Hace diez años, en la Argentina, 85 familias vivían, desprevenidamente, sus vidas cotidianas.
Hace diez años, en la Argentina, 85 personas soñaban, proyectaban y creían tener muchos años de vida por delante.
Sin embargo, el 18 de julio de 1994, la crueldad más monstruosa los sorprendió trabajando, haciendo trámites, visitando familiares, en la biblioteca, o simplemente caminando por la calle. La crueldad más inhumana atacaba por segunda vez la ciudad de Buenos Aires, esta vez en el edificio de AMIA, el corazón de la Comunidad Judía de la Argentina.
El teatro en idish, la transmisión del idioma hebreo, la ayuda al necesitado, la cultura judía, los más bellos tesoros de la literatura y el arte, junto con las risas, las dificultades y las esperanzas de la gente que lo habitaba, todo estalló, quedó destruido, aquella terrible mañana.
Morir en Buenos Aires no es diferente de morir en un ómnibus en Jerusalem o una cafetería en Tel Aviv.
De pronto, la muerte se apodera de todo, y parece como si el tiempo se congelara, la vida se detiene y da paso al dolor más profundo.
Los padres entierran a sus hijos, los jóvenes no llegan a ser ancianos, las personas que se aman son separadas para siempre, los que sólo deseaban ir a trabajar son arrancados de la faz de la tierra.
El terrorismo, en cualquier tiempo y lugar, es un fenómeno repudiable, que alimenta el odio entre los pueblos, la discriminación y la violencia.
Hoy honramos la memoria de aquellos que fueron cobardemente asesinados en la calle Pasteur y exigimos, por nosotros y por cada uno de ellos, que se haga Justicia.
Ya en aquel aciago 17 de marzo de 1992, cuando fue atacada y destruida la Embajada de Israel en Buenos Aires, nuestros destinos se unieron en un mismo dolor y la distancia geográfica desapareció, al unirnos frente al ataque cobarde y asesino.
Hemos aprendido en carne propia que el terrorismo no discrimina: hiere, mata y destruye sin consideraciones ni reparos. Así sucedió en la AMIA, donde murieron jóvenes y ancianos, trabajadores y transeúntes ocasionales.
Así sucedió también en la Embajada de Israel, donde cayeron judíos y no judíos, argentinos e israelíes, entre quienes se encontraba la Sra. Eliora Carmon Z»L, con quien tuve el placer de trabajar hace algunos años y de quien guardo un sentido y afectuoso recuerdo.
En lo personal, la Comunidad Judía de la Argentina es muy cara a mis sentimientos ya que a ella perteneció –y continúa aún unida– mi esposa, Marty. Se trata de una Kehilá sumamente activa, fructífera, fuertemente ligada al Estado de Israel, a la que le ha tocado en suerte afrontar difíciles momentos y circunstancias trágicas. Una Kehilá por la que mi esposa y yo sentimos un afecto muy especial, que el tiempo sólo consigue acrecentar.
Como Presidente Mundial del Keren Hayesod estoy ligado a la Comunidad Judía de la Argentina a través de muchos años de trabajo conjunto en pro de la aliá, la absorción de nuevos inmigrantes, la educación y la continuidad judía. Keren Hayesod es un puente entre Israel y las comunidades judías de todo el mundo.
Y también hoy, al cumplirse 10 años desde el trágico día en que el terrorismo se adueñó de la ciudad de Buenos Aires sembrando el horror y la muerte, somos un puente entre nuestro dolor y el vuestro. Que es el mismo, como lo son también la firme determinación de llegar a la verdad completa, la incansable voluntad de alcanzar la paz y el trabajo cotidiano por la seguridad y el bienestar del Pueblo de Israel y del Pueblo Judío dondequiera que se encuentre.
Fuente: Cuja