Paula es argentina y en marzo del 1977 junto a su marido Carlos y su beba de siete meses decidieron viajar a Israel con la intención alcanzar un sueño de juventud, pero sin pensar que el destino le depararía años después un terrible final.
“Llegamos a Israel en el marzo de ’77, con 26 años y una beba, Maia, de siete meses. Queríamos tratar de probar, experimentar, algo que era parte de nuestros sueños de juventud. Nos parecía una vida mejor, la vida en el kibutz”, cuenta Paula.
Como todo inicio no fue sencillo para esa pareja argentina que primero tuvo que aprender el idioma y luego instalarse en una colonia agrícola en que solo conocía a unos tíos de Paula que habían llegado en los años ’50, dentro de los primeros grupos.
“Hasta el día de hoy tengo a mis tíos en el kibutz Metzer (fundado en 1953 por argentinos alineados con las ideas socialistas del movimiento Hashomer Hatzai) donde estuvimos 15 años”, relata Paula.
Luego la familia emigró a la localidad de Pardes Hanna-Karkur, en el distrito de Haifa, que pese a ser pequeña no deja de ser bella.
Cuando a Paula se le pregunta porque dejaron la Argentina, más allá de los ideales, la mujer aclara que en Buenos Aires no tenían casa y ella trabajaba en un jardín de infantes mientras estudiaba danzas.
“Carlos quería ser actor y había empezado a hacer cine en super ocho, estudiaba teatro y trabajaba como taxista para mantenernos. El futuro era ese la maestra y el tachero, pero sobre todo éramos jóvenes y queríamos la vida del kibutz, que desde lejos parecía muy ideal, muy lógica, muy justa… Hoy pienso de dónde no salió el coraje para arrancarnos de nuestras familias”, se pregunta.
El tiempo los afianzó en la vida israelí y Carlos se convirtió en un director de televisión. “Era director de cámaras y profesor de comunicación en la parte práctica. El usaba las cámaras y a veces hacia películas, tipo documentales, para que distintas organizaciones lleven a presentar su proyecto, tal vez en otra parte del mundo”, cuenta.
“Eran películas que nos ayudaron a construir la casa donde vivimos”, agrega la mujer en una tarde apacible de Israel.
Carlos ya había dejado atrás su pasado de taxista y de su andar por la avenida Corrientes y había saltado a la fama como el creador de una canal interno en un kibutz, el primero en su clase dentro de Israel.
Una serie de emisoras que luego serían adoptadas en otras regiones para transformarse en una suerte de canales locales que ya fueron privatizados por el gobierno.
“Carlos era un hombre tranquilo, callado, pero le gustaban las cosas arriesgadas. Tenía el carnet de buceador y hacía paseos en el Mar Rojo o en el Mediterráneo, pero lo que más le gustaba era ser aviador. Por eso cuando cumplió 50 años le hicimos de regalo un vuelo de bautismo con un instructor”, recuerda.
Aquella experiencia lo llevó a Carlos a estudiar aviación civil, hizo curso de instrucción y llegó al examen final en el año 2002.
Para antes del inicio de Pesaj de 2002, Carlos se preparó para la última clase vinculada con la seguridad aérea que tenía que rendir en Haifa y cumplía así con el requisito necesario para acceder a la licencia de piloto civil.
“Ese día, Carlos me dice: “¿Qué puedo hacer al mediodía porque estaba todo cerrado debido al feriado por Pesaj? Yo le digo llama a Carlos (un ingeniero amigo) que vive en Haifa y que te a decir donde poder comer”, recuerda Paula.
Efectivamente, Carlos, luego de su última clase de aviación fue el restaurante Matza, donde se vio con su amigo aunque no llegaron a compartir el almuerzo.
Fue el 31 de marzo de 2002, cuando un terrorista suicida ingresó al restaurante donde había varias familias con sus hijos e hizo detonar un explosivo que dejaría un saldo de 15 muertos y decenas de heridos.
Carlos fue herido de gravedad y rápidamente trasladado a un hospital, mientras que su amigo falleció en el acto al ser alcanzado por la bomba.
“Fue en ese momento que Paula comenzaba a vivir una larga tragedia. “Estaba con mi hija la iba a llevar a Tel Aviv, mi hijo estaba en un lugar cerca del Río Jordán, en una zona alejada, luego de terminar su tarea en el ejército, donde conoció a quien es hoy su esposa y con quien tiene tres hijos”, recuerda Paula.
La mujer estaba camino a Tel Aviv, cuando a las 14.20, las radios comenzaban a dar parte de lo ocurrido en aquel restaurante Haifa y una vez más la tragedia enlutaba a todo Israel.
“Juro que se me paro el corazón, seguimos escuchando la radio y lo empiezo a llamar a Carlos y no me contesta el celular y después todo se transforma en una pesadilla que dura hasta las dos de la madrugada del día siguiente, cuando lo ubicamos en el Hospital Rambam de Haifa”, relata.
Familiares, amigos, conocidos de la familia llegaron al hospital para interiorizarse sobre la salud de aquel argentino que en 1977 había dejado Buenos Aires por un sueño.
Antes de reunirse con Carlos, la familia pasó un largo periplo que incluyó también una primera visita por la morgue, ya que hasta la madrugada no había podido identificarlo.
En el hospital Rambam, a la familia se le asignó una habitación ya que es un hospital que en la época de la guerra del Líbano también exigía la presencia de soldado para que cuiden a los heridos.
“Reconocí la ropa de Carlos y me di cuenta que tenía una herida en la parte de la cabeza, porque estaba limpia de sangre”, comenta. El parte médico indicó que las esquirlas de la bomba le habían dañado el cerebro, y pese a las esperanzas de la familia, el 2 de abril de 2002, Carlos murió en el hospital de Rambam.
“Lo que más quiero destacar es que Carlos era un hombre paz, él quería paz y lo seguimos queriendo paz a pesar todo. Y otra cosa que me parece importante es que Carlos pudo donar sus órganos y cuatro personas siguen viviendo hoy. Es la paz y la vida”, dice Paula, con apenas un hilo de voz y quien lamenta haber quedado sola en el “abuelazgo”.
Hoy es un día “raro”, como dice Paula, para cualquier persona ajena a este territorio, ya que una sirena marca el inicio del duelo nacional en Israel y 24 horas más tarde otra sirena abrirá los festejos por la Independencia.
GB
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