La diplomacia de Medio Oriente se está acomodando en un patrón familiar. Desesperados por comenzar con el proceso de paz palestino, la administración de Obama y sus aliados europeos están presionando a Benjamin Netanyahu, demandando que ofrezca un plan, concesiones, algo, que provea las bases para comenzar las negociaciones con los palestinos.
Como ha hecho antes, Netanyahu ha respondido, pero con cautela y renuencia. El lunes dio un discurso en el que sugería que estaba preparado para ceder la mayor parte de Cisjordania al estado palestino, un paso hacia adelante de su previa negativa de deletrear los términos territoriales.
Hoy, mientras Netanyahu se dirige a Washington, los israelíes y los americanos están debatiendo, entre ellos y con ellos, si Netanyahu ha ido lo suficientemente lejos (probablemente no) y si el presidente Obama debería responder al poner su propio plan en la mesa (probablemente no lo haga).
Mientras tanto, se da una pequeña confesión, como siempre, al compañero putativo de Netanyahu. Sin embargo, el líder palestino de la rama “moderada”, Mahmoud Abbas, no se está solo rehusando a hacer concesiones personales, pero también le está dando la espalda a la diplomacia americana, y está preparando el suelo metódicamente para otro conflicto israelí-palestino.
Hace dos semanas, Abbas explotó cuatro años de una construcción de instituciones mediadas por Estados Unidos, paz relativa y creciente prosperidad en Cisjordania al firmar un acuerdo de “reconciliación” con el movimiento de Hamas, un trato que probablemente lo obligará a despedir a su primer ministro progresivo, liberar decenas de militantes de Hamas encarcelados y unir sus fuerzas de seguridad con la armada de Hamas equipada por Irán. El martes publicó un artículo de opinión en el New York Times, en el que se comprometió a buscar el voto de la Asamblea General de la ONU en un estado palestino en septiembre.
Fue, como el Times lo pone en una noticia separada, “una declaración de guerra en el status quo”. La nueva estrategia de Abbas es radicalmente diferente: El voto de la ONU, escribió, “pavimentará el camino para llevar reclamos contra Israel en las Naciones Unidas, cuerpos de derechos humanos y la Corte Internacional de Justicia”, en otras palabras, sanciones.
Mientras tanto, habrá un cambio en la doctrina palestina. El nuevo objetivo será uno en el que Abbas y Hamas puedan aceptar, no un tratado de paz que los lleve a un estado pero un estado seguido de negociaciones, “un foco clave” que “llegará a ser la solución justa para los refugiados palestinos”, cuyo retorno a Israel significará su fallecimiento.
“Palestina estaría negociando desde la posición de un miembro de las Naciones Unidas cuyo territorio está militarmente ocupado por otro”, declaró Abbas. Esta es una fórmula de guerra, o “la tercera intifada”, como ya le llaman los palestinos.
La administración de Obama y sus aliados parece alarmada por todo esto. Pero su principal reacción hasta ahora puede ser resumida como: “Ahora realmente tenemos que apretarle los tornillos a Netanyahu”.
“Es más vital que nunca que los israelíes y los palestinos encuentren una manera de volver a la mesa”, declaró Obama luego de un encuentro con el rey jordano Abdullah el martes. Altos diplomáticos europeos, que se han recientemente telefoneado o encontrado con Netanyahu, han dejado en claro lo que significa: A menos de que pueda comprometer a Abbas con una negociación antes de septiembre, sus gobiernos probablemente voten por la declaración de un estado en la ONU.
Embebido en estas demandas está lo que puede ser llamada una suave intolerancia de pensamiento esperanzador sobre los hombres fuertes árabes. Los líderes de Estados Unidos y Europa se tragan indulgentemente las aseguraciones privadas que reciben de hombres de traje que hablan inglés, como Abbas, en vez de juzgarlos por su conducta actual. Hasta esta semana, los gobiernos occidentales se han aferrado a la idea de que Bashar Al-Assad es secretamente un “reformista”, incluso cuando dispara contra su propio pueblo. De manera similar, Obama persiste en decirles a los líderes judíos y miembros del congreso que “Abbas está listo para la paz”, lo que sugiere que Netanyahu es el problema.
El registro de los últimos años muestra algo muy distinto. En el 2008 Abbas se rehusó a aceptar una oferta de paz del predecesor de Netanyahu, Ehud Olmert, incluso como una base para las discusiones. Tampoco tomó la contraoferta. “Las brechas son muy amplias”, dijo luego en una entrevista. Por dos años se ha resistido estoicamente a las conversaciones de paz con Netanyahu, incluso mientras que dice que la razón nominal para su intransigencia, la negativa de Israel de congelar los asentamientos, se le ha sido forzada por Obama.
Ahora Abbas está tratando de transformar la Primavera Árabe en un movimiento masivo contra Israel. Es una maniobra que sabe que no traerá la paz, pero le evita, a los 76 años, cargar la responsabilidad de hacer concesiones, sobre los refugiados, por ejemplo, necesarias para un acuerdo con Israel. Si tiene éxito, podrá lanzar no solo otra intifada, sino otra guerra de Medio Oriente. Evitar esto requiere acciones urgentes y concretas de Estados Unidos, no solo otro rasguño con Bibi Netanyahu.