar literatura, en tanto que Ido Khenin y Shaul Mograbi, dos amigos suyos, todavía no han acabado de decidir su profesión de futuro. Los tres adolescentes israelíes, sin embargo, tienen claro que sus planes deberán esperar unos meses, tal vez unos años. Primero pasarán por la cárcel, de forma premeditada: los tres han decidido rechazar el alistamiento obligatorio en el ejército y declararse objetores de conciencia como forma de protesta contra la política israelí en los territorios ocupados.
Educados en un contexto «progresista y de izquierdas», tal y como lo definen ellos mismos, Ido, Misha y Shaul vienen a ser una nueva generación de refuseniks, aquellos israelíes que declinan enrolarse en el ejército, pero sus argumentos difieren de los tradicionales: no dicen ser pacifistas –como la mayoría– ni tampoco aceptarían su ingreso a cambio de servir en unidades que no sean destinadas a los territorios ocupados –una vía intermedia que también tiene adeptos–. Su razón para objetar es el rechazo frontal a «participar de un ejército de ocupación que contribuye activamente a perpetuar un círculo de violencia», en palabras de Ido Khenin, hijo de un reputado abogado y líder del partido comunista israelí.
Ido es el más joven, tiene 17 años; Misha y Sahul, 18. Los tres han pasado esta semana por Barcelona, después de una visita a Francia, para explicar su decisión y llamar la atención de la prensa, «algo que en Israel es más difícil, porque los medios nos prestan poca atención», dice Shaul Mograbi, hijo de un conocido director de cine israelí autor de documentales como Agosto, en los que explica los sentimientos de los palestinos antes de la segunda intifada.
Shaul Mograbi ha recibido la carta para presentarse al reclutamiento militar el próximo 18 de octubre. A Ido aún le faltan dos años. Misha tiene cita para el 20 de marzo. Lo que sucederá entonces ya lo saben de antemano. «Nosotros nos tenemos que presentar, decir que somos objetores y entonces nos llevarán a un centro de retención hasta que comparezcamos ante un Comité de Conciencia, que decidirá si nuestra objeción es procedente o no. Si no lo es, nos impondrá un castigo de 14 a 28 días de prisión. Al cumplir el castigo nos enviarán a casa, nos citarán para otra fecha y el proceso se repetirá. Cuando hayamos cumplido varios castigos de 14 a 28 días nos llevarán a un juicio militar, que decidirá qué condena nos impone», relata Shaul, el más cohibido de los tres a la hora de hablar con los medios de comunicación.
«Mi mayor preocupación es no poder hacer esas pequeñas cosas que te alegran, como escuchar música o como poder relacionarme con chicas», afirma Misha Hadar. «Pero por lo demás no me da miedo ir a la cárcel. Nuestro amigo Daniel ya está recluido y son meses que te dan la oportunidad de aprender cosas. Por ejemplo, los cinco condenados se están dedicando a dar clases de lectura y escritura a otros presos y enseñan a tocar la guitarra», agrega.
El juicio de los cinco
Misha hace referencia a los cinco israelíes que también se declararon objetores por motivo de la ocupación y que este año ya han sido condenados por un tribunal militar a un año de prisión. El grupo planteaba realizar un servicio nacional alternativo en el periodo de tres años que dura el servicio militar israelí, obligatorio tanto para los hombres como para las mujeres. Pero las autoridades militares argumentaron que sus motivos para declararse objetores eran políticos y por lo tanto inválidos. Dov Khenin, padre de Ido, llevó la defensa de los objetores, pero no consiguió que estos fueran juzgados por un tribunal civil.
«La mejor victoria de los cinco ha sido que están cumpliendo condena en una prisión civil, y no militar, porque los militares tenían miedo a que si se quedaban en sus instalaciones pudieran ser una mala influencia para los demás soldados», dice Misha Hadar, que representó el papel de Noam Bahat, uno de los cinco condenados, en una obra que se representó recientemente en un teatro de Tel Aviv.
Los tres jóvenes israelíes disfrutan de la comprensión de sus familiares, que apoyan su decisión, pese al disgusto que supondrá que sus hijos vayan a la cárcel. En cambio, entre los compañeros de instituto, las reacciones son encontradas. «Es que la mayoría de mis amigos no van a ir al ejército, son lo que llamamos avoiders, los que se libran simulando una depresión u otra enfermedad mental. Y eso para mí, que soy hijo de un psicólogo, sería muy fácil, pero haciendo eso se desconocería nuestra postura. Nuestro rechazo es algo muy pensado y que tiene por objetivo hacer reflexionar a la gente», comenta Misha Hadar.
Misha estuvo a punto de contraer un matrimonio de conveniencia con una amiga que ya servía en el ejército para que de esta forma ella se licenciara inmediatamente. La mayoría de casos de objeción de conciencia aceptados por los militares sin que deriven en un juicio acostumbran a ser los planteados por mujeres que declaran ser pacifistas o tener obligaciones familiares.
Ido Khenin también es consciente de que su actitud es minoritaria en Israel: «Ha habido grandes manifestaciones por la paz, pero han servido poco para crear una atmósfera que facilite una solución». «Lo que sucede es que desde el asesinato de Yitzhak Rabin la gente ha perdido la esperanza», tercia Misha.
«Por favor, escriba y deje claro que nosotros criticamos al Gobierno y a las políticas del Gobierno de Israel, pero no a Israel ni a los israelíes. Es por lo mucho que queremos a nuestro país por lo que tenemos esta actitud y por lo que queremos que nuestro caso sirva para hacer pensar a la gente», apunta Shaul Mograbi, quien descarta que vaya a realizar un sacrificio. «La palabra sacrifico no me gusta, iré a prisión, pero no voy a sacrificar parte de mi vida. Si va a los territorios ocupados y habla con palestinos se dará cuenta de lo que es el sacrificio, porque allí prácticamente toda familia tiene un miembro que ha muerto, ha sido herido, está preso o cuya casa ha sido derribada», añade.
Los refuseniks forman parte de la activa sociedad civil israelí, que desde hace años plantea alternativas a las políticas oficiales y genera iniciativas que acerquen la paz entre las comunidades judía y palestina. Meses atrás, una veintena de pilotos de las fuerzas aéreas de Israel firmaron una carta para negarse a participar en las operaciones que el Gobierno Sharon denomina «selectivas» y que muchas veces implican el lanzamiento de misiles contra objetivos en casas particulares en los que pueden haber niños y mujeres.
Shaul, Ido y Misha aseguran que no se les ha pasado por la cabeza quedarse en Europa y no tener que enfrentarse al proceso militar en Israel. Dicen ser una juventud concienciada y querer dar ejemplo. Mientras, disfrutan de su libertad con una cerveza en una terraza en el barrio de Gràcia. «Un brindis por el fin de la ocupación», dice Shaul. Ido y Misha responden sin dudarlo, como si no fuera la primera vez que hacen ese voto.
Fte L.V.D